Iñaki Ezkerra-El Correo

  • ¿No podía esperar un día la despedida de Mazón después de haberla aplazado un año?

Es una novedosa figura que ha irrumpido con fuerza en el deprimente panorama de la vida pública española: el retiro del político para reflexionar sobre su futuro cuando planea sobre él la sombra de la dimisión. La monástica iniciativa la estrenó Sánchez el 24 de abril del pasado año cuando anunció en una memorable carta, que publicó en su cuenta de X, la decisión de recluirse cinco días para meditar sobre si le merecía la pena seguir al frente del Gobierno. El jueves de la semana pasada era Carlos Mazón el que anunciaba al mundo una decisión prácticamente calcada hasta en el día de la semana elegido, otro lunes no precisamente de gloria, para la gran revelación. Mazón ha estado sumido cuatro días en una reflexión que calificó de profunda. ¿Reflexión sobre qué? Uno trata de buscar una interpretación plausible, sea ideológica o teológica, a esta práctica anacorética que amenaza con convertirse en moda. ¿Qué significa esta traslación a la política de los modos religiosos? ¿Responde a una sustitución de la fe por el culto al poder? ¿Se ha desacralizado la primera en favor del segundo o se han empeñado los altos cargos de nuestros partidos en representar la parodia de una espiritualidad de la que carecen?

No. Ni el retiro de Sánchez ni el de Mazón parecen frutos de una rica vida interior. Admitiendo que, solo en relación con la dana valenciana, el primero debería haber comparecido y dimitido antes que el segundo (¿hemos asumido la impunidad del famoso «si necesitan recursos, que los pidan»?), el caso Mazón es el de un sujeto que ha ido a la suya en toda su trayectoria política. Fue a la suya cuando amañó con Vox su investidura del 13-J de 2023 sin esperar diez días a las generales del 23-J en las que ese pacto perjudicó claramente al PP. Como fue a la suya el pasado lunes eclipsando con su dimisión el inicio del juicio al fiscal general y perjudicando de nuevo a su partido. ¿No podía esperar un día esa despedida que, una vez más yendo a la suya, ha aplazado un año entero? ¿No podía haberse ahorrado esos cuatro largos días de retiro?

Hasta hace poco a los políticos que dimitían, o a los que les dimitían, no les daban tiempo ni a tomarse un Valium. A José Manuel Soria y a Màxim Huerta les dieron una patada en el culo sin el menor miramiento. Tal pragmatismo era, sin duda, cruel, pero a la vez les ahorraba piadosamente la teatralidad patética, la ridícula solemnidad del numerito del retiro. En el caso Mazón, la gran crueldad la cometió a priori el festival de Eurovisión, que no le premió en 2011, cuando se presentó con el grupo Marengo. Nos habría librado de él como político y de ese retiro que no es un síntoma de altura moral sino el último gesto de desconsideración hacia el electorado al que ha fallado.