Ignacio Camacho-ABC
- Sánchez ha convertido la Moncloa en un Fort Apache cuyo asedio desgasta más a los de fuera que a los dentro
Como novios que pelan la pava por teléfono sin decidirse a terminar una conversación agotada –«cuelga tú»–, o como esas parejas conscientes del final de la relación sin que ninguno de sus componentes se atreva a tomar la iniciativa de liquidarla, Puigdemont quiere concluir la legislatura empujando a Sánchez a convocar elecciones inmediatas. En vez de una moción de censura que requeriría retratarse con Vox en una foto muy antipática para la mirada nacionalista catalana, Junts opta por la asfixia legislativa a ver si Pedro cede o se cansa. Una especie de ‘moción de desconfianza’ que obligue al Ejecutivo a bajar la persiana ante la evidencia de su minoría parlamentaria. Como si eso importara a un dirigente que se ufana de su capacidad de resistir más que un buzo bajo el agua.
El único objetivo del presidente consiste en seguir siéndolo. No necesita hacer leyes ni aprobar presupuestos; le basta con aferrarse al cargo y dejar pasar el tiempo. Se trata de tener el poder y de que no lo tenga el adversario; si no resulta posible gobernar es suficiente con estar en el Gobierno, y si no hay modo de presentar proyectos siempre se puede echar mano de algún que otro decreto. De hecho ha convertido el Congreso en una simple cámara de eco donde la oposición se desgañita y los ministros responden con argumentarios huecos. La Moncloa es hoy un Fort Apache sometido a un asedio cuyo desgaste sufren más los de fuera que los de dentro.
El prófugo de Waterloo nunca entendió que su papel en la sedicente ‘alianza de progreso’ empezó y acabó cuando aceptó que Sánchez saliera reelegido. Obsesionado con la amnistía, se contó en el espejo el cuento de la lechera y pensó que los siete escaños decisivos iban a cambiar su destino personal y político. Que podría volver a presidir la Generalitat e influir en Madrid como un Pujol rejuvenecido. Se le olvidó que su teórico nuevo aliado sólo piensa en sí mismo y que si se avino a humillar al Estado con el paripé suizo era sólo para afianzar su designio. Ahora no hay quien lo mueva del sitio, y con la justicia en los talones y las encuestas en contra la disolución de las Cortes sería un suicidio.
Cuestión distinta es que en estas condiciones se pueda agotar el mandato. Si Junts mantiene el bloqueo, si no se conforma con alguna nueva concesión de carácter más simbólico que práctico, el horizonte de 2027 está descartado. Huele a elecciones el próximo año, en algún momento de esa secuencia de comicios autonómicos que el PP está precipitando. Quizá cuando el sanchismo atisbe alguna posibilidad de un resultado que al menos le permita eludir el presentido descalabro. Pero antes intentará obtener una prórroga, alargar los plazos, estirar el calendario. Aún conserva esperanzas de lograrlo. Y por el tipo de reclamaciones del fugado sabe que en una negociación con delincuentes la corrupción no será un obstáculo.