Pedro J. Ramírez-El Español
No estoy refiriéndome a Sánchez como a una «persona que da mal rollo», ni mucho menos llamándole «rastrero» o dedicándole adjetivos aun más peyorativos que corresponden a la traducción de «creep».
Ni siquiera mencionaré esos adjetivos de albañal. Para no manchar esta página y porque no estoy diciendo que Sánchez sea un «creep».
Tampoco es el propósito de esta carta identificar la forma de gobernar de Sánchez con las acepciones del verbo «to creep». Aun reconociendo que las cuatro más utilizadas serían bastante adecuadas.
Porque, según el Diccionario de Cambridge, «to creep» supone «deslizarse», «arrastrarse», «avanzar despacio» o «moverse sigilosamente para pasar inadvertido«.
Renuncio incluso a profundizar hoy en el encaje del comportamiento en el poder de Sánchez con lo que los politólogos han denominado «creeping authoritorianism» o «autoritarismo rampante».
A pesar de que se trata de un concepto aplicado fatídicamente tanto a la antigüedad clásica («How Republics die: Creeping authoritarianism in ancient Rome and beyond» de Juliuus Vervaet) como a la sociedad contemporánea («How democracies die» de Levitsky y Ziblatt).
Y a que parece innegable que la forma de gobernar por decreto-ley de Sánchez, sus reformas para controlar el poder judicial, su elusión de la obligación de presentar presupuestos o sus ataques sistemáticos a los medios críticos le han convertido ya en un mal ejemplo para el mundo.
Pero mi foco no va a fijarse esta semana en el deshonroso cuadro de honor de autócratas con ropaje democrático en el que Sánchez figura entre Orban y Erdogan, al lado de los gobernantes de Filipinas o la India.
Por mucho que todos ellos utilicen la técnica del «creeping», de forma tan subrepticia como constante, deslizando la democracia hacia el autoritarismo, según esa metamorfosis acumulativa que habitualmente resumimos con la metáfora de la rana escaldada.
Habrá que volver a todo esto. Pero la prueba de que hoy no digo que Sánchez sea un ‘creep’ ni que lo que haga sea «creeping», es que el vocablo que ocupa mi título ni siquiera podría considerarse originalmente una palabra.
Son unas siglas que evolucionaron en la jerga política norteamericana con ingenio polisémico. Por eso están escritas con mayúsculas.
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EL CREEP empezó siendo en realidad el CRP o Committee for the Re-election of the President. Lo pusieron en marcha los incondicionales de Richard Nixon en la primavera del 71 para asegurarse de que consiguiera permanecer un segundo mandato en la Casa Blanca tras los comicios del 72.
Lo dirigía el ex fiscal general George Mitchell y su propósito inicial era recaudar fondos de donantes individuales y corporativos. Pero fue en su seno donde los ‘fontaneros’ de la Casa Blanca, teóricamente encargados de detectar filtraciones a la prensa, montaron las operaciones de la guerra sucia que desembocaron en el caso Watergate.
Cuando Woodward y Bernstein tiraron de la manta hasta descubrir el pastel, la agudeza de otros periodistas incrustó las dos «e» de «re-election» y el CREEP se convirtió en epónimo de la corrupción institucionalizada.
El gracejo popular relacionaba también así a los tramposos de la Casa Blanca con la revista ‘Creepy’, pionera del horror como género del cómic. Había sido fundada en 1964 y llegó a difundir tres millones de ejemplares en todo el mundo.
Cada número incluía una variedad de historietas en blanco y negro sobre caníbales, vampiros, hombres lobo o asesinos en serie, introducidas por un personaje icónico llamado ‘Uncle Creepy’.
Era un individuo larguirucho, macilento y antipático que practicaba el humor negro, rodeado de cráneos, telarañas o ataúdes. Enseguida se hicieron célebres sus saludos a los lectores: “Bienvenidos al rincón donde los sueños son pesadillas y las risas, alaridos… No os preocupéis sólo perderéis el sueño… o quizás la cabeza”
“Uncle Creepy”, “El Tío Siniestro”. Pronto se convirtió en el segundo apodo de Richard Nixon. El primero era “Tricky Dickie”, “Ricardito el Tramposo”.
Cuando en 2011 se publicó una antología de las mejores historietas de ‘Creepy’, la editorial Dark Horse encargó al gran dibujante Eric Powell una composición de portada inspirada en la saga de El Padrino con los principales personajes ‘horrorosos”, agrupados en torno al sillón del ‘Tío Siniestro’.
No sabemos si las elecciones serán en el 26 o en el 27, pero este CREEP lleva ya al menos dos años funcionando. Porque la principal razón por la que Sánchez estuvo dispuesto a pagar lo que hiciera falta para conseguir su tercera investidura fue porque quería empezar a trabajar desde la Moncloa para conseguir su cuarta investidura.
Vivir para vivir, mandar para mandar. El poder como un fin en sí mismo.
No tenía un proyecto para España. Pero tenía y tiene un proyecto para sí mismo, del que ya ni siquiera puede escapar.
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En esta viñeta no están todos los que son, pero sí son todos los que están.
El núcleo duro del CREEP, del Gobierno y del partido son la misma cosa. Esta es una singularidad propia de la evolución hacia la autocracia.
Con el propio presidente al mando, el CREEP lo encabeza la vicepresidenta primera y vicesecretaria general del PSOE, María Jesús Montero. Es el exponente primigenio del macizo de la raza socialista, con su rompe y rasga de los brazos siempre en jarras.
La flanquean los Oscar Brothers, perros de presa que, cuando no muerden en las redes sociales o en su televisión privada con rango de ente público, gestionan ministerios para regar de dinero a los adictos.
Aparece después la ministra portavoz, Pilar Alegría, dispuesta a mentir con recurrencia fisiológica, sin despeinarse ni sentir rubor alguno por convertir cada comparecencia institucional en un mitin partidista.
Y completa el quinteto de la suerte, el ‘consigliere’ Félix Bolaños, una especie de Tom Hagen con sentimientos nobles y propósitos razonables, siempre reprimidos por la lealtad al jefe que le adoptó como asesor jurídico.
Pero este CREEP incluye también en su gobierno virtual a cuatro ministros sin cartera. Fijémonos en ellos.
En primer lugar, en el inane Patxi López, eterno chico de los recados, sea cual sea el cargo que ocupe. Quedó retratado para siempre por la premura con que se empeñó en devolver al PNV las llaves de Ajuria Enea que le cayeron en una tómbola y nunca fue capaz de usar.
Cubriendo las espaldas demoscópicas al Padrino, aparece el viejo druida del CIS, José Félix Tezanos, especialista en adulterar la pócima mágica de las encuestas con el aceite de colza de un recuerdo de voto al PSOE muy superior al real.
Tenemos luego a la Fontanera Enmascarada, la periodista de investigación que jamás publicó un artículo de prensa. Esa Leire Díaz que se proclamaba plenipotenciaria de Santos Cerdán y del propio Sánchez, pero añadía, como buena agente encubierta, que su testimonio se autodestruiría en pocos segundos… Siempre que no quedara grabado.
Y, por fin, he ahí al gato que está triste y azul, sentado en el banquillo con su toga y sus puñetas, pendiente de sentencia, preparado para servir de héroe o mártir de la causa, según se tercie.
¿De quién depende la Fiscalía?, resopló el presidente. Nadie duda de que García Ortiz dependía y dependerá de Sánchez. Trabajaba y trabajará para Sánchez. Tanto si es elevado al santoral en vida, como si se convierte en un cadáver exquisito.
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El primer CREEP de Sánchez lo crearon Ábalos y Koldo con Iván Redondo como maquinista. Y si hubiéramos presentado esta foto de ‘famiglia’ hace sólo unos meses, el milagroso Santos Cerdán y Paco Salazar, el acosador acosado con quien se cita a hurtadillas la ministra portavoz, habrían ocupado lugares centrales.
Ahora los peones en precario son, como digo, la Fontanera y el Fiscal General, a quienes la Justicia persigue por los servicios que cada cual prestaba en su terreno. Leire Díaz desde las profundidades de las cloacas, García Ortiz en la misma cúpula del Poder Judicial.
Las actividades delictivas de la Fontanera para obstruir la acción de los tribunales parecen fuera de duda y su coartada como justiciera, de la mano de Pérez Dolcet, no puede ser más ridícula. Queda por ver si confesará como los asaltantes del Watergate o se inmolará por la causa.
Si hubiéramos presentado esta foto de ‘famiglia’ hace sólo unos meses, el milagroso Santos Cerdán y Paco Salazar, el acosador acosado con quien se cita a hurtadillas la ministra portavoz, habrían ocupado lugares centrales.
En el caso del Fiscal General la cuestión es si el altísimo ‘juicio de probabilidad’ de que incurriera en el tipo penal de la revelación de secretos para criminalizar al novio de Ayuso se convertirá o no en un ‘juicio de certeza más allá de toda duda razonable’ a ojos de la mayoría de los jueces.
El daño institucional que está suponiendo su desafío al Tribunal Supremo, aferrándose a un absurdo vacío legal que nadie percibió para no dimitir antes de ser juzgado, ya es en todo caso irreparable.
Muy en línea con lo que implica toparse con una alto cargo de la Moncloa que, en calidad de testigo obligada a decir la verdad, alega que ha olvidado quien fue el remitente del mail más importante que ha recibido en su vida pública. Y que, claro, como cambió de móvil —igual que el Fiscal General, vaya por Dios— nunca podrá acreditarlo.
Por no hablar de lo que viene ocurriendo en esa televisión de partido sufragada por todos, capaz de presentar a una cocinera liberada de UGT como «sanitaria» de bata blanca, encrespada contra Juanma Moreno por los cribados de cáncer de mama.
Algunos de estos episodios incitarían sólo a la sátira si no formaran parte de los manejos de una implacable maquinaria integrada por casi dos mil funcionarios y contratados, puestos a disposición del CREEP de Pedro Sánchez. Sólo para manipular las redes sociales tienen asignados 78 millones procedentes de nuestros impuestos.
Si como insisto en repetir, en doce de las trece veces en que hasta ahora un presidente ha tratado de ser reelegido, ha conseguido con muchos menos medios su propósito, parece justificado concluir esta carta con otra de las más notorias advertencias de ‘Uncle Creepy’:
«No cierren los ojos, porque lo que está al acecho debajo de la cama… ¡es mucho peor de lo que imaginan!»