Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

  • Ojalá tuviésemos más empresarios como Amancio Ortega, que benefician a sus empleados, a sus accionistas o a los municipios que cobran sus tasas

La noticia de que la clase media disminuye su perímetro en España, por culpa de la erosión constante de su poder adquisitivo y el informe de Cáritas que habla de un aumento de la población en riesgo de pobreza, por culpas variadas y diversas, competían esta semana en los periódicos con la publicación de la lista Forbes que incluye a las familias más acomodadas, es decir, las más ricas, que, como viene ocurriendo desde hace años, encabeza en España el empresario gallego Amancio Ortega. Ya saben mi opinión acerca de lo poco útiles y escasamente fiables que son estas listas que, en realidad, solo sirven para excitar la envidia y provocar la frustración de la inmensa mayoría. Las listas son incompletas en cuanto a los activos urbanos, inexactas en los rústicos, parciales en cuanto a los activos mobiliarios situados por debajo de los límites del control de la CNMV y completamente ignorantes de los pasivos.

De todas maneras no cabe duda de que, en general, ‘los que están, son’ y que todos ellos ganan y acumulan grandes cantidades de dinero. Unas cantidades tan grandes que podríamos calificar de groseras. Nadie necesita ganar tanto, y todos necesitarían muchas vidas para gastar tanto. Pero creo que esa no es la pregunta más interesante. En realidad el señor Ortega y quienes le acompañan en la lista hacen con su dinero lo que quieren y, si lo han acumulado cumpliendo las leyes, hacen muy bien.

El derecho a la propiedad es un derecho fundamental recogido en el artículo 33 de la Constitución que también establece que nadie podrá ser privado de sus bienes y derechos sino por causa justificada de utilidad pública o interés social y previa indemnización. Unos supuestos, estos de la utilidad pública y el interés social, que nunca hasta la fecha han encontrado un hueco para aplicarse y que, pasado un covid, una dana, cientos de incendios, varias inundaciones, algún terremoto e incluso un volcán en erupción, no se me ocurre un caso en que vayan a hacerlo en el futuro.

La pregunta que me parece más importante va dirigida a dilucidar si el señor Ortega, cuyo origen patrimonial es una pequeña tienda textil en un municipio gallego y sus compañeros de lista son benefactores sociales o simples ‘salteadores de caminos’.

Ciñéndonos al primero de ellos, cabría recordar que emplea a 164.997 personas de 182 nacionalidades diferentes, el 82% de ellas con contrato indefinido y con una media de edad menor a los 30 años, un 75% de ellas mujeres, que ocupan el 80% de los puestos directivos y a quienes retribuye con una media global de 26.294 euros brutos anuales. De ellas, por cierto, 1.698 tienen algún tipo de discapacidad. La empresa paga, o si lo prefiere, necesita pagar, 9.340 millones en impuestos en 2024 para obtener 5.866 millones de beneficio.

¿Se imagina cuántas empresas hay que agrupar en España para reunir una plantilla de 165.000 personas? ¿Se imagina cuántas bases imponibles es necesario sumar para alcanzar unos beneficios que generen 9.340 millones de ingresos fiscales a las haciendas públicas de los países en los que actúa? España representa el 24% del total de esa cantidad, aunque solo obtiene el 14,8% del total de sus ventas en nuestro país, lo que puede ser un indicio de la presión fiscal que soportan nuestras empresas.

¿Cuántas pensiones y cuántos subsidios de paro se pueden pagar, cuántos kilómetros de carreteras y cuántos ambulatorios se pueden construir con ese dinero? ¿Hay alguien que sea hoy menos rico como consecuencia de que Amancio Ortega lo sea más? No. Al contrario, ¿hay algún beneficiado de sus impuestos? Sin duda sí. Los más de 100.000 empleados que trabajan en Inditex y cobran sus salarios, los accionistas que perciben sus dividendos, los municipios que cobran sus tasas y los innumerables ciudadanos que se benefician de todo tipo de subsidios y ayudas.

Una vez, en uno de esos programas que pretendían desacreditarle recuerdo que el reportero preguntaba a una trabajadora de una de sus factorías ubicadas en el tercer mundo: ¿Qué le diría a una jovencita del primer mundo que compra por menos de 100 euros una falda en una de las tiendas de Inditex en Madrid o Nueva York? La contestación surgió inmediata, ‘que compre más’.

La necesidad que cubre Inditex está más que satisfecha. Los centros de nuestras ciudades están plagados de tiendas que ofrecen mercancías similares. A nadie le obligan a entrar en una de ellas. Si usted lo hace… por algo será. Contestando a la pregunta central. ¡Ojalá tuviésemos 20 personas como el señor Ortega! Entre otras cosas, acabaríamos con el paro.