Ignacio Camacho-ABC

  • La oposición y sus votantes aún no parecen haber aprendido que para derrotar a Sánchez primero hay que sufrirlo

SI Puigdemont no se acaba rajando, hipótesis nunca descartable, la legislatura no debería llegar al próximo verano. Sin presupuestos, sin opciones de legislar por el bloqueo parlamentario, con los procesos por corrupción multiplicados, el Gobierno se va a quedar prácticamente en funciones, es decir, en estado funcional de letargo y reducido a aprobar decretos casi burocráticos o proyectos de ley condenados de antemano al rechazo. Eso sí, es probable que Pedro Sánchez trate de apurar el curso a ver si el PP comete alguno de sus clásicos errores no forzados o el crecimiento de Vox le proporciona la esperanza de arañar, D´Hont mediante, algunos escaños susceptibles de salvar al menos su liderazgo partidario, premio de consolación para el que en caso de perder la Moncloa necesitará no caer por debajo de los ciento diez diputados. Una cifra en principio asequible gracias al voto de cemento que el socialismo español conserva a prueba de escándalos.

Hoy por hoy la principal arma política del presidente es la facultad de decidir la fecha de la convocatoria electoral, y por tanto de jugar con los nervios de una derecha a la que se le nota demasiado la impaciencia. El poder desgasta más al que no lo tiene y en el electorado antisanchista se aprecia una evidente ansiedad por consumar la mayoría social pronosticada en las encuestas. Sólo la dirección de Vox se mantiene impertérrita, consciente de que el aguante del Ejecutivo le envía votantes radicalizados por la espera. A los populares, en cambio, los empiezan a consumir las urgencias; mientras sus dirigentes se desvelan por acelerar un vuelco que no llega, sus simpatizantes no terminan de ver la alternativa, se quejan de que a la estrategia de oposición le falta dureza y temen que el gatillazo se repita por la tradicional inercia negativa y el temblor de piernas que suele aflorar en la cúpula de la formación cada vez que siente la victoria cerca.

En ese sentido, el inminente ciclo de elecciones autonómicas es un arma de triple filo. Por una parte puede acelerar el declive gubernamental con una serie de reveses consecutivos, y por otra los casi seguros pactos con Vox movilizarán a la izquierda contra su fetiche favorito. Pero existe un tercer factor capaz de provocar efectos imprevistos, y es la posibilidad de que ese impulso de mudanza largamente contenido se desahogue en la secuencia de comicios y deflacte, como en 2023, en el momento decisivo. Si por algo se caracteriza Sánchez es por una potente intuición para moverse al borde del abismo, sin detenerse donde cualquier otro político identificaría una situación de peligro. En Extremadura, Castilla o Andalucía no tiene nada que perder; son derrotas descontadas de las que aún confía en sacar beneficios con vistas a su verdadero objetivo. Y lo que sus adversarios aún no parecen haber aprendido es que para vencerlo primero hay que sufrirlo.