Mayte Alcaraz-El Debate
  • Una escena estupefaciente será la de un parlamentario electo sentado con los malos en un juicio. Parecida a la del fiscal general

El caso del hermano de Pedro Sánchez, David, es una sucia historia que huele a tráfico de influencias que echa para atrás. Ya veremos cómo se sustancia en el juicio oral que se celebrará del 9 al 14 de febrero próximo. Pero hoy pasaré de largo por el excelso maestro de la Chirimoya, porque me interesa más la figura de su contratador, de su amigo, del ideólogo de la trampa administrativa: el presidente de la Diputación de Badajoz, Miguel Ángel Gallardo. El hecho de que este socialista sea el candidato de su partido en las próximas elecciones autonómicas del 21 de diciembre, más allá de una torpeza política de nefandas consecuencias para sus siglas, representa un ejemplo palmario de la avería moral que sufre la izquierda y carcome ya nuestra vida pública.

Ser candidato de un partido político exige, a priori, poder exhibir un expediente personal impoluto que permita a los ciudadanos depositar en ese señor o señora la sagrada misión de representarles ante el Parlamento. Los electores deciden prestar su confianza a un sujeto al que imaginan sin tacha, con una conducta sana, en lo político y en lo personal. Hoy estamos ante un nuevo paradigma: integra carteles electorales lo peor de nuestra sociedad, aquellos a los que los jueces persiguen con sumarios indubitados y cuyo futuro más inmediato es sentarse en el banquillo para responder de acusaciones gravísimas. Qué menos que exigir a los partidos que si no el más listo, por lo menos ofrezcan a la ciudadanía aspirantes a gobernarla que no tengan cuentas pendientes con la justica. No es pedir mucho.

Por culpa de la averiada brújula moral socialista, esta formación le va a proponer a los extremeños que pongan su patrimonio, futuro y las leyes que regirán su vida en manos de un dirigente con tan pocos principios que, según la instructora, se inventó un cargo en la Administración hecho a medida del hermano de su secretario general para que cobrara un sueldo sin trabajar –sigue sin saber dónde estaba el despacho en el que debería haber currado–, distrayendo miles de euros del erario regional. Y lo hizo a sabiendas; por eso está procesado por prevaricación, además de por tráfico de influencias.

El hermano del beneficiado no ha osado apartarle de la candidatura por si Gallardo canta la Traviata y reconoce que David Azagra recaló en Badajoz no porque pudiera aportar algo a la historia musical pacense ni porque los dos conservatorios con los que cuenta la provincia necesitaran de tan ilustre coordinador, sino porque fue una manera de contentar al señorito monclovita del que dependía y depende el cargo de Gallardo. Si «colocaba» al hermanito, el jefe le premiaría a él. Así de fácil. Tenía que purgar que el hoy procesado se alineó con Susana Díaz en las primarias de 2017. Y la mejor manera de hacerlo era mimando el libro de familia del vengativo Pedro.

La propia izquierda nos propuso hace unos años –cuando gobernaba el PP– un nuevo estándar de lo público que pretendía apartar a cualquiera sobre el que pesara la más mínima sospecha penal. Hoy no solo no aplica esa exigencia, sino que convierte en un ejemplo o incluso un mártir a cualquiera que tenga un banquillo como próxima estación de penitencia. Y, para protegerle, promueve un aforamiento exprés como hizo con Gallardo, que le fue afeado por «fraude de ley» por parte del Tribunal Superior de Justicia de Extremadura.

Que el candidato socialista vaya a hacer una campaña electoral hablándole a los ciudadanos de reparto equitativo de los recursos, justicia, vivienda o servicios públicos es un sarcasmo y un maltrato a la inteligencia de los extremeños. Los intereses de Sánchez van a poner en una tesitura lamentable a los votantes de esa comunidad que, aunque parece que no lo harán, podrían alumbrar un presidente autonómico contra el que pesan penas de cárcel.

Los sondeos que manejan los socialistas apuntan a que el PSOE sufrirá el peor resultado de su historia en una de la dos Comunidades, junto a la andaluza, que han sido grandes bastiones durante décadas. En breve irá Sánchez a levantar la moral de la tropa. Gritará que todo se lo ha inventado la derecha –a pesar de que la Audiencia Provincial de Badajoz ha alejado el juicio del proceso electoral para quitarle el argumento del lawfare al presidente y sus ministros–, que su hermano es un ser angelical que nació con una batuta en la mano, y que su conseguidor es la quintaesencia de la limpieza democrática.

Como es previsible que los socialistas al menos saquen un escaño, está garantizado ya que el secretario general extremeño será diputado electo cuando se siente en el banquillo de los acusados. Además, si ahora tiene a medio partido en contra, principalmente en Cáceres –su líder Sánchez Cotrina es la probable alternativa al imputado–, para entonces y tras el testarazo del 21 de diciembre, el cisma será un clamor.

Una escena estupefaciente será la de un parlamentario electo sentado con los malos en un juicio. Parecida a la del fiscal general. Y todo por los intereses personales de un señor que ni valor tuvo para viajar hace una semana a Extremadura. Está dispuesto a sacrificar todas las poltronas territoriales con tal de conservar la suya –diga Carles lo que diga–.