Ignacio Camacho-ABC
- En Andalucía se va a comprobar si la moderación y el eclecticismo aún funcionan como activos de capital político
‘Sic rebus stantibus’, es decir, mientras no medie ninguna circunstancia imprevisible, no existe margen racional de duda de que Juanma Moreno será reelegido el próximo verano presidente de la Junta. La única incertidumbre de la precampaña autonómica gira en torno a la posibilidad verosímil de que el crecimiento de Vox le arrebate la mayoría absoluta, pero aun así le bastará con obtener más escaños que la izquierda para asegurarse la investidura. Sería –será– la tercera consecutiva y casi con toda seguridad su último mandato al frente de la comunidad andaluza, un crisol histórico de civilizaciones y culturas que sin albergar pretensión nacionalista alguna tiene mayor masa crítica de territorio y población que Cataluña.
Pese a ese cómodo horizonte electoral, a Moreno Bonilla –como le llaman sus adversarios con absurdo desdén patronímico– se le nota preocupado. No tanto por el resultado electoral, que en el peor de los casos no le impedirá gobernar en solitario, sino por la conciencia de que el grave fallo en el cribado de los tumores de mama le puede haber arrebatado buena parte de su halo carismático. Ha asumido responsabilidades, ha cesado a la consejera del ramo y ordenado una escabechina de altos cargos, pero sabe que el escándalo ha creado una perceptible crisis de confianza en el sistema sanitario, pieza clave en el modelo de bienestar de una región cuyos ciudadanos viven bajo un atávico miedo al desamparo.
Un problema objetivo de gestión ha derivado en una pérdida de capital político. El éxito de Moreno se ha basado ante todo en un talante, una actitud, un estilo. El ‘juanmismo’. Ha sabido crearse un aura de moderación, convivencia, humanidad y cercanía, intangibles capaces de crear un liderazgo templado muy efectivo en tiempos de crispación y enfrentamientos banderizos. Acusado de criptosocialdemócrata por la derecha radical, se ha ganado una popularidad transversal que ha desconcertado y desarmado a los socialistas y que de repente está en peligro por un inexplicable –y todavía inexplicado– descuido clínico. Los rivales han olido la oportunidad y no van a reparar en remilgos; ya lo llaman directamente asesino.
Se trata de desestabilizar el paradigma conciliador de la recuperación de espacios de entendimiento. Y en ese empeño el Partido Popular sufre, también a escala nacional, embates por el flanco izquierdo… y por el derecho. La ‘vía andaluza’, que no es otra cosa que la construcción de amplios consensos sociales a través de proyectos eclécticos, representa un obstáculo para las estrategias del desencuentro que empujan al país entero a una nociva dialéctica de extremismos y vetos. Lo que está en juego es la oportunidad de comprobar si en este escenario de convulsión política aún sigue vigente el marco mental que desde la Transición se consideró correcto: la convicción de que es posible ganar elecciones desde el centro.