- La Administración norteamericana se siente agredida por Venezuela con toda la razón. La dimensión que ha alcanzado el crimen organizado latino en Estados Unidos es muy preocupante, como lo es la acción y los efectos de una de sus ramas, el narcotráfico
El despliegue militar norteamericano en el Caribe es cualquier cosa menos normal, de ahí que se esté especulando sobre la estrategia que supuestamente daría sentido a tan desmesurada presencia naval. Para algunos se limitaría a las complejas relaciones bilaterales entre Estados Unidos y Venezuela. Para otros, habría que insertarlas en una nueva política hacia el conjunto de estados hispanoamericanos, a modo de una renovada versión de la doctrina Monroe.
No creo que Trump tenga una política específica hacia la región, todo lo más una adaptación de su visión global. El actual presidente ha finalizado el trabajo que inició Obama poniendo fin a la estrategia establecida por Truman al concluir la II Guerra Mundial. Tras la experiencia de dos grandes conflictos la elite norteamericana concluyó que ya no era viable mantener su tradicional aislacionismo. En primer lugar, porque suponía una contradicción con su defensa de la libre navegación y su dependencia del comercio exterior. En segundo lugar, porque Estados Unidos ya era una potencia demasiado importante como para verse libre de las tensiones internacionales. Se optó por liderar el planeta, tratando de establecer un orden fundamentado en los valores propios de la democracia liberal. Con Obama se renunció a liderarlo y con Trump ha quedado claro que Estados Unidos abandona sus pretensiones. Si desde Truman, y bajo la inspiración de Kant, se consideró que la promoción de la democracia era la mejor garantía de paz, con Trump Estados Unidos abandona abiertamente su defensa y promoción. Las relaciones con otros estados se fundamentarán en el interés, no en valores, y no hay ninguna pretensión de establecer un nuevo orden internacional.
A partir de estos principios debemos considerar uno de los primeros actos diplomáticos de Trump. A las pocas semanas de volver a la Casa Blanca envió a Caracas a uno de sus hombres de confianza, Richard Grenell, con un mensaje muy claro. Estados Unidos no estaba interesado en la forma de Gobierno de Venezuela, pero no toleraría la inmigración ilegal, el crimen organizado y, en concreto, el narcotráfico de origen venezolano. Las relaciones podrían mejorar y llegar a una mayor colaboración en el plano energético, pero de no ser así el Gobierno de Caracas sería considerado como un agresor. La gestión era absurda, porque el régimen bolivariano no puede dejar de ser lo que es.
La Administración norteamericana se siente agredida por Venezuela con toda la razón. La dimensión que ha alcanzado el crimen organizado latino en Estados Unidos es muy preocupante, como lo es la acción y los efectos de una de sus ramas, el narcotráfico. Tanto es así que se ha optado por utilizar a las Fuerzas Armadas en operaciones que son propias de la policía, lo que cuestiona la correcta aplicación de las leyes. No estamos, por lo tanto, ante una nueva doctrina Monroe, sino ante la reacción de una gran potencia a una agresión irregular y asimétrica, puesto que no son sólo estados los implicados y sus efectos atentan contra el imperio de la ley y la seguridad ciudadana.
¿Qué papel juega un portaviones de última generación en el combate contra el narcotráfico? El mensaje va claramente dirigido al Gobierno presidido por Maduro. Ni él ni sus colaboradores podrán vivir tranquilos. Tendrán que cambiar de escondite cada día si no quieren acabar como sus amigos de Hamás, Hezbolah o Irán. Estados Unidos tiene los medios para acabar con ellos uno a uno, puede bombardear sus cuarteles, residencias, edificios públicos… Pero, ¿tiene esto algún sentido más allá de hacer la vida más incómoda a los dirigentes venezolanos?
Después de que más de ocho millones de ciudadanos abandonaran el país, hoy el Estado venezolano ha sido tomado por el Cártel de los Soles, una organización dedicada al narcotráfico arraigada en el ámbito militar. Más allá del discurso revolucionario y antidemocrático son sólo delincuentes profesionales. Al destruir el Estado han facilitado el trabajo de otros grupos, que se han convertido en rivales y eventuales colaboradores del Gobierno. El más famoso es el Tren de Aragüa, pero no es el único. Venezuela es ya un Estado fallido presa de mafias delincuenciales que disputan entre sí el control territorial.
¿Cambiaría algo que Maduro, los hermanos Rodríguez, Padrino o Cabello fueran ejecutados? Estas organizaciones pueden sobrevivir designando nuevos dirigentes. La tesis que los especialistas han venido defendiendo es que la única salida es un golpe militar, porque sólo las Fuerzas Armadas tienen la capacidad para destruir la estructura del bolivarianismo, del cártel de los Soles y de los restantes grupos dedicados al crimen organizado dentro y fuera de sus fronteras. Pero las Fuerzas Armadas venezolanas son parte del problema, están íntimamente corrompidas, por lo que no cabe esperar demasiado de ellas.
¿Está considerando Trump una invasión de Venezuela? El presidente norteamericano ganó las elecciones presumiendo de que Estados Unidos no había vivido ninguna guerra durante su primer mandato y condenando la tendencia a «construir naciones» de algunos de sus predecesores, lo que a la postre suponía guerras de nunca acabar. En este caso podría argumentar que hay una agresión directa, lo que es cierto, pero estamos hablando de un territorio muy grande, boscoso y montañoso. Es más, las organizaciones de crimen organizado se mueven con cierta comodidad entre Brasil, Venezuela, Colombia y Ecuador, además de los pequeños estados centroamericanos y, sobre todo, México. El escenario recuerda demasiado a Indochina como para creer que el aislacionista Trump estaría dispuesto a dar un paso semejante.
Si de lo que se trata es de asustar a algunos dirigentes políticos mucho me temo que no sea suficiente, porque no va de personas, sino de organizaciones profesionalizadas presentes en todo el mundo, España incluida. En cualquier caso, lo que vaya a ocurrir va a poner a prueba la viabilidad del renovado aislacionismo norteamericano. Veremos si la potencia norteamericana, amedrentando a amigos y enemigos, puede ella sola poner orden al sur del río Grande o si, por el contrario, alimenta el caos reinante debilitando, aún más si cabe, a las formaciones democráticas que con enorme dificultad tratan de mantener en pie sus frágiles estados de derecho.