Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Sánchez ha ido un paso más allá en el campo de lo despreciable y de lo lesivo para España. Él siempre va un paso más allá, de ahí la certeza de que lo peor en él está por llegar. Hasta que se haga justicia

Nadie podrá justificar por qué se movilizó a las Fuerzas Armadas para proteger, dar bombo o acompañar a la flotilla de Gaza, aquella orgía del alardeo moral auspiciada por terroristas y autoridades a partes iguales. El paulatino escoramiento de poderes democráticos hacia posiciones filoterroristas será uno de los próximos campos de batalla en Occidente. No porque no conociéramos la maldición islamoizquierdista, que tiene décadas aunque coseche ahora éxitos tan deprimentes como la alcaldía de Nueva York para un islamista (no un musulmán, religión; un islamista, ideología y práctica política incompatible con la democracia liberal). Por no hablar del abrazo de la izquierda gobernante española –pongo el acento en el PSOE– con los herederos de la ETA, una cima de la vileza. Pero, como suele, Sánchez ha ido un paso más allá en el campo de lo despreciable y de lo lesivo para España. Él siempre va un paso más allá, de ahí la certeza de que lo peor en él está por llegar. Hasta que se haga justicia.

El paso más allá fue implicar a las Fuerzas Armadas españolas en una operación propagandística dedicada a apoyar a los terroristas de Hamás durante la guerra con Israel que Trump detuvo. Guerra iniciada por Hamás con una masacre de signo genocida, seguida de la más abyecta propaganda para invertir las culpas, dislocar el sentido, promover la desaparición de Israel y ganarse el respeto de los únicos que ahora mismo nos lo tienen: los proxies de Irán, cuyos gobernantes financiaron no hace tanto la aparición en España e Hispanoamérica de una nueva extrema izquierda hoy en vías de extinción. Como extinto está el kirchnerismo. Y en las últimas el régimen de los ayatolás, su tentáculo Hezbolá, su diezmado Hamás. Sánchez –autócrata, plaga, castigo inmerecido– nos metió de hoz y coz en un conflicto entre el bien y el mal. Por supuesto del lado del mal, que es el suyo.

Luego hizo lo que ningún otro gobierno woke del mundo, por lerdo, inicuo e insensato que fuera su líder, se atrevió a hacer por un mínimo sentido de supervivencia: asomar la puntita militar en su implicación contra la única democracia de aquella vasta región, Oriente Medio. Todos entendieron en un primer momento (empezando por las narcisistas Greta y Ada, y no sin el estupor del par de excursionistas etarras) que el Furor iba a actuar de acuerdo con su nombre para garantizar el objetivo declarado por la flotilla.

Solo que ese objetivo era irrealizable y el Furor no iba a hacer nada más que propaganda pro-Hamás (una ofensa a las Fuerzas Armadas). Furorcito el de Sánchez, enseñando los dientes a Israel y a Estados Unidos mientras ordenaba al Furor marcar distancias físicas. Lo dicho: propaganda y ya. Como el cobarde que es, ahora simula no haber ordenado nada, cuando lo declaró públicamente. Le ha pasado la patata caliente a Margarita Robles. Bien. Nunca he comprado la admiración de gran parte de la derecha capitalina hacia la pájara (Sánchez dixit).