- Atendiendo al clásico «cui prodest?» (¿«A quién beneficia?»): conviene plantearse: ¿Para quién habría delinquido supuestamente el fiscal general? Y, de nuevo, como un resorte, salta el «pues ya está» de Sánchez tras su «vamos a ver, ¿de quién depende la Fiscalía?»
Después de que Pedro Sánchez allanara la soberanía del Tribunal Supremo en su entrevista del domingo en El País, donde absolvió a su fiscal general del Estado por su cuenta y riesgo, el imputado Álvaro García Ortiz baja hoy del estrado en el que no debiera haber permanecido para ocupar el banquillo que le corresponde en la vista pública contra él por revelación de secretos. Con el titular de portada —«El fiscal general es inocente y más aún tras lo visto en el juicio»—, a modo de bula presidencial, el Inidóneo cavilará que ya no tendrá que esperar al dispensario de gracias de ‘Casa Pumpido’, donde mora al frente del antaño Tribunal Constitucional quien como fiscal general se manchó la toga con el polvo del camino para los apaños de Zapatero con ETA y bien que se retribuyó su domesticidad partisana.
Al ser el primer mandamás del Ministerio Público encausado, el jefe del Ejecutivo ha salido en su rescate travestido en la Reina de Corazones de «Alicia en el País de las Maravillas» en la escena en la que el rey reclama que se deje al jurado dictar veredicto y su consorte grita: «¡No, no! ¡Primero la sentencia y después el veredicto!». Erigiéndose en Juez Supremo para exonerar a su fiscal general, Sánchez ha incurrido en una intromisión insólita en un Estado de Derecho merecedor de ese nombre. No se ha limitado al «Álvaro, hermano, yo sí te creo», sino que ha expedido fallo propicio a su privado luego de borrar las sentencias del Tribunal Supremo con ‘autoindultos’ y ‘autoamnistías’ para privilegiar a quienes le franquearon La Moncloa.
No es cierto que «el presidente no dijo nada que no haya verbalizado en otras ocasiones», como afirmó ayer la ministra portavoz Pilar Alegría, porque la coletilla «tras lo visto en el juicio» delata su coacción y porque hizo tal aseveración al ser inquirido por su corrupción familiar. Ahora bien, también puede ser que lo incluya como parte de su famiglia como en los clanes mafiosos. Claro que «el respeto a la Justicia no es contradictorio a manifestar una opinión», pero sí suplantarla.
Encabezando la defensa de Ortiz, como si este no tuviera bastante con sus subordinados y con la Abogacía del Estado, amén de su letrada, Sánchez persigue igualmente su impunidad al haberse demorado sine die la aprobación de la patente de corso que le ha confeccionado su triministro Bolaños con esa contrarreforma judicial bloqueada por Junts. Al tener que dar tiempo al tiempo para que los fiscales dependientes del gobierno instruyan las causas aplicando la ley del hampa —«al amigo plata y al enemigo plomo»—, Sánchez resuelve tomarse la Justicia por su mano y que los togados no sean siquiera esos leones bajo el trono que exigía Jacobo I de Inglaterra, sino mastines a su mando.
Es más, diríase que, habiendo hablado La Moncloa, el juicio está cerrado, siguiendo aquel «Roma locuta, causa finita» con el que el Agustín de Hipona dio por zanjada la controversia teológica sobre la herejía pelagiana, una vez que la rechazó el Papa Inocencio I. Así parece entenderlo el Consejo General del Poder Judicial con su silencio ominoso sin los mohines siquiera de otras veces con demasías de menor calibre. No deja de ser un sarcasmo que un mentiroso compulsivo como «Noverdad» Sánchez le dicte al Tribunal Supremo la verdad judicial como en la satrapía venezolana de Maduro.
En cualquier caso, a la espera del designio de la Sala II tras la deposición de hoy del acusado, Sánchez pretende ganar el relato en favor de quien hizo antes lo propio por él para asestar puñalada de godo a la presidenta Ayuso. De paso, lanza un aviso a navegantes ante el horizonte penal que nubla su porvenir político. Como explicó Montesquieu, todo está perdido cuando alguien se atribuye elaborar leyes, ejecutar resoluciones y juzgar delitos, olvidando que, en puridad, el judicial no es un poder más, pues encarna la supremacía del Derecho. Es más, su importancia se agiganta cuando un político amoral, usando en vano el nombre de la democracia, busca derribar el Derecho y perpetuarse degradando el Estado a magna latrocinia.
¿Atendiendo al clásico cui prodest? (¿«A quién beneficia?»): conviene plantearse: ¿Para quién habría delinquido supuestamente el fiscal general? Y, de nuevo, como un resorte, salta el «pues ya está» de Sánchez tras su «vamos a ver, ¿de quién depende la Fiscalía?». Otro tanto con relación a la fontanera de las cloacas socialistas, Leire Díez. No en vano, ambos son brazos de la misma tenaza al servicio de Sánchez: uno desde la tarima del poder y otra desde las alcantarillas para proteger a aquel para el que todo lo que hace un presidente por el hecho de serlo es legal al declararse eximido de acatar las normas.
A este respecto, ¿cómo es posible que el PSOE no se haya querellado contra la fontanera-jefe y que la Fiscalía de García Ortiz no investigara las denuncias de los fiscales Stampa y Grinda del presunto intento de soborno de Leire Díez a cambio de informaciones comprometedoras contra el fiscal jefe Anticorrupción, Alejandro Luzón, encargado del Caso Koldo, hasta que ha sido el juez Zamarriego quien se ha puesto manos a la obra? Incluso pese a las reiteradas solicitudes del presidente castellano-manchego Page, quien se malicia ser objetivo del «fuego amigo» de las cloacas reactivadas por el exsecretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán, hoy en prisión condicional, al poco de procesarse a la mujer de Sánchez.
No es baladí la cuestión después de que Díez asegurara operar en nombre de Sánchez contra aquellos que podían perjudicar al presidente, y todo en beneficio de este, no de ella, incluidos los audios grabados en las saunas del suegro para evitar que se reconozcan las voces de quienes pudieran haber sido padrinos de Sánchez. En este sentido, retumba como una gran traca de fin de ciclo político, la grabación que ayer finalmente pudieron escuchar las partes en la que la fontanera prodigiosa del PSOE le dice al fiscal Stampa al que intentó sobornar: «Afortunadamente, el presidente ha dicho que esto se limpia caiga quien caiga», en su condición de «persona que ha puesto el PSOE para saber qué hay detrás de todo esto» como mano derecha de Santos Cerdán.
Con estos destrozos, pensar políticamente, como colige el filósofo francés, Julien Freund, en La esencia de lo político, es inevitablemente «ponerse siempre en lo peor». Mucho más con déspotas sin escrúpulos como Sánchez que casi todo lo que hace es digno de perecer.