- Buenas noticias: el truco estalinista ya no les funciona cuando etiquetan a la Nueva Derecha. Por no comprometer a otros, tú a mí me llamas fascista y solo consigues un efecto: que sepa que estoy ante un imbécil peligroso
El comunismo soviético, a través de la Comintern, elaboró formas de intoxicación comunicativa —y, por tanto, de perversión del sentido— cuyos principales frutos podridos adoptó el nazismo. El fascismo estaba en asuntos más estéticos, alimentando el futurismo, atrayendo poetas, aireando manifiestos vanguardistas. Mientras el nazismo impuso un paganismo nihilista incompatible con los valores cristianos, a la católica Italia no se la seducía con ocultismos, nihilismos, improbables dioses de leyenda neblinosa, ariosofías y demás. Con todo, el fascismo de verdad, el italiano, visitaría igualmente el fondo del abismo con las leyes raciales de Mussolini, el arresto de los judíos y la confiscación de sus bienes. Después, con Mussolini depuesto, deportaciones masivas de judíos a Alemania. Así que, católica o no, la Italia fascista está teñida de infamia. Pero, volviendo a la Comintern, asombra el éxito obtenido por la simplicísima vía de tildar de «fascistas» a cuantos molestaran los planes de Stalin. Del sambenito no se libraban los comunistas incómodos, diferentes o sobrantes.
El PSUC, de obediencia soviética, aniquiló en la Barcelona de 1937 al POUM, otra formación marxista con particular implantación en Cataluña. A veces era tan inverosímil la acusación de «fascista» que la modificaban ligeramente, acusando al otro comunista de «colaborador del fascismo». Es el caso de Trotski, y todos los acusados en los procesos de Moscú. Fue allí donde se mostró la naturaleza del sometimiento absoluto, la forma extrema de la anulación del ser humano antes de matarlo: fieles a Stalin, acaban reconociendo traiciones que no han cometido, deslealtades que no han existido, conspiraciones que no ha habido. Y pidiendo castigo por ellas.
Parece mentira que casi noventa años después de los procesos de Moscú, en sociedades de opinión pública que mantienen las formas de la democracia liberal (España las está abandonando, todo hay que decirlo), la mera acusación de «fascista» a personas o partidos que quieren reformar leyes a partir de las leyes, sin dar golpes de Estado como los socios de Sánchez, siga funcionándole a la progresía. El truco más fácil y más viejo sigue dando réditos a una izquierda moral e ideológicamente descompuesta. Una izquierda meramente declarativa, sin necesidad de hacer nada para demostrar su supuesta preocupación especial por las causas sociales. Una izquierda fascinada por la violencia, pronta a abrazar el islamismo, incapaz de atender argumentos, emotiva, llorona, histérica, ignorante. El caldo de cultivo de los regímenes totalitarios. Buenas noticias: el truco estalinista ya no les funciona cuando etiquetan a la Nueva Derecha. Por no comprometer a otros, tú a mí me llamas fascista y solo consigues un efecto: que sepa que estoy ante un imbécil peligroso. Sin embargo, a la Vieja Derecha la sigues noqueando con un «¡fascista!». Como en la Vieja Derecha hay nueva izquierda, ocurre como con Trotski, que todo resulta demasiado increíble, y se cambia por «colaboradores del fascismo», que también les hace temblar. Les aconsejo que busquen un término espejo para equilibrar las cosas. Había uno bueno que prohibieron en Twitter, antes de Musk: «merma».