- Ya dijo Aristóteles que con las mismas palabras se escriben las comedias y las tragedias. El único problema es que nos toquen vivirlas a nosotros. La Historia nos puede enseñar muchas cosas siempre que no nos la falsifiquen, tal y como ahora está ocurriendo
La Historia de los pueblos y las naciones está plagada de accidentes históricos, de acontecimientos sobrevenidos que los llevaron al desastre y de personajes que nadie contaba con ellos y menos con sus desequilibrios. Eso viene aconteciendo desde que el género humano aprendió a vivir en sociedad y a sustituir la violencia física por la política para resolver conflictos.
Imagínense ustedes a un personaje que se presenta a las elecciones ante el pueblo con propuestas llenas de demagogia, esas que prometen lo imposible, como la abolición de todas las deudas a todos los ciudadanos y soluciones fáciles para los problemas muchas veces complejos que tiene la ciudadanía. Sin embargo, después, su vida política y pública no se compadece con lo que prometió. Cambia de opinión con frecuencia. Se vuelve un individuo turbio y, según sus detractores, «en perpetuo litigio con Dios y con los hombres». Un hombre incapaz de dormir porque no puede encontrar la paz y el insomnio deja en él «una tez terrosa», los ojos inyectados y un andar extraño. Él lo negaba todo, pero en todos los mentideros, incluidos cenáculos y salones, se decía que todo aquello de lo que se le acusaba era verdad. Era un personaje que estaba con las clases humildes cuando le convenía para atacar a sus adversarios políticos, más le gustaba codearse con los ricos y hacerles lisonjas.
Estamos hablando de un personaje que pierde las elecciones y organiza una conjura contra su propio país y contra sus compatriotas. Un personaje que, al no lograr el favor del pueblo y para asegurarse su triunfo político, organiza secretamente en las cloacas iniciativas contra sus rivales políticos. Las conspiraciones le llevaron incluso a tratar de hacer trampas en los recuentos y sus hombres de confianza le ayudaban a realizar todas esas fechorías.
Tal vez crean que les estoy hablando de Pedro Sánchez, el hoy ocupante de La Moncloa. Pues no. Se trata de Lucio Sergio Catilina, un turbio personaje de la Roma republicana que consiguió, el 7 de noviembre del año 63 antes de Cristo, ser recriminado en el Senado —siempre el Senado, ese lugar al que Sánchez le tiene tanto miedo— por Cicerón. Les sonará a quienes hayan estudiado el bachillerato por letras esa maravillosa frase del elocuente orador que era Cicerón: «¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia…?». Tuvo que ser Marco Antonio, antes de enamorarse de Cleopatra, quien derrotara y terminara con Catilina.
Como ven, la historia se repite. Nada nuevo bajo el sol, y estamos condenados a protagonizar como comedias, lo que en otro tiempo fueron tragedias. Ya dijo Aristóteles que con las mismas palabras se escriben las comedias y las tragedias. El único problema es que nos toquen vivirlas a nosotros. La Historia nos puede enseñar muchas cosas siempre que no nos la falsifiquen, tal y como ahora está ocurriendo.