- A Pedro Sánchez se le ha gastado el relato de tanto usarlo, y así la impostura ha devenido en adefesio.
Sólo si tienes la desfachatez de Pedro Sánchez puedes arrancar una comparecencia parlamentaria como la de hoy presentándote como campeón europeo de la vivienda, líder y adalid de la creación de una comisaría europea.
Él, que prometió 183.000 viviendas de alquiler asequible gracias a esta comisaría, y de las que apenas un 10% están en proceso.
El presidente del Gobierno de España ha fingido que iba a hablar de políticas públicas, pero sólo para llevar a la tribuna parlamentaria la teoría del colapso avanzada hace unos días en la memorable entrevista que concedió al diario El País: el colapso político e intelectual de la derecha, el fracaso de la respuesta neoliberal desde la crisis financiera, la crisis energética y habitacional…
Winter is coming. La derecha destructiva tiene la culpa de no aprobar las leyes para salvar a España del invierno demográfico.
Ni la universalidad de la sanidad pública, ni la subida de las pensiones, ni la protección a las familias vulnerables.
La vuelta a ese bucle asentado en la inversión de los hechos ciertos para justificar lo injustificable es agotadora. Y, desde luego, muy insultante.
Alberto Núñez Feijóo y Cuca Gamarra en el Congreso de los Diputados. EFE
Los hechos son que el bloqueo parlamentario convierte al Gobierno en un Gobierno en funciones, porque su mayoría de pega se ha deshecho como arena. No hay ningún margen para el debate serio ni para la acción efectiva sobre los graves problemas de nuestro país.
¿Por qué aún no tiene Presupuestos? Sin mayoría parlamentaria ni social, ¿cómo pretende gobernar dos años? ¡Pero el presidente Sánchez reprocha al Congreso su falta de apoyo! Es la evidencia máxima de su irreversible distanciamiento de la realidad objetiva.
Y la realidad es que Pedro Sánchez ya no puede hacer nada. Sólo le queda moción de confianza o de censura.
Se le gastó el relato de tanto usarlo, y así la impostura ha devenido en adefesio. Es un tremendo error que el presidente haya despachado con un par de frases inanes las explicaciones requeridas sobre los casos de corrupción que cercan a su familia y al PSOE.
La sociedad española está herida y enfadada por la hondura y amplitud descarada de ese universo, tiznado un poco más cada día.
Probablemente lo más chusco que le ha ocurrido a este país es esa mano derecha bizqueante llamada Leire Díaz, ¡grabada por un juez!
En un giro retórico inquietante, Sánchez ha llegado a acusar a comunidades autónomas gobernadas por el Partido Popular de prácticas corruptas por privatizar servicios públicos.
Tampoco ha hecho mención el presidente al abandono público del golpista amnistiado por los siete votos de la vergüenza. Ni una palabra sobre esa claudicación fundacional que marcó su actual deriva: haber entregado la legitimidad institucional a quienes no creen en ella.
Sin embargo, el bloqueo parlamentario es la bomba de racimo que Sánchez no puede ocultar. Si Junts veta, si los apoyos se disuelven, si no hay mayoría ni social ni política, ¿cómo es posible que se despeñe reafirmando hoy en sede parlamentaria que va a gobernar dos años sin Presupuestos ni acción ejecutiva alguna?
¿Acaso no es ello la mayor prueba de que Pedro Sánchez ya no puede hacer nada más que soportar el papel de presidente en funciones?
La réplica de Alberto Núñez Feijóo no cambió el paisaje, pero sí subrayó el vacío. Criticó la falta de sustancia, la incoherencia de un discurso que habla de políticas públicas sin concretar una sola medida ejecutada.
Feijóo denunció la utilización partidista del Consejo de Ministros, la parálisis legislativa, la desconexión de un Gobierno que no gobierna. Lo hizo con corrección técnica y un tono más institucional que político, pero sin la energía que exige el momento.
Entre ambos, quedó patente el agotamiento de un sistema que se debate entre la impostura y la resignación.
Después de una pasmosa gira latinoamericana arropado apenas por Lula y Petro, Pedro Sánchez ha vuelto a la tribuna del Congreso de los Diputados como un niño burbuja: hablando como si estuviese en posición de mando y control, pero actuando como alguien que sobrevive con la fatiga de un guion agotado.
Sánchez quiso hablar de política, pero volvió a hablar de sí mismo. Quiso dar explicaciones, pero sólo repitió consignas. Lo que debía ser una rendición de cuentas se transformó en un ejercicio de escapismo: una exhibición del poder como autoficción.
España vive presa de esa ficción, sostenida por los gestos y las palabras de un líder que ya no puede ofrecer hechos.
Y mientras el Gobierno se desvanece en el parlamentarismo retórico, los problemas reales (la desigualdad territorial, la precariedad, la vivienda inaccesible, la desafección política) siguen creciendo a la intemperie.
Pedro Sánchez parece creer que puede prolongar indefinidamente este estado de excepción política, gobernando sin mayoría y sin rumbo. Pero el tiempo institucional tiene su propia gramática: o hay confianza o hay censura. No hay tercera vía.
Hoy, en su comparecencia, lo que mostró no fue fuerza ni convicción, sino el principio del fin de un mandato agotado en el que está atrapado todo un país.
Cuando un presidente empieza a culpar al Parlamento de su propia impotencia, es que ha dejado de gobernar incluso sobre sí mismo. Y eso (más que cualquier crisis externa o conspiración opositora) es el verdadero colapso.