Ignacio Camacho-ABC
- García Ortiz mostró ante el tribunal una atención obsesiva por el sesgo de las informaciones periodísticas. Su empeño en desmentir las noticias que atribuía a una inducción ayusista parecía delatar una preocupación más política que jurídica
La escenografía del Supremo -lámparas de araña en bronce, cornucopias doradas, paredes enteladas en rojo carmesí, sillones de alto respaldo- está diseñada para intimidar al justiciable con la solemnidad formalista del Derecho. Nada que ver con la Audiencia Nacional, cuyas salas de vistas parecen aularios de un instituto de pueblo. El fiscal general del Estado tiene costumbre de transitar en ese ambiente aunque no como reo; de ahí que una de las incógnitas de su comparecencia consistiese en si iba a renunciar al privilegio de declarar desde el estrado y con el ropón puesto. Lo hizo. Se quitó la toga y bajó al asiento, que no banquillo, que han venido ocupando los testigos y los expertos. En un plano simbólicamente inferior al de los magistrados, como establece el procedimiento.
Contestó sólo a las preguntas del abogado del Estado, en función práctica de defensa privada porque las acusaciones no han solicitado ninguna clase de responsabilidad subsidiaria. Habló durante casi hora y media en tono suave, casi humilde, tras responder escuetamente, un no y un sí, a dos preguntas de la Fiscalía que formuló una subordinada suya. No sacó a relucir en su deposición ninguna sorpresa, ninguna nueva baza que no se conociera. Sólo tres aspectos de sus explicaciones llamaron la atención: la falta de sintonía con la fiscal madrileña que lo acusó de filtrar información reservada, el señalamiento de Ayuso como inductora intelectual de la querella y su atención obsesiva por lo que publicaba la prensa en el día de autos. El verdadero motivo del lío por el que está procesado.
Figura en el sumario la frase con la que urgió la nota informativa sobre la negociación de una conformidad con el novio de la presidenta, González Amador, sobre dos delitos tributarios. «Nos van a ganar el relato». Toda su exposición fue, de hecho, una exégesis de su empeño en combatir las versiones que circulaban en la conversación pública. «No podíamos quedarnos quietos», llegó a decir en relación a los «bulos» «insidias» y «calumnias» (sic) que atribuía al entorno ayusista.
Justificó su esfuerzo en la necesidad de defender el honor de la institución que dirige, pero la importancia que otorgaba a las noticias parecían delatar una preocupación más política que jurídica. Demostró que en las vertiginosas horas cuya secuencia cronológica constituye el meollo del juicio, a falta de ‘pistola humeante’, estuvo pendiente hasta de lo que aparecía al minuto en Twitter. Mencionó titulares y crónicas de media docena de periódicos, programas de radio, portadas digitales. Y confesó haber aprendido mucho sobre el funcionamiento «del sistema mediático», circunloquio con el que venía a acusar al periodismo, o a parte de él, de actuar al dictado de intereses partidarios.
La sesión no daba la sensación de haber impresionado a nadie por los pasillos de las Salesas
En ese sentido, la declaración fue un ‘metarrelato’: el relato del relato. Y quedó claro que la causa arranca del anhelo de García Ortiz -quizá no sólo de él- de prevalecer por encima del ruido comunicativo. En defensa del honor de la Fiscalía, según dijo, se metió en una batalla narrativa que lo tiene sentado ante siete jueces encargados de dilucidar si en ese tráfago de versiones y contraversiones pudo cometer un delito. Es decir, si en su afán de defender «la verdad» reveló datos confidenciales que su cargo le obliga a mantener en sigilo.
El resto de las explicaciones discurrió por cauces previstos. Negó la filtración -«yo no cojo llamadas, me volvería loco»-, argumentó con largueza sus cambios de teléfono móvil y el borrado de datos que la UCO considera una fehaciente eliminación de pruebas y cargó duramente contra Almudena Lastra, la fiscal a la que «tuvo que perseguir» para que le contestara las llamadas durante aquella «noche dinámica». Sobre la ya famosa y relevante pregunta que Lastra ha confirmado -«¿Lo has filtrado tú?»- y su sospechosa respuesta -«eso no importa ahora»- manifestó que «no entendí bien lo que decía, no tenemos confianza como para que me hable en ese tono».
Al terminar atardecía ya sobre una plaza de la Villa de París semidesierta en contraste con el bullicio de la cercana calle Génova. La sesión no daba la sensación de haber impresionado a nadie por los pasillos de las Salesas. El veredicto tendrá que ser inferido por el tribunal a través del examen de los testimonios, indicios e informes presentados en una vista oral de naturaleza compleja ante el rango institucional del encausado, la dificultad de acreditar la autoría de una filtración opaca por naturaleza y la indiscutible repercusión política de la sentencia. Y con la certeza de que sea cual sea el fallo quedará abierto a una descomunal controversia.