Francisco Rosell-El Debate
  • Al estar enfrentada entonces con la URSS, el enviado de Pekín les explicó a los ojipláticos españoles: «Ama a tu vecino, pero no derribes la valla que os separa». Pero Sánchez lo primero que ha hecho es echar abajo la barrera dejando desprovista a España

Al contemplar la ofrenda floral de los Reyes de España en la Plaza de Tiananmen, escenario de las protestas de 1989 que se saldaron con 3.000 muertos, habrá quienes opinen que las buenas relaciones con el régimen chino merecen esa licencia por parte de sus majestades como París bien valió una misa para el hugonote Enrique IV se coronara como soberano francés. Sin embargo, don Juan Carlos y doña Sofía no lo hicieron en 1995 ni en 2007, con González y Zapatero, ni don Felipe y doña Letizia debieran haberlo hecho con Sánchez.

Este cumplido, bien por imposición de Moncloa, bien por atención de la Zarzuela con sus anfitriones, rebasa la cortesía con Xi Jinping, quien dirigió la represión de aquella revuelta por los derechos humanos proclamando que «no tenemos miedo a derramar sangre». Eso sí, Felipe VI salvó la negra honrilla defendiendo los derechos humanos y la democracia en su encuentro con la colonia española, pero no es lo mismo. La Corona no recobrará el rol internacional que le niega Sánchez con estas componendas en torno a una masacre de la que queda en la retina la instantánea de aquel impávido hombre de la bolsa de plástico en la mano estorbando a un tanque.

Aunque Pekín trate de arrojar la matanza de Tiananmen a aquel «agujero de la memoria» de la distopía orwelliana «1984» en la que se tiraba todo aquello que el partido daba por no sucedido, una nación democrática debe honrar la libertad, y no a quienes la sojuzgan. Aunque resulte una minucia para los paladines de la realpolitik comparado con el objetivo perseguido, debiera evitarse un pragmatismo tan descarnado como el que, en su último periplo asiático, llevó a Sánchez a homenajear a dos grandes genocidas como Hochimin y a Mao tras argüir contra el «trumpazo» arancelario que «nuestros valores no están en venta, nuestros productos sí». Sin necesidad de tratar de dar lecciones a nadie, los monarcas debían haberse ahorrado el pago de ese peaje en un periplo que coincide con un volantazo geoestratégico que aleja a España de sus socios occidentales y expone su seguridad.

No en vano, este viraje excede de la conveniencia de mantener fructuosos lazos comerciales con la segunda economía del mundo tras transferirle Europa sus fábricas y su mercado. Buscando abaratar costes y atrapar a sus 1.300 millones de consumidores, ha perdido lo uno sin ganar lo otro dándose de bruces con las trabas burocráticas de Pekín. Es más, los MG y BYD chinos desplazan hoy a los Renault y Volkswagen en el Viejo Continente, mientras España vende hoy al gigante asiático menos del 20% de lo que le adquiere. Y esa asimetría, pese a las promesas en contrario, no se va a mitigar al cifrar China en ello su afán de sobrepasar a EE.UU. en el centenario (2049) de la República Popular.

Atendiendo al pragmatismo de Lord Palmerston, jefe de la política exterior del Imperio británico en su época dorada, de que «no tenemos aliados eternos ni enemigos perpetuos porque nuestros intereses son eternos y perpetuos», se dirá, empero, que hay que dar por bueno el positivismo regio. Pero todo advierte que, tras esta visita, no están en juego tanto los beneficios nacionales como los gananciales del lobby de Zapatero y de su panda amigos ligados a la multinacional Huawei. Ello traslada la impresión de que el Rey se presta a su manipulación por un Ejecutivo para el que la política exterior no es asunto de Estado, sino de botín de colegas. Este escándalo no deja bien parada a la Corona contra la que Sánchez practica el achique de espacios.

No es extraño que, alineados con los totalitarios del grupo de Puebla y enrolados con los Brics que orbitan alrededor del comunismo chino, la prensa de Pekín enjabone a España en unos términos tan encomiásticos como comprometedores al contraponerla a «la mayoría de los países europeos que continúan rindiendo pleitesía a EE UU» en una «traición audaz e inteligente», según el periódico oficial del PCCh. Pero no es simple propaganda, sino una realidad que se visualiza cuando Sánchez se posiciona contra la OTAN y la UE entregando comunicaciones clave a una empresa monitorizada por el PCCh. Por esa pendiente, el Rey corre serio riesgo de extraviarse urgido por un presidente que instrumentaliza contra él la sombra deformada de su padre. Así, tras sus tres viajes seguidos a Pekín, Sánchez ha querido laurear su apuesta con los Reyes para franquear la «puerta trasera» de Europa al expansionismo chino.

Bajo el axioma de que «presencia es igual a influencia», China se sirve de Sánchez para que España -singularmente, Canarias- sea playa de desembarco. Prosigue la senda griega que, en lo más hondo de la crisis de 2008, adjudicó a la naviera estatal china Cosco, mandíbula del dragón, el puerto del Pireo frente al canal de Suez. Con subterfugios económicos, el mayor prestamista del mundo se refuerza militarmente y expande su modelo ante el retraimiento estadounidense.

Para Xi, si la primera revolución industrial transfiguró a Gran Bretaña en gobernadora del mundo y EEUU aprovechó la segunda para erigirse en dominador, la digitalización situará a China a la vanguardia como puntera en tecnología con Huawei de mascarón de proa. Un puntal, además, de su prototipo de sociedad perfecta que combina la intervención de Internet, la videovigilancia y la inteligencia artificial como el propio Xi ensayó en 2008 cuando en las Olimpiadas de Pekín tejió una tupida red de cámaras con software de identificación facial. Para el «Líder Supremo», el Estado vigilante 4.0 debe modelar al ciudadano mediante un «sistema de crédito social» que califica su conducta y decide su futuro relegando a los disidentes a «objeto de vigilancia significativa».

Por eso, los Reyes debían haber dado un rodeo a la Plaza de Tiananmen en recuerdo de las víctimas de una dictadura 4.0 que recompensa divinamente a los lobbies sanchistas. Y no será porque los servicios secretos occidentales, entre ellos el CNI, no hayan avisado sobre cómo el autoritarismo chino afirma «su autoridad en nuestra economía y sociedad». La astucia china es proverbial si se recuerda cómo, en la antesala del ingreso de España en la OTAN, sorprendió a Leopoldo Calvo Sotelo trasladándole que lo veía con buenos ojos. Al estar enfrentada entonces con la URSS, el enviado de Pekín les explicó a los ojipláticos españoles: «Ama a tu vecino, pero no derribes la valla que os separa». Pero Sánchez lo primero que ha hecho es echar abajo la barrera dejando desprovista a España.