Iñaki Ezkerra-El Correo

  • Una propuesta ética puede fracasar en las urnas como pueden arrasar unos canallas

El anuncio voluntarista de Pedro Sánchez de que, perdido el favor de Junts, seguirá gobernando en minoría hasta 2027 supone un llamativo cambio en ese discurso, mantenido hasta ahora por todo su Ejecutivo, que hacía de la mayoría parlamentaria un incuestionable valor. En efecto, su recurrente y chulesco argumento frente a la oposición ha sido el meramente fáctico de ‘yo cuento con el número de escaños que tú no tienes por más que tu partido ganara las elecciones’. Argumento que Sánchez ha ilustrado con carcajadas de malo de película y que Yolanda Díaz explicitó en el fondo y en el estilo con su impagable lapsus: «¡Queda gobierno de corrupción para rato!». Frente al agrio teatro de Miriam Nogueras, que no se traducirá nunca en un apoyo a una moción de censura, pero que paraliza de facto la legislatura, ahora le queda a Sánchez hacer un valor de la minoría, que es lo que han hecho siempre los nacionalistas cuando no podían servirse del primo de Zumosol de la izquierda.

En los nacionalismos periféricos, como en las izquierdas populistas, la mayoría es un valor hasta que dejan de tenerla y convierten en valor la minoría, que a su vez también pierde su supuesta legitimidad cuando los minoritarios son otros que la quieren hacer valer igualmente como virtud. Pero la verdad es que ni una ni otra pueden considerarse un valor en sí mismas sino un simple medio para hacer o no factibles unos valores si es que los tienen. Un discurso y un programa éticos pueden fracasar en las urnas como pueden arrasar en ellas unos canallas. El triunfo de Hitler en los comicios del 5 de marzo de 1933 es un ejemplo de manual en este sentido. Y es que ni una victoria electoral, ni una mayoría parlamentaria, ni las habilidades o argucias para obtener ambas constituyen un valor que dé a éstas una legitimidad moral que solo pueden dársela un programa y su recta aplicación si es que se lo dan.

Un resultado suficiente en las urnas permite a un partido pactar legítimamente su acceso al poder y firmar pactos con el diablo si el diablo posee escaños para vender ese apoyo. Pero una cosa son las legitimidades legales, procedimentales o técnicas y otra son las legitimidades éticas. Si has pactado con el diablo, tendrás que hacer tus esfuercillos de interpretación dramática para que tus caras de santurrón sean convincentes.

Sí. Resulta chocante el entusiasmo con el que nuestra izquierda abraza la cultura capitalista del éxito por el éxito y como un valor en sí mismo. La torpeza de la derecha para contrarrestar ese discurso le hace temer hoy a su electorado una nueva frustración electoral. Se me ocurre que, como consuelo, le quedaría a Feijóo disfrazarse de Unamuno y esgrimir al menos la legitimidad moral del «venceréis pero no convenceréis».