- La pregunta que surge inmediatamente al leer la novela ‘Sumisión’ de Michel Houellebecq es ¿qué pasaría en España? ¿Cuántos se apresurarían a abrazar la nueva religión?
Mohammed Ben Abbes, líder de la Fraternidad Musulmana, se convierte en presidente de Francia.
Bajo su apariencia moderada, oculta la ambición de convertir a Francia en parte del mundo musulmán, e inmediatamente impone una versión suavizada de la sharía.
Lo perturbador de Sumisión, la novela de Michel Houellebecq, es la nula resistencia del protagonista, un profesor universitario, a ser anegado por el proyecto y convertirse en musulmán.
A fin de cuentas, él mismo está sumido en una crisis existencial y, aparte de las ventajas materiales (la nueva legislación ha apartado a las mujeres de la competencia laboral y permite la poliginia), el islam le proporciona un sentido de pertenencia que desconocía hasta ese momento.
La identidad occidental, incluida la democracia liberal, la igualdad y los derechos fundamentales, no resulta finalmente muy relevante.
La pregunta que surge inmediatamente al leer la ficción de Michel Houellebecq es ¿qué pasaría en España? ¿Cuántos se apresurarían a abrazar la nueva religión?
El nacionalismo y lo woke nos han demostrado que la masa es bastante cobardona ante una corriente organizada, especialmente si consigue convencer a todo el mundo de que es mayoritaria o tiene la razón (o la fuerza).
También hemos aprendido que hay políticos dispuestos a abrazar cualquier ideología o religión que les permita pastorear a la masa.
Por eso, no es difícil imaginar una súbita conversión de Irene Montero e Ione Belarra, y que siguieran regañándonos, pero con coquetos hiyab de marca. Su silencio ante la lucha de las iraníes contra la teocracia reveló la sinceridad de su feminismo, pero su antioccidentalismo es muy real.
Esta es la cuestión. La izquierda, como los adolescentes, exhibe su rebeldía hacia el lugar en el que vive cómodamente. Lo woke ha agravado esta rebeldía tontorrona al convertir Occidente en un foco de machismo, racismo y colonialismo, y al resto del mundo en un compendio de víctimas merecedoras de empatía.
El resultado es que se ha creado una extraña jerarquía de oprimidos, de modo que cuando una mujer es agredida sexualmente por un tercermundista (dicho sea sin ánimo de ofender), la izquierda guarda silencio.
Con estos mimbres, ¿ cómo no creer que, si el tercermundismo llegara al poder, la izquierda sería la primera en someterse?
Por cierto ¿ qué hay de Zohran Mamdani, nuevo alcalde de Nueva York?
🧵 Recomiendo leer la novela Sumisión de Michel Houellebecq ,
plantea un escenario perturbador, pero verosímil: Francia elige democráticamente a un presidente musulmán. No se trata de una conquista violenta, sino de algo más inquietante —una sociedad que, agotada y sin… pic.twitter.com/Jnz8QUG0RV
— Agustín Etchebarne (@aetchebarne) November 8, 2025
Como el ficticio Ben Abbes, mantuvo un tono dialogante y de unidad durante la campaña electoral. Pero él no parece estar interesado en la sharía islamista, sino en la woke, y por eso, en el discurso de la victoria, se dedicó inmediatamente a dividir el mundo entre opresores y oprimidos: propietarios que se aprovechan de los inquilinos, y jefes que explotan a los trabajadores.
El secreto (continuó Mamdani) está en permitir intervenir al Gobierno: «Demostraremos que no hay problema demasiado grande para que el Gobierno lo resuelva, ni demasiado pequeño para que no se preocupe por él».
Y este anuncio de intervencionismo sin ambages fue recibido con grandes ovaciones.
Según las encuestas a pie de urna, el 78% de los votantes entre 18 y 29 años votó por él, y solo el 18% por Cuomo. Más curioso aún: el porcentaje de universitarios que participaron en las elecciones alcanza nada menos que el 80%, y entre ellos Mamdani ganó con una diferencia de 19 puntos.
Es por eso que el científico Peter Turchin ha dicho que Mamdani debe su triunfo a lo que llama «precariado cualificado». Ganan mucho dinero para los estándares españoles, pero apenas les basta para vivir en Nueva York, donde el alquiler medio de un apartamento de un dormitorio se sitúa en 4.400 €, y en 5.700 € en Manhattan.
La Historia no se explica tanto como una lucha de clases (como pensaba Marx) sino como el ascenso y la caída de las elites (como decía Pareto).
El precariado cualificado, los jóvenes universitarios que comprueban que van a vivir peor que sus padres, son los aspirantes frustrados a la élite, y por eso es la clase más peligrosa para la estabilidad social. Son ellos los que aspiran a alcanzar el poder y pastorear a la masa, empezando por la masa de los que no pueden alquilar una vivienda.
Por eso, Zohran Mamdani no es Ben Abbes, sino Ada Colau. Un populista de izquierdas que pretende estabular a estos nuevos descontentos.
Los boomers, claro, hemos agravado este factor de inestabilidad al mantener férreamente nuestro privilegio frente a los millennial, que ahora enfrentan una situación francamente complicada. Si se nos da el tiempo suficiente, solucionaremos el problema muriéndonos, pero de momento hemos creado sociedades en que los viejos disfrutaremos de la riqueza y los jóvenes de la precariedad.
No es difícil de entender que no se sientan muy entusiasmados.
Por eso es posible que la dilución de Occidente no se produzca finalmente por los recién llegados, sino por los jóvenes que viven allí cabreados y no le tienen un especial cariño.
Lo que venga después será mucho peor, claro.
Y volviendo a España y la sumisión, no parece que seamos actualmente una sociedad de gladiadores, dispuestos a defender a muerte la civilización occidental. Incluso aceptamos con total pasividad que un incapaz moral, motivado por sus intereses personales (bastante cutres), nos separe de Occidente, nos convierta en la oveja negra de la OTAN y nos acerque a los chinos, para regocijo de su prensa local.
Coda: «La tierra no era del viento, sino de China» (proverbio zapatero).