- Hace algo menos irracional que el caco dedicando el menguado tiempo de la huida a hacerse con más fajos
El autócrata, en su etapa final, me recuerda una escena típica de película de atracos. Los cacos han llegado a la cámara acorazada, pero antes han perdido segundos preciosos y la policía está al llegar. Lo que se llevan es considerable, pero uno de los malhechores, presa de la codicia, se vuelve irracional: sigue llenando las sacas de fajos de billetes, sin comprender que su ansia inoportuna está haciendo imposible la huida. Que en realidad está optando por no llevarse nada y, además, ser capturado y castigado junto con sus compinches. El espectador, por supuesto, está a favor del ladrón loco por apego al protagonista. Sin embargo, lo del autócrata en su etapa final no es ficción, y solo simpatizan con él los amigos de lo ajeno, los que odian a España y los que votan PSOE, así presenten un retrete portátil a la presidencia. Como en un cine, los favorables al encarcelable entorno de Sánchez musitan ante los noticiarios: «¡Lleváoslo ya, marchaos! ¿A qué arriesgarse tanto? ¡Si ya habéis pillado!»
No comprenden que lo del autócrata es mucho más grave que atracar un banco, pues está triturando los mínimos de convivencia, ha convertido el ordenamiento en papel mojado, y el futuro de España está gravemente amenazado. Pero, sobre todo, se les escapa que, en su etapa final, el autócrata no solo abusa al no convocar elecciones cuando no puede aprobar presupuestos, no solo confecciona un horizonte penal para sí y para los suyos con su retorcimiento de los mecanismos democráticos de modo que sirvan a su entorno y a su capricho. Hace algo menos irracional que el caco dedicando el menguado tiempo de la huida a hacerse con más fajos. Aunque ese algo es desesperado. Y desesperante:
Al conservar el control último del erario —sin legitimidad presupuestaria para ello— mantiene domados a una panda de arrogantes pusilánimes del IBEX y sigue echando alpiste a los medios de comunicación del régimen, sometidos y envilecidos. Al seguir en la sala de mandos del Estado, sostiene la presión sobre el TC, sobre el gobierno de los jueces, y sobre un alto funcionariado que se juega la carrera y se expone al linchamiento en caso de romper la omertá. La racionalidad de esta jugada no significa que sea una solución. Simplemente, no tiene salida buena y ha escogido la menos mala para él, que es la peor para todos nosotros y para las instituciones. Descartado cualquier gesto de generosidad y patriotismo por su parte (di esas palabras mirando su cara y ya verás que cosquilleo), solo queda seguir haciendo lo que ya se hace, pero con más ahínco: investigar y denunciar a un poder podrido; recordar sus obligaciones a los cargos institucionales; actuar ante la Justicia; mantenerse alerta previendo la peor reacción última del acorralado.
Nota bene. Nada de esto empecé para que los maleantes más optimistas y lerdos traten de ordeñar ahora la vaca china. Esperan un beneficio infinito zascandileando ante Xi Jinping, como si el tiempo les sobrara.