Antonio Elorza-El Correo

  • Pedro Sánchez seguirá impertérrito, con sus socios atados por el riesgo de suicidio. Su gran éxito es el vuelco jurídico en Bruselas, Junts lo agradece

El divorcio de Junts habría cerrado un bienio político excepcional, ya que no por sus realizaciones, por su alto grado de conflictividad. En ella se inscribe una alteración del Estado de Derecho de la entidad de la ley de amnistía. Visto desde el interior, el balance dista de ser satisfactorio, tanto por la erosión experimentada en el orden constitucional como por el deterioro en la convivencia democrática. Sánchez esgrimió la teoría dualista del muro que arrojaba la mitad del espectro político al abismo de la reacción. Esta era un mal absoluto, sobre el cual se alzaban él y sus aliados como defensores del progreso. Y una guerra imaginaria es incompatible con la concordia y el pluralismo.

Inconveniente: para ir sosteniendo la supervivencia de Sánchez al frente del país, los partidos catalanes ponían su precio en votos, y había que pagarlo, aunque se tratara de ir troceando el Estado. Así fue la salvaguardia de la legalidad constitucional la que resultó amenazada. De la amnistía a los artículos del Constitucional sobre la nación y la jerarquía de los idiomas, y al anuncio de la ‘singularidad’ fiscal para Cataluña.

El precio que ya no se pudo pagar desde La Moncloa fue el de la total amnistía para el principal rebelde e imprescindible aliado, y tampoco el de la elevación de las lenguas cooficiales de comunidad a oficiales europeas, tal vez por simple buen sentido en la UE. Puigdemont no fue sensible a los sinceros esfuerzos de Sánchez y de su ministro Albares.

La circunstancia particular de Puigdemont, el exilio, llevó a anunciar una ruptura que por lo demás se inscribe en el círculo de insatisfacciones que envolvió la trama de alianzas, creada por Sánchez tras el 23-J. Para él, todo valía con tal de conservar el poder. En compensación, los aliados como participantes en el Gobierno o en la mayoría debían ver atendidas sus demandas para darle sus votos en el Congreso, haciendo andar la legislatura. Y felicidad general. De hecho, todos han ido experimentando frustraciones o costes no previstos, de un trompicón a otro, con resultados finales negativos, como el bumerán que no alcanza su objetivo y vuelve hasta golpear al lanzador.

El caso más espectacular es el de Sumar, en su origen con un campo abierto por la gestión inicial de Yolanda Díaz en Trabajo. Solo que se ha limitado a plantear una tras otra puja de radicalismo verbal, sin conseguir prácticamente nada, salvo en el SMI. En Cultura, Urtasun intenta hacer estropicios museísticos, y en política exterior sobran pacifismo y anticapitalismo paleosoviéticos. La reforma estrella del horario de trabajo y las protestas anticorrupción o sobre la vivienda, quedaron en nada. Nueva izquierda, cero. Consecuencia: fieles a Sánchez hasta la muerte que les amenaza.

Más grotesco, aunque de momento rentable a título personal, es el papel de Casandra adoptado por Podemos, ya que nunca olvidan votar como deben para subsistir y competir con Sumar.

En principio, el bumerán lanzado por cada uno de los cuatro partidos nacionalistas alcanzó sus objetivos. Con discreción y buenos modos, el PNV obtuvo hasta pequeños dones, como el palacete del Gobierno vasco en París, y ve triunfantes sus tesis sobre la ‘desetización’ definitiva de Euskadi y la paz que aquí reina. El PSE es un leal segundo. Su problema es que el verdadero beneficiario de ese trampantojo es Bildu, que de heredero absuelto del terror ha pasado a sanchista fiel y a paladín del ‘antifascismo’. Para Bildu el inconveniente es que el éxito ha hecho revivir un demonio del pasado, apenas escondido: el legado de ETA, la violencia. Y con GKS encima, radicalización en ambos. A corto plazo, la Ley del Empleo, y luego el nuevo estatus servirán para bloquear una inclusión en esa cosa tan desagradable e innominada que es España. Toca inseguridad para todos, PSOE incluido.

Los independentistas catalanes han obtenido ventajas mayores, al ser santificado el 27-0 y darse importantes pasos hacia la soberanía, a cambio de que la Generalitat sea gestionada por el PSC. El compromiso encierra un riesgo evidente para los equilibrios alcanzados, si el PSC insiste en el papel de impulsor del soberanismo, haciendo nación (excluyente). Para los independentistas, cuenta el peligro de seguir perdiendo votos, ya que para presionar necesitan mantener su electorado. Además, como en Euskadi, el éxito genera radicalismo. Ahí está el auge de Alianza Catalana, amenazando a Junts.

A Pedro Sánchez le gusta la soledad del poder. Así que seguiría impertérrito, sin Presupuestos, sin elecciones, sin legislar, con sus socios atados por el riesgo de suicidio. Ganador, Vox. Siempre hábil, en el proceso del fiscal general, la movilización de sus medios ha logrado invertir el ejemplo clásico de ‘The Washington Post’, de una prensa libre revelando un delito de Estado. Sembrando dudas. Ganará.

Aunque su gran éxito ha sido el vuelco jurídico en Bruselas sobre la amnistía. Junts lo anota y agradece el esfuerzo realizado con éxito, Dios sabe cómo. 2027 está ahora a la vista.