Armando Zerolo-El Español
  • Si Rufián y Belarra no se han dado por enterados de que el circo de Mazón se ha acabado, es porque para ellos la democracia es un circo permanente, pero como el de los romanos, con leones y sangre de verdad. Para los demás, los leones son de bronce, y se quedan fuera.

Con Carlos Mazón hemos aprendido la última lección que nos faltaba para mandar al baúl de los recuerdos el manual de convivencia democrática. Lo que siempre se ha entendido como un gesto de honradez ahora vemos que es una insensatez.

Comparecer ante la izquierda radical para dar explicaciones y dejar un espacio a la duda a la confesión, o al perdón, es un error de bulto. Si lo mínimo que se le debería exigir a un político es que dé la cara, lo que hay que aconsejarle ahora es que no lo haga nunca. Que no ceda ni un milímetro, que no reconozca ninguno de sus fallos, y que no comparezca ante nadie salvo si se lo lleva la Guardia Civil esposado.

Es lamentable. Pero lo contrario, ante esta izquierda violenta, es una insensatez.

En el Congreso de los Diputados, con la superioridad que les da el cargo, y la autoridad que les confiere el lugar, las Belarras, Rufianes y Micós, se dirigieron a Mazón con una violencia impropia. Ni un hooligan borracho y tatuado hasta las orejas se comportaría de la misma manera.

Gabriel Rufián le llamó miserable, indecente, psicópata y homicida.

Ione Belarra le acusó de «ser el responsable de las muertes».

Águeda Micó le llamó «mala persona».

Aquello no fue una comisión de investigación, fue una checa. Fue una degradación del Congreso, convertido durante unas horas en un escenario de alta violencia verbal.

Si esta izquierda quiere hacer memoria democrática, lo ha conseguido, pero por la vía inversa. Ha hecho pedagogía negativa. Nos ha recordado todo lo que no es democracia, y nos ha retrotraído a todo lo que no queremos repetir. La actitud matona, chulesca, grosera y, sobre todo, cruel, de tiempos de confrontación armada.

Acorralar a una persona que ya no tiene poder, que está sola y abandonada incluso por los suyos, para despellejarla en público para mayor gloria propia, es una actitud de cobardes. Y ya sabemos que los cobardes, llegado el momento de tocar poder, son los más violentos.

René Girard lo describe como «violencia mimética». Es una suerte de mecanismo psicológico por el que el miserable libera su resentimiento reprimido contra el chivo expiatorio.

Dicen que «si quieres conocer a Pepillo, dale un carguillo». Y es verdad: dale un escaño a Rufián y verás quién es. Pero si quieres conocer a alguien en la profundidad de sus entrañas, ponle a solas con una persona débil y vulnerable, y verás cómo sale lo mejor o lo peor, o la caridad o el odio.

De esto aprendemos una lección lamentable. Ante este tipo de personas no hay que hacer concesiones. Porque en ellos no encontraremos ni justicia ni compasión.

A estas alturas Mazón ya está fuera de juego. No es una presa política. Y, aunque lo fuese, tanta violencia verbal estaría absolutamente injustificada.

Pero es que resulta que ya es un árbol caído. Ya está fuera, y ahora solo se trata de depurar responsabilidades. Se acabó el circo.

Si Rufián y Belarra no se han dado por enterados, es porque para ellos la democracia es un circo permanente, pero como el de los romanos, con leones y sangre de verdad. Para los demás, los leones son de bronce, y se quedan fuera.

Cuenta la leyenda urbana que, en un enfrentamiento de fútbol europeo entre el Zaragoza y el Chelsea, los aficionados españoles le corearon a los hooligans británicos el célebre «písalo» de Bilardo. «Pí-sa-lo, pi-sa-lo». Y, ante la sorpresa de la policía ,que a duras penas conseguía contener a los hinchas del Chelsea, se apaciguaron y continuaron en una extraña calma.

Después se supo que habían entendido «peace and love» en lugar de «pí-sa-lo».

En esta legislatura desquiciada todavía nos queda la esperanza de que el circo se convierta en estadio, y que la templanza se abra un hueco a través de la fisura que deja la estulticia en las almas brutas.

No podemos esperar compasión de algunos personajes de nuestra escena política. Pero quizás nuestros hooligans, a fuerza de no entender nada, se confundan y, al menos, se calmen.