Marta San Miguel-El Correo

  • Distorsionar los hechos poniendo en duda la verdad más nimia es la censura de nuestro siglo

Hoy, hace 50 años, el miedo y el alivio se dieron la mano en una reconciliación que llevaba 40 años palpitando entre las piedras, en fosas comunes y en ministerios grises como las nubes de otoño. Lo sé, aunque no estaba allí. Nací en 1981 en democracia, pero heredé esa paciencia con que el país aguardó un acontecimiento que nos transformara; heredé algo de esa tensa espera, la esperanza de que había una opción de progreso, de avance social, de igualdad. Ahora lo sé. Pero lo que empezó tal día como hoy, con la muerte de Franco en 1975, tardó años en transformarse en convivencia. Y aunque yo no estaba allí, quienes sí estaban nos lo han transmitido con sus silencios, con sus testimonios, y sobre todo con los libros que vinieron después.

La libertad es una librería, dice Joan Margarit en su poema ‘Libertad’. Porque leer durante el franquismo no era fácil, sino arriesgado: la censura previa establecida por el Ministerio de Información dictaminaba qué contenidos eran aptos y, por tanto, qué idea del mundo y de sí mismos se podían hacer los españoles, pero cuando murió el dictador y se abrió la posibilidad del cambio, fuerzas de la extrema derecha hicieron lo posible para que nada cambiara. Y lo hicieron liándose a pedradas precisamente con estos establecimientos, epítome de la libertad, de la pluralidad que tanto repudian.

Son sonados los ataques que sufrieron las librerías Alberti y Machado, en Madrid; Lagun, en San Sebastián; Tresiquatre, en Valencia; Cinc d’Oro, en Barcelona o Puntal, en Santander, entre otras tantas. Según cuenta el historiador Gaizka Fernández en su ensayo ‘Allí donde se queman los libros’ (Editorial Tecnos), «el peor periodo fue de 1974 a 1976, donde se contabilizan más de un centenar de ataques». Solo en 1975 se registraron 42, casualmente el año que murió el dictador. ¿Qué pensaron esta noche, hace medio siglo, quienes se metieron en la cama y cerraron los ojos? ¿Con qué soñaron, con qué futuro? Porque hoy es ese futuro, y mientras los que nos precedieron anhelaban el derecho a leer lo que nos dé la gana, en Estados Unidos, por ejemplo, se han prohibido más de 10.000 libros en bibliotecas públicas y académicas.

Dirigir lo que leemos o distorsionar los hechos poniendo en duda hasta la verdad más nimia es la censura de nuestro siglo. Y ahora que la palabra libertad es un cabo al que se amarra cualquier barco de guerra, me resulta imprescindible recordar esa herencia que recibimos los que nacimos en democracia: que la libertad es la razón de nuestra vida, como dijo Joan Margarit en su poema. Léanlo, está en su web, y en los libros, en las bibliotecas y las librerías. Léanlo para que hoy siga siendo el futuro.