Ignacio Camacho-ABC
- La corrupción sanchista ha desinflado el impacto propagandístico de la gran efeméride del antifranquismo retroactivo
Santos Cerdán le ha estropeado a Sánchez el gran día del antifranquismo retroactivo. La pestilente atmósfera descrita en el último informe de la UCO ha disuelto como un azucarillo la relevancia de la efeméride marcada por Moncloa como un apoteósico hito propagandístico. El centenar de actos previsto a lo largo del año se desinfló desde el principio y el momento culminante de hoy quedará reducido a una ‘performance’ de circo. El proceso de resurrección del general –para poderlo matar, como aquel mago Blacamán de García Márquez hacía con los enemigos– ni siquiera ha podido culminar esa ‘resignificación’ del Valle de los Caídos anunciada a bombo y platillo. Lo único que ha logrado el espiritismo sanchista es que muchos jóvenes, en su ignorancia sobre la dictadura, se deslicen hacia una especie de nostalgia de lo no vivido y caigan en la tentación del autoritarismo frente a una democracia ensimismada que los condena a un horizonte vital sombrío.
Todo el proyecto de la llamada memoria democrática, iniciado por Zapatero, tenía y tiene un objetivo táctico, el de deslegitimar a la derecha presentándola como continuadora disimulada de Franco y albacea de su herencia, y otro estratégico que consiste en una refundación subrepticia del sistema. Para el primero es menester regresar a la discordia civil a base de demonizar al adversario y de polarizar la sociedad arrastrándola a una nueva confrontación –por ahora incruenta, menos mal– de trincheras. Para el segundo resulta imprescindible desprestigiar la Transición, vaciar las instituciones, arrinconar a la Corona como una reliquia obsoleta y rescribir la Constitución mediante leyes habilitantes y enmiendas encubiertas. De momento, el balance de la operación revisionista es una crecida del populismo ultraconservador, un patente deterioro de la convivencia y una creciente desconfianza ciudadana en la política como herramienta de solución de problemas.
Éxito rotundo. El Rey es hoy la figura pública mejor valorada aunque su padre haya caído en desgracia y estropeado con su conducta el justo reconocimiento a su papel esencial en la recuperación de las libertades expropiadas. El Partido Socialista que modernizó España se ha convertido en una organización caudillista liderada por un aventurero en manifiesta deriva autocrática. El poder real está en manos de fuerzas disruptivas cuyo factor de cohesión reside en la voluntad común de impedir la alternancia. El Estado es una estructura hipertrofiada pero disfuncional a la hora de prestar servicios y cubrir necesidades básicas. El Gobierno está cercado por la justicia y devorado por una corrupción que le sube por las patas. Y en este panorama Sánchez ha alumbrado la gran idea de conmemorar la muerte de un dictador en su cama como si lo hubiera derribado una convulsión revolucionaria. Débil esperanza es la que confía el futuro a la invocación de un fantasma.