- Ya no es tiempo de pedir perdón, como le emplazó ayer Feijóo a quien sabe que es incapaz de ello, sino de hacerle coger el portante. No sólo por designar a un delincuente para perseguir el crimen, sino por fraguar una guerra sucia desde La Moncloa que se suma a la que desató desde Ferraz a raíz de la imputación de su mujer
En la serie House de cards, donde la codiciosa pareja presidencial de los Underwood retrata a «los Kirchner de la Moncloa», uno de los episodios refiere el complot promovido desde el Despacho Oval para destruir a una adversaria instrumentalizando el Departamento de Justicia que, en EE.UU., viene a ser la Fiscalía General española. En un momento dado, cuando la candidata se revuelve contra los funcionarios que la interrogan y al negar estos que estén operando en provecho del inquilino de la Casa Blanca, la señora Durban les espeta: «El presidente son las personas que trabajan para él», y más –apostilla– con «un corrupto que ha podrido las instituciones que dependen de él».
Tal aseveración los enmudece al remitirles al «escándalo Watergate» y a como la caída de «los hombres del presidente» precipita la defenestración del mentiroso Nixon como responsable último del asalto al cuartel electoral demócrata para instalar mecanismos de escucha. Por eso, la condena a dos años de inhabilitación especial del fiscal general, Álvaro García Ortiz, por la Sala II del Tribunal Supremo por revelar secretos del novio de la presidenta madrileña Ayuso, aboca inevitablemente a la dimisión sin demora de Sánchez.
El mismo Sánchez, que ratificó a un «inidóneo» para el Consejo General del Poder Judicial y que abusó de poder, según el Supremo, en beneficio de su antecesora, la exministra Dolores Delgado, ya había ligado implícitamente su suerte a la de su fiscal. A este fin, presionó al tribunal enjuiciador cuando, durante la vista, absolvió por su cuenta y riesgo a Ortiz en una entrevista en El País titulada a modo de fallo inapelable: «El fiscal general es inocente y más aún tras lo visto en el juicio».
Erigiéndose en Juez Supremo para exonerar al primer fiscal general que se sentaba en un banquillo sin dimitir por ello, Sánchez incurría en una intromisión insólita en un Estado de derecho. Previamente, ya se le había visto el cartón cuando exigió públicamente el perdón al no hallar la Guardia Civil mensajes en su móvil porque sencillamente los había borrado por incriminatorios. De no ser así, no los hubiera suprimido, como deduce hasta el más necio de los mortales.
«Noverdad» Sánchez no se limitó al «Álvaro, hermano, yo sí te creo», sino que buscó amedrentar a unos jueces que han demostrado ser como aquellos de Berlín que frenaron el capricho de Federico el Grande de demoler el molino de un vasallo que afeaba las vistas de su castillo. No hay postura más tiránica que la de quienes atropellan la ley colocando a sus conciudadanos en el brete de los hechos consumados. Y Sánchez ha ansiado ponerla en fuga como al juez Mettrick de Solo ante el peligro que, ante la llegada de los hermanos Miller, escapó metiendo en unas alforjas la bandera de la Unión, la balanza de la Justicia y el mazo.
La Sala II del Tribunal Supremo ha rehuido esta vez la tentación de buscar un fallo unánime –hay dos votos particulares de las magistradas Ana María Ferrer y Susana Polo– y servir una indigerible achicoria que reconviniera a Ortiz, pero manteniendo en su poltrona a quien, debiendo velar por la legalidad, la ha transgredido abiertamente para ganar el relato en favor de aquel al que le debe la jefatura del ministerio público. A Sánchez, tratando de tomarse la Justicia por su mano, se las han cortado simbólicamente, por lo que se entiende que ande mordiéndose la lengua, pero que tenga cuidado y no se envenene.
Ya no es tiempo de pedir perdón, como le emplazó ayer Feijóo a quien sabe que es incapaz de ello, sino de hacerle coger el portante. No sólo por designar a un delincuente para perseguir el crimen, sino por fraguar una guerra sucia desde La Moncloa que se suma a la que desató desde Ferraz a raíz de la imputación de su mujer. Ambas son brazos de la misma tenaza al servicio de Sánchez: una, actuaba desde la tarima de la Fiscalía, y la otra, desde las alcantarillas para proteger a aquel para el que todo lo que hace un presidente por el hecho de serlo es legal, como juzgó erróneamente el propio Nixon.
Claro que, como señala Claire Urderwood en House de Cards, los «Kirchner de la Moncloa» poseen algo que sus adversarios no tienen y es que «estamos dispuestos a ir un paso más allá que todos los demás». Es de temer que un peligro público como Sánchez se revuelva contra todo y contra todos, sin renunciar a la estrategia del Lawfare de sus socios independentistas. De hecho, sus paniaguados comienzan a exhibirlo con el impudor de los periodistas que, traicionando su oficio, se pusieron al servicio del fiscal general y que, en EE. UU., habrían defendido a Nixon, si hubiera sido demócrata, y no republicano, contra The Washington Post.
Para más inri, el calendario ha querido que esta implosión del sanchismo purulento coincida con el 50ºaniversario del fallecimiento del dictador Franco que Sánchez pensaba utilizar como francomodín. Pero otra vez se le ha vuelto en contra dado verosimilitud a la versión española de la maldición de Tutankamón surgida a raíz del hallazgo de la tumba de aquel faraón, otro noviembre, pero de 1922, por el arqueólogo británico Howard Carter. Con la inestimable colaboración del padre literario de Sherlock Holmes, Arthur Conan Doyle, aquella fabulación prendió como una mecha al producirse la súbita defunción del mecenas de la expedición, Lord Carnarvon, por la picadura de un mosquito. Su fallecimiento se vinculó a una inscripción que figuraría en un óstracon de arcilla sito en la antecámara del sarcófago: «La muerte golpeará con su miedo a quien turbe el reposo del faraón».
La traducción española, que emergió con el antifranquismo póstumo primero de Zapatero y ahora de Sánchez, estribaría en que la momia del dictador –como la de Tutankamón– se cobra su venganza cada vez que el PSOE la agita llegando noviembre. Primero con Zapatero en 2011 y luego con Sánchez en 2019 en el que, intentando reforzarse, retrocedió con respecto a los resultados de abril de ese año. Y, como no hay dos sin tres, ha vuelto a reiterarse este 2025 con ‘la banda del Peugeot’ siendo carne de presidio y Sánchez, como número 1, rondándolo como su mujer y su hermano después del veredicto contra su fiscal general. Todo ello cuando Sánchez pretendía suplantar el franquismo y reescribir desde la confortabilidad del presente el parte final de guerra de 1939: «Cautivo y desarmado el Ejército faccioso, las tropas republicanas han alcanzado sus últimos objetivos militares». No imaginaba que las cosas se le pusieran tan del revés.