Carlos Martínez Gorriarán-Vozpópuli

  • Solo el islam consigue hoy en día la identificación total de comunidad religiosa de creyentes (umma) con comunidad política

Durante mucho tiempo hemos creído que la democracia era un sistema universal válido para cualquier cultura, de reformarla venciendo sus resistencias a base de educación ilustrada y desarrollo económico. Pero la experiencia de los últimos 80 años obliga a revisar tan cómoda creencia, no solo fundada en generosa y loable apertura a los otros, sino en cierto inconfesable supremacismo confiado en que occidente es tan superior que el mundo entero está ansioso por occidentalizarse cuanto antes. Nunca ha sido así, pero ahora menos que nunca.

El fracaso de cierto modelo educativo

Todos somos selectivos, y las envidiadas seguridad social y estado de bienestar característicos de Europa atraen a los millones de inmigrantes que llegan legal o ilegalmente. Pero para algunos no son tan atractivos, o nada, los fundamentos liberal-democráticos de esos bienes: los ideales de igualdad y libertad con responsabilidad social, educación laica y racionalismo científico y económico. Si en la propia Europa occidental estos ideales estaban y están muy lejos de ser compartidos por todos, y de hecho casi desaparecen hace ahora un siglo, otras comunidades culturales los rechazan sin contemplaciones.

Veamos algunas evidencias. Un estudio sobre las opiniones políticas de jóvenes franceses musulmanes -es decir, nacidos y educados en el país- ha revelado que un 57% cree que la ley islámica debe prevalecer sobre la civil, que el 59% sostiene que la sharía debe aplicarse en países no musulmanes, y que el 82% cree que el Corán explica el origen del mundo mejor que la ciencia.

Vivir de las ayudas públicas

En otros países del norte, el paro se ha disparado de manera incomprensible hasta que los estudios han puesto el foco en un fenómeno vergonzoso y por tanto poco confesable: en Bélgica, en concreto, que seis de cada diez parados son inmigrantes, y la mayoría musulmanes. Para la mentalidad de la dependencia del poder, tan ajena a la liberal-democrática, vivir de subsidios y ayudas no tiene nada de malo: emigran a países europeos protectores precisamente por eso, o abandonan aquí a sus hijos para que los mantenga nuestro sistema. No hay mucho que reprocharles si nadie les advirtió de que eso es hacer trampa y podrían ser expulsados por ello; la expulsión ni siquiera era una solución legal. Y la trampa que nos tendimos a nosotros mismos fue no querer discutir el problema, con el efecto de aumento de la xenofobia y ese miedo a la inseguridad y el futuro que se apodera de todo.

Quizás el ejemplo más elocuente de que una cosa es el modelo económico y otra el político-cultural loesté dando China, aunque nadie sepa si durará su híbrido de estricta dictadura política, de mera retórica socialista, y veloz crecimiento económico con capitalismo de Estado (forma reforzada de capitalismo de amiguetes). Pero es la razón de que China sea el nuevo faro de la paleoizquierda huérfana y corrupta: el entusiasmo con Pekín de Sánchez y sus comisionistas es proporcional a sus problemas con la justicia. Y hay otros ejemplos elocuentes de crecimiento económico sin democracia liberal, como los países árabes del Golfo e Irán, o debilitada, caso de Turquía. En resumen: es posible acumular riqueza sin sufrir los engorrosos límites al poder y la corrupción típicos de las democracias liberales, ni sus culturas borrosas sin valores claros (libertinas, para ellos), y con una educación, innovación y crecimiento económicos a la baja o estancados.

La democracia no es sólo votar

Cada vez tenemos más evidencias de que la democracia no es un contenedor capaz de recibirlo todo, sino una cultura con sus propios contenidos. Algo que ya sabían los clásicos griegos, que tuvieron muy claro que el ethos (carácter) democrático era una cultura y no sólo un sistema de gobierno. Después lo olvidamos, quizás por falta de práctica de la democracia (en Europa solo hay tres países donde no se ha interrumpido desde 1815: Gran Bretaña, Suecia y Suiza, y con sus propias limitaciones).

Las opiniones de los jóvenes franceses musulmanes no son sólo un testimonio del fracaso de la educación a la hora de imbuir valores y hábitos republicanos, pues al fin y al cabo llevar la contraria a los adultos es parte constitutiva de la juventud, sino de la profunda incompatibilidad del islam con la democracia liberal. En efecto, cualquier religión que ponga su ley por encima de la ley civil general choca con los principios democráticos. Esto no es exclusivo del islam, ciertamente. Afecta igual a los judíos ultraortodoxos, a la ortodoxia cristiana rusa y al fundamentalismo hinduista. Pero solo el islam consigue hoy en día la identificación total de comunidad religiosa de creyentes (umma) con comunidad política.

En Europa occidental tuvimos la extraordinaria suerte de que siempre existiera separación de Estado e Iglesia, de modo que por poderosa que esta fuera la ley civil tenía su propio espacio y precedencia política. La propia Iglesia adoptó instituciones y hábitos que pusieron fundamentos importantes para la democracia moderna, como el carácter electivo de los abades de los monasterios o el autogobierno participativo de las universidades medievales. No fue un camino de rosas, sino de luchas y tensiones constantes entre Estado secular e Iglesia que culminó en las sangrientas persecuciones y guerras de religión de la reforma y contrarreforma.

Esas guerras y desastres llevaron a las mejores cabezas –Juan de Mariana, Spinoza, Locke– a defender la democracia como única cultura política que aúna libertad personal con Estado de derecho. Después olvidamos esta conditio sine qua non: para que la democracia resista a sus evidentes debilidades internas -como las decisiones a corto plazo, la profesionalización de la política y la desafección civil-, debe ser una cultura interiorizada, con hábitos de vida, y no sólo un sistema de gobierno e instituciones. Incluso la prosperidad económica exige a medio plazo decencia y lucha contra corrupción y oligopolios.

Defender el bikini contra el burka

Fue el cínico materialismo vulgar el que redujo todo a dinero y consumo, a derecha e izquierda. La libertad y la decencia política mueren si no son hábitos personales profundamente arraigados en la propia conciencia y en comportamientos sociales mayoritarios. Si fallan, el pluralismo democrático degenera a multiculturalismo de guetos hostiles, la escuela a factoría de bobos, la filosofía a autoayuda neurótica, la ciencia a opinión de redes sociales, y finalmente vuelven la religión integrista y el nihilismo, ayudados por cualquier basura ideológica concebible. Hasta el fútbol, la playa y la buena cocina peligran. Recuperar la democracia como cultura con hábitos de vida libre, o defender el bikini contra el burka, no es una opción, es una profunda necesidad.