Pedro Chacón-El Correo

  • Todos los partidos han demostrado que son capaces de hacer lo peor pero también lo mejor

La lacra que ha machacado literalmente el desarrollo normal de la política en España ha sido y es la corrupción. La corrupción entendida como el abuso de poder, la pérdida de sentido de lo que debe hacer un político cuando tiene la potestad de llevar al BOE lo que se decide en el Consejo de Ministros tras pasar por el filtro del Parlamento. Eso es lo que lo ha estropeado todo. Pasó al final del periodo de Felipe González, pasó con los gobiernos de Aznar, pasó con Rajoy, está pasando, y de qué manera, con Pedro Sánchez, mientras que con Rodríguez Zapatero, aparte de ser quien empezó a cavar la trinchera de separarnos de nuevo, en plan guerracivilista, se trata de un político que está corrompiendo a posteriori su condición de expresidente haciendo cosas muy raras en esas extrañas mediaciones con regímenes tan estupefacientes como el venezolano, por los que se debe estar llevando un pico.

Necesitamos de manera urgente una segunda Transición que parta de todo lo ya conseguido, que ha sido mucho. Felizmente no tendríamos ya terrorismo, que constituyó la corrupción máxima de nuestro sistema democrático: un minoritario sector político que consiguió ventaja electoral matando gente y que ha dejado como anestesiada a la sociedad vasca. Una segunda Transición que partiera con la ventaja de una estructura jurídico-política y autonómica con varias décadas de rodaje y de nuestra inserción en las principales estructuras internacionales, que ha derivado en cesión de soberanía en ámbitos como el económico, el comercial y el de defensa.

Una segunda Transición que igualara a todos los partidos en el sentido de que todos han demostrado que son capaces de hacer lo peor pero también lo mejor y que no diera el espectáculo que vimos esta semana en la celebración del medio siglo de la reinstauración democrática, representada por la monarquía, con partidos a la derecha y a la izquierda dando la espantada, lo mismo que los nacionalistas. Porque el nacionalismo tampoco es que lo haya hecho todo bien en estos años. En Cataluña está despilfarrando todo su capital político y social, lo que le ha llevado a quedar fuera del gobierno autonómico. Y en el País Vasco, donde tiene el máximo poder que nunca ha tenido y, sin embargo, se muestra siempre incómodo y con la necesidad consustancial a su ideología de manifestar dicha incomodidad permanentemente. Es como si tuviéramos todos asumido que dejarían de ser nacionalistas si se mostraran, al menos por una vez, corteses y atentos con el resto de la clase política española en un acto tan significativo como el del Toisón de Oro, que reconoció a políticos de un nivel que ahora no se da. Porque, en general, tampoco pueden decir desde el nacionalismo que les haya ido tan mal en estos cincuenta años, ¿no? Lo dicho, tenemos que exorcizar para siempre toda esa corrupción con una segunda Transición.