Rebeca Argudo-ABC

  • Me gusta porque lo humaniza todo a su paso (puedo imaginarla queriendo reír pero con los ojitos moraos de tanto sufrir) en este turbio retrato de una época que nos están dejando

A mí, la Paqui, me parece elemento fundamental en el entremés de los de la banda del Peugeot. No por imprescindible papel intelectual, ni por función logística, ni siquiera meramente instrumental; por inexcusable y esencial labor simbólica: la Paqui es rabioso costumbrismo patrio, folclore castizo, simbolismo etnográfico. A este sainete le faltaba el sello España, ser digno de representarse en un corral de comedias. Entre tanta Jésica y tanta Claudia, tanta Andrea y tanta Nicole, urgía una Paqui con mechas (también me habría servido una Amparo o una Maricarmen, pero mejor una Paqui), de cadera generosa, a la que conozcan todas las dependientas de El Corte Inglés.

La Paqui es de peluquería una vez a la semana (cortar y marcar), café con leche y magdalena (ni ‘cupcake’ ni ‘muffin’) a media mañana en el bar de siempre, cenita en restaurante bueno el viernes, sábado sabadete, las mejores ofertas del centro comercial, olor a guiso en el rellano. Lujo de barrio. «La Carlota se enrollará que te cagas», según Ábalos, pero la Paqui espera despierta, estoy segura, a su macho y eso no se paga con dinero (pero una visa oro nunca viene mal). Ya sabe que llega por cómo suena el ascensor. Se le paran los pulsos con el ruidito de la llave en la cerradura. Por eso nadie la supera en defensa de lo que es suyo. Lo mismo pide el DNI, aguardicivilada, que decomisa un ordenador a una redactora que, incauta, pretenda hablar con ella, versión libérrima y de autor del tirón de pelo y arañazo en la cara, de la pelea de gatas de toda la vida, porque es mío y ni mirarlo. A la Paqui no se le pisa lo fregao, intensidad ibérica toda ella. Y si hay que montar un fiestón (un piscolabis) para inaugurar piso nuevo, se monta y que no se respire miseria. Porrón de gente (que rabien de envidia, que lo cuenten mañana) y que se coma y se beba como si cocinase una abuela gallega. Visita a la planta 1 de El Corte Inglés hasta que tiemble la tarjeta, hasta que la llamen por su nombre, hasta que le hagan la pelota como si Serrano fuera Rodeo Drive y, Cerdán, su Richard Gere. Y la peluquera, ese día, que venga a casa y la maquille (¿será por dinero?). Qué señora, la Paqui, qué icono. Tan bolso grande, tan broche en el abrigo, tan laca, tan tupper, tan mantel de hule, tan croqueta de cocido. La Ariatna seguro que huele a perfume francés, pero la Paqui es agua de lavanda en envase de litro rellenable.

Me gusta la Paqui, no sé si lo he dicho, porque lo humaniza todo a su paso (puedo imaginarla queriendo reír pero con los ojitos moraos de tanto sufrir) en este turbio retrato de una época que nos están dejando. Ni siquiera necesita viaje a Marruecos ni trabajo en Adif, es feliz con su pensión de invalidez y su cuenta en El Corte Inglés. Qué icono, la Paqui, qué copla tiene.