Antonio R. Naranjo-El Debate
  • Negociar la Presidencia a escondidas con Otegi, rodeado por Cerdán y Koldo, supera ya todas las indecencias de un indecente sin límites

A Pedro Sánchez le hicieron presidente, por primera vez, todos los enemigos de la España que alguien con su cargo tiene la obligación indelegable de defender: todo el independentismo, golpista en el caso catalán y terrorista en el vasco durante muchos años; con el añadido del populismo chavista para completar el desolador paisaje.

Esta historia la hemos contado muchas veces: Sánchez iba a ser sacrificado en el PSOE, tras perder contra Rajoy sendas Elecciones Generales en seis meses y mantener bloqueado el país durante un año, y todo para cosechar dos de las peores derrotas históricas del PSOE.

Pero su codicia, que no tiene nada de brillante ni de maquiavélica, pero sí todo de inmoral, le llevó a vender su alma al diablo para a cambio de los votos en una espuria moción de censura, llegar a La Moncloa por la puerta de atrás, con el despacho arrendado por esa alianza de radicales de izquierda, separatistas y violentos que hoy le sigue manteniendo en el poder, a cambio de dádivas inconstitucionales y éticamente constitutivas de un potencial delito de traición.

Sánchez nunca pactó nada constructivo: simplemente se alquiló el poder ayudando a destruir su país, por la evidencia de que solo podía lograr y obtener respaldos si se sumaba a la tarea de demolición de España anunciada y perpetrada durante años, de distinta manera, por sus prestamistas. Solo alguien indecente como él, apoyado por una artillería mediática sufragada con dinero público y colonizada por personas de su misma catadura, hubiera estado dispuesto a aceptar el precio que tenía su estúpida ambición.

Amnistías, cupos, indultos, condonación de deuda, humillación, impunidad y todo tipo de tropelías han ido jalonando el viaje al averno de este Fausto de pacotilla, con una larga lista de Mefistófeles recordándole, a cada paso, cómo debía ir saldando su infame deuda.

Entre sus acreedores estaba Otegi, es decir Batasuna, esto es ETA. Alguna factura la destapó este periódico: traspasó al País Vasco las competencias penitenciarias para que, a continuación, se enviaran allí a todos los presos de ETA, en contra del criterio de sus cárceles de origen y con el objetivo de que, al llegar allí, pudieran salir de prisión en aplicación del laxo y cómplice régimen inducido. Un bochorno. Otra traición.

Ahora sabemos, gracias a Jorge Calabrés en El Español, que ese apoyo cerrado de Otegi, el que estaba en la playa con su familia cuando asesinaron a Miguel Ángel Blanco, lo logró Sánchez en una reunión clandestina con él en un caserío, acompañado por Cerdán y Koldo, con el respaldo logístico de Antxon Alonso, presente también en la trama de corrupción que va a acabar con los dos secretarios de Organización del PSOE una larga temporada en la sombra.

No había dudas, era una obviedad, pero constatarlo de una manera tan grosera es intolerable: Sánchez negoció su Presidencia en un espacio muy similar al que utilizaba ETA para guardar sus armas o esconder a sus secuestrados; apretando la mano con un condenado por terrorismo que jamás ha repudiado las matanzas de sus amigos.

Tenemos un presidente al que no quieren los ciudadanos pero al que eligen ETA, a escondidas, o Puigdemont, en el extranjero. Si esto, unido a todas las bellaquerías corruptas y a su peligrosa deriva antidemocrática, no es suficiente para que España entera grite «basta ya» y la democracia se defienda, sus próximos pasos acabarán definitivamente con ella. Qué vergüenza todo.