Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Todos se venderán como antisanchistas. Los primeros, los socialistas. He aquí una de las pocas certezas sobre el futuro próximo de España.

La banda del Peugeot caerá entera, como corresponde a estas cuadrillas: quien más quien menos pasa unos años a la sombra. Las pocas excepciones son el ingenuo que les acompañó un tiempo sin saber lo que pasaba. El membrillo al que torean, no se entera y se siente importante. Al pobre, un Cerdán le cae simpático por… su don de gentes. La liberalidad de un Koldo le procura nuevas experiencias. Pero a ver, el jefe de la banda del carro nunca es el iluso del grupo, el membrillo de la banda. No hay sanchista que pueda aducir eso porque equivaldría a presentar al número uno como un pringao. Línea de defensa impensable en el sanchismo, un régimen de culto al líder tan intenso que se extiende a los familiares. Corea del Norte, la Rumanía de Ceaucescu, la Argentina de Perón, la Venezuela del socialismo del siglo XXI y la España del socialismo del siglo XX (primer tercio), aparecida un siglo después por artes espiritistas. Con ectoplasmas, voces de muertos, trances, mesas que se mueven y tal.

En su caer, los del Peugeot están siendo muy ordenados. Uno detrás de otro. Solo falta la pieza gorda. El pez con cuya captura se harán imágenes falsas de IA una legión de lameculos actuales, ataviados de pescadores deportivos: pantalón corto, posando con el atún rojo. Todos se venderán como antisanchistas. Los primeros, los socialistas. He aquí una de las pocas certezas sobre el futuro próximo de España.

Quienes no vivieron el final del franquismo no pueden ni imaginar las repentinas conversiones que se dieron en la masa social franquista. El 22 de noviembre de 1975 aguantaron horas de cola para despedir al Caudillo en su capilla ardiente, la lágrima suelta; a los siete meses, ante el tenor de los discursos de Suárez, empezaron a sentir la necesidad de contar con algo en su biografía –había que hurgar– susceptible de convertirse en una muestra de antifranquismo, por tímida que fuera.

Los que no hallaron nada de nada en su pasado que pudiera colar como oposición al franquismo, y además habían dejado buena huella de su adscripción al régimen, tenían dos vías. A) La «vía Samaranch»: consistía en callar sobre Franco pero ponerse, por ejemplo, a alabar a la Unión Soviética (algo que le resultó extraordinariamente rentable). B) La «vía convergente»: adoptada tanto por la burguesía catalana como por la Cataluña profunda, con equivalentes en toda España; consistía en vender como antifranquismo ciertas actividades neutrales que sí habían realizado: ser del Barça, ver sus partidos, practicar el montañismo, haber pertenecido a un grupo que cantaba habaneras. O bien, a la desesperada, hablar catalán en casa (como casi todos los franquistas catalanes). Hay que ser corto para creerte que alguien ha sido antifranquista porque su club, decían, era más que un club. Pero coló. Extraiga cada cual sus conclusiones. Por cierto, las generaciones limpias, ajenas a aquella gran impostura, han reaccionado al año Franco de Sánchez haciéndose franquistas. Esa no la esperaba nadie. Toma.