Víctor Lenore-Vozpópuli

Este fin de semana hablaba con un sindicalista veterano, que conoce bien las disfunciones del campo progresista: «La izquierda no está comprendiendo la nostalgia del desarrollismo que tienen los jóvenes. Creo que no es solo algo material, sino también cultural: una rebelión contra los adultos infantilizados de 35. Esos chicos se rebelan proclamando que quieren ser hombres como antes y tener familia como antes y una casa como antes. Las maestras ‘progres’ de 35 se escandalizan porque los chicos ya no quieren viajar a Praga ni vivir la soltería…», explica. Estamos ante una triste inversión de papeles, que a veces se vuelve grotesca.

Estampas recientes para ilustrar el problema son Pedro Sánchez vestido de festivalero en su visita a Radio 3, Yolanda Díaz con su cháchara de cuentacuentos o Irene Montero desplegando en las tertulias su discurso de antisistema adolescente. Un imagen de la solución son los debates del asesinado Charlie Kirk, defensor de la estabilidad laboral y de los vínculos fuertes como ‘Dios, patria y familia’. El trabajo constante de su organización —Turning point USA— cambió por completo la temperatura universitaria del país: de santuarios contraculturales a nidos de normies que aspiran a la vida de sus abuelos o bisabuelos, todo lo que los hippies consideraban alienante. En Estados Unidos, donde no hay equivalentes a Franco, los jóvenes también miran hacia atrás.

Vito Quiles ha intentado aprovechar el ejemplo de Kirk, pero le falta su cultura y consistencia. De todos modos, ya nadie duda de que viviremos un pendulazo, solo nos preguntamos cuándo llegará y cómo será de profundo. Otra amiga periodista, madre de dos y con los pies siempre en el suelo, me contaba que “es curioso lo que está ocurriendo. La generación criada sin jerarquías, ni en casa ni en la escuela, es la que está pidiendo que vuelva el orden y los límites”, explicaba. El experimento educativo progresista ha fracasado, vuelven los valores de toda la vida.

No tienen hijos, tienen perro

Ante este panorama, la izquierda parece empeñada en el autosabotaje. El ministro Óscar López compartió un tuit donde señalaba que si Santiago Abascal gana las próximas elecciones traerá programas de vivienda similares a los de Falange. Varios influencers de derecha difundieron el tuit encantados. La actriz Julia de Castro quiere abolir la familia, la también actriz Blanca Portillo intenta convencernos de que no necesita hijos porque tiene perro, pero sus testimonios solo generan debates donde asoma una creciente mayoría de familistas. Mientras tanto, víctimas del narcisismo terminal como Ángeles Rodríguez ‘Pam’, que llegó a secretaria de Estado, amenaza con irse de España si la extrema derecha alcanza el gobierno, provocando las respuestas que ustedes se imaginan.

La izquierda actual basa su discurso en las neurosis de intelectuales urbanitas, que ponen la diversidad sexual por encima de los problemas laborales y familiares de la clase media agonizante. Es normal que los chavales se diviertan troleando en redes haciendo suya la emblemática placa gris y negra de las viviendas de Falange y el momento de la capilla ardiente de Franco en que un obrero de mono azul se cuadra ante el cadáver hasta que llegan dos bedeles a expulsarle.

No siempre son casos de amor al franquismo, sino de rechazo al discurso infantilizado de unos ‘adultos’ que no tuvieron agallas para afrontar los conflictos que atenazan a los jóvenes de hoy. Más allá de los memes y las bromas, lo que de verdad rechazan es el sistema actual, que conocen y sufren a fondo.