Pedro Chacón-El Español
  • El ‘pacto del caserío’ marcó un cambio de tendencia en el tablero de alianzas por el Gobierno de España, dándole por primera vez la interlocución con Madrid a Bildu en detrimento del PNV.

Pedro Sánchez ha encabezado una banda de trepas políticos sin escrúpulos. Como se ha visto, sus fieles escuderos, José Luis Ábalos y Santos Cerdán, fueron preparando el terreno a la espera de su oportunidad para sacar rendimiento contante y sonante a su fidelidad.

Esta banda convirtió la política española, y sobre todo la entente con los nacionalismos (clave para la obtención del poder central) en una suerte de mesa de tahúres donde todo valía con tal de conseguir la mano.

El episodio del pacto del caserío, del que nos hemos enterado por este medio, supuso una jugada maestra entre Sánchez y la izquierda abertzale. Un pacto que marcaba el inicio de una tendencia donde se ponía en juego la influencia política de ambos en el tablero de alianzas por el Gobierno de España.

Aquel pacto de 2018 se entiende, por la parte vasca, si vemos la comparativa de EH Bildu con el PNV en los resultados de las elecciones generales.

En 2016 tenían 2 escaños por 5 el PNV. En 2019 pasaron a 5 escaños por 6 el PNV. Y en 2023, Bildu consiguió 6 por 5 el PNV (dado que el PNV en Navarra no rasca bola, y en cambio Bildu obtiene siempre alguno en el Viejo Reino).

El PNV, acostumbrado desde el inicio de la Transición a hacer y deshacer a su antojo como interlocutor único en los despachos con el partido de turno en el Gobierno en España, nunca tuvo nada que temer, ante una izquierda abertzale tirada al monte. Y aprovechó a destajo los beneficios de ser el partido moderado y con el que se podía negociar dentro del nacionalismo.

Así lo consideraron todos los presidentes, desde Felipe González, pasando por AznarZapatero y Rajoy.

Para todos, el PNV fue el único interlocutor vasco en Madrid. Con lo cual el partido fundado por Sabino Arana se convirtió en lo que hoy es: un partido de régimen que hacía y deshacía en el País Vasco, por encima incluso de las sucursales vascas de PP y de PSOE, a las que puenteaba sin piedad.

Esta dinámica fue reduciendo con el tiempo a dichas sucursales a lo que hoy son: el PP, un partido minúsculo y el PSOE, la muleta de los gobiernos del PNV tanto en el Parlamento de Vitoria como en las Diputaciones y principales ayuntamientos.

Había que contar todo esto para poder comprender la importancia de lo que supuso el acuerdo de Sánchez con Otegi en el caserío al que los llevó el chófer Koldo García, y con Cerdán como maestro de ceremonias y el concurso del empresario Antxon Alonso, conocido de Otegi por ser ambos del mismo pueblo, Elgóibar.

Fue una jugada maestra porque significó, con todas las cesiones que hubiera que hacer, darle por primera vez la interlocución protagonista con Madrid a la izquierda abertzale en detrimento del PNV.

«El cambio de papeles estaba ahí. Por primera vez, el PNV perdía pie en su tradicional dominio de la política vasca»

Y la principal cesión estaba clara: las prisiones, y con ellas la política de presos, pasarían a ser competencia del País Vasco por primera vez desde el inicio de la Transición.

La transferencia se materializó en octubre de 2021, cuando era todavía lehendakari Iñigo Urkullu. Y ahora hay que reescribir todo lo que se dijo entonces sobre aquella transferencia, cuando todos creíamos que se hacía para amarrar al PNV como socio preferente de Sánchez. O cuando afirmaban sus promotores que no tenía nada que ver con el traslado de presos.

Era todo lo contrario: no se hacía por amarrar al PNV, sino a Bildu. Y, efectivamente, se hacía para trasladar a los presos.

La prueba está en que cuando cambió el Gobierno vasco, en el nuevo gobierno de coalición PNV-PSE del lehendakari Pradales la Consejería de Justicia, competente en materia de prisiones, por primera vez pasó al PSE, para sorpresa de todo el mundo.

Era el PSOE, con sus pactos con Bildu, el que iba a gestionar directamente el traslado de presos y las excarcelaciones. Muestra evidente de que quien mandaba en la distribución de competencias ya no era sólo el PNV, como había sido históricamente desde el comienzo de la Transición.

El cambio de papeles estaba ahí. Por primera vez, el partido de Sabino Arana perdía pie en su tradicional dominio de la política vasca. Ya había otros agentes que eran capaces de marcar la agenda y de interlocucionar directamente entre sí sin la mediación de los jeltzales.

«Una banda de tahúres sin escrúpulos ha conseguido que el PNV se someta a sus ritmos»

En definitiva, una banda de tahúres sin escrúpulos ha conseguido que el PNV se someta a sus ritmos. Y el PNV escenificó entonces que la decisión se tomaba por acuerdo de su consejo supremo.

Recuerden aquella reunión en la que un grupo de chapelaundis (el Euskadi Buru Batzar) decidió, en la víspera del 1 de junio de 2018, votar a favor de la moción de censura de Sánchez, con la excusa de que la sentencia de la Gürtel condenaba al PP por corrupto (en una frase que luego tuvo que enmendarse).

Pero no hubo tal decisión autónoma del PNV. Porque para entonces estaba ya todo atado y bien atado. Y ahí contó el factor palacete de París, golosina imposible de rechazar para el PNV, promesa que haría de engrase para que este partido aceptara su nuevo rol de segundón.

Los jerarcas del PNV quedaron obnubilados: les perdió su voracidad y el recuerdo de José Antonio Aguirre, que lloró cuando en 1951 le quitaron el palacete entre el Gobierno de Franco y el de París.

Pero, paradójicamente, por obtener un palacete van a perder la hegemonía política en el País Vasco.

Ahora se entiende también que Bildu fuera de los primeros en felicitar al PNV por la obtención del palacete. De ir como pollos sin cabeza del nacionalismo vasco, haciendo mucho daño a mucha gente, han aprendido a beneficiarse también ellos.

Sólo hizo falta que llegara alguien como Pedro Sánchez a la primera línea de la política española para que lo consiguieran. Se necesitaban mutuamente.

*** Pedro Chacón es profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV/EHU.