Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Es en ese momento cuando Ábalos ve por fin lo que Aldama había descubierto tiempo ha, trabajándose una imagen en Horizonte y ganándose la futura lenidad de los jueces a base de colaborar de verdad, de contar hechos que permiten a los instructores avanzar

Los empurados del Peugeot han tardado en darse cuenta de que están acabados y se van a comer un marronazo del siete. La más extendida superstición es la que da por hecho que el poder existe, y los tres pringaos no solo la comparten, cosa normal, sino que han venido creyendo asegurada su impunidad al atribuirle esa cosa que tanto reverencian y no entienden, el poder, al cuarto del Peugeot, el del medio de los Chichos. El que en la canción le decía al de Estopa que era muy bueno. Tan zalamero como Sánchez. Ver a tu compinche vacilándole al Rey, coloreando el BOE de rojo como un párvulo caprichoso, tantos uniformados firmes a su paso, esa cosa del aura presidencial… (Pura chorrada de fantasiosos impresionables). Como fuere, los esforzados reos del Peugeot jamás habían barajado la posibilidad de acabar sentados en el banquillo.

Su poderoso amigo lo impediría; para eso la Fiscalía era suya en propiedad; para eso habían comprado una mayoría parlamentaria que se iba a imponer a todos los poderes del Estado con un poquito de ayuda de la indecente prensa progresista, capaz de decir cualquier barbaridad o canallada para sobrevivir dos meses más. Esa, digamos, mayoría parlamentaria era y es una túnica hecha de retales mal zurcidos. Les deja el culete al aire. Pero eso lo neutraliza la falta de manías de la gente del bronce.

De repente, tal como les ocurre a tantas víctimas de la hibris —ya horteras, ya finos—, la realidad sobreviene con espantosa crueldad. Que los noticiarios exhiban sus vergüenzas no lo llevan tan mal. Tienen estómago para estas cosas, salvo la santa de Cerdán. Entonces, ¡zas! Un fiscal les pide veinte años a la sombra. (¡Un fiscal, cabronazo! ¿No dependían de ti?) Empiezan a madurar, se dan cuenta de que el poder en ellos fue una droga cuyos efectos se pasan. Antes que nadie a los íntimos del Uno, los pobres diablos del Peugeot. Con lo que ellos habían hecho por el jefe de la banda… Podemos imaginar perfectamente las idas y venidas, los intentos de apaciguarlos, los «ya te lo arreglaremos», los «ten paciencia», los preocupantes «tú mismo», los silencios finales. ¡Os han dejado colgados, troncos! Sálvese quien pueda.

Es en ese momento cuando Ábalos ve por fin lo que Aldama había descubierto tiempo ha, trabajándose una imagen en Horizonte y ganándose la futura lenidad de los jueces a base de colaborar de verdad, de contar hechos que permiten a los instructores avanzar. Estas estrategias hay que trabajárselas, y Ábalos, viéndose vendido, lo ha pillado. Tarde, pero a tiempo quizá de hacerle mucho daño al gran traidor, y de pagar solo cinco años en el trullo en vez de veinticinco. Cerdán es más lento; no descarto que el iluso esté todavía en el nivel del juego en que los enviados de Sánchez te aplacan con gatitos dorados de los chinos. Koldo, por su parte, se sitúa más en línea con Ábalos. ¡Y encima grababa todo compulsivamente! Bien.