Antonio R. Naranjo-El Debate
  • Ya no se trata de que Sánchez se vaya, sino de que pague el precio justo por sus destrozos y abusos

El presidente del Gobierno oficializó ayer en el Congreso, donde carece de mayoría parlamentaria y se coloca por ello en una ilegitimidad e inmoralidad paralizantes para España, definitivamente al margen del Estado de derecho y, por tanto, contra la democracia.

Lo hizo al situar su verdad, que suele ser una mentira escandalosa o en el mejor de los casos una simple opinión de parte, por encima de una sentencia del Tribunal Supremo e insistiendo, con su chulería engolada habitual, en que otras instancias declararán inocente a Álvaro García Ortiz, el soldado al que movilizó para perpetrar una repugnante operación de derribo a Ayuso.

A Pedro Sánchez no se le escapa que el Supremo es la última instancia judicial de España y que nada ni nadie puede declarar inocente a un culpable una vez emitida una sentencia. Sólo en muy contadas excepciones, puede anularse el fallo por razones muy precisas, que no varían la conclusión penal pero pueden revocarla total o parcialmente por cuestiones, digamos para entendernos, relativas a las formas y los procedimientos.

Que a sabiendas de eso, Sánchez anticipe una cacicada del Tribunal Constitucional demuestra la conformación de una especie de Estado paralelo, distinto al real y ajeno a sus normas, donde se aplican unas reglas alternativas al dictado de este cacique vestido de seda.

En él, el Poder Legislativo no es importante y se puede gobernar sin él, transformando los 121 diputados propios en una aplastante mayoría absoluta por estar encabezados por un visionario dotado de una autoridad ajena a las convenciones constitucionales y emanada de un bien superior que, por supuesto, él representa.

En él, también se puede sustituir el Poder Judicial ordinario, anclado en el franquismo y en la conspiración contra su liderazgo progresista, por una especie de Tribunal del Pueblo que, bien colonizando las instancias judiciales existentes o creando otras nuevas, dicten las sentencias o impulsen o prohíban las causas que el Gran Timonel considere oportunas.

El uso de la televisión pública para mentir o para perseguir, la transformación del CIS en un arma de inducción de voto o de blanqueamiento de amaños posteriores, si fuera necesario, y la obscena manipulación de las estadísticas oficiales para simular una prosperidad económica inexistente, completan el Parque Temático de acento norcoreano de Sánchez, un peligro para la democracia desde el primero al último de sus tristes días.

La desfachatez se completa con la aplicación de esa dinámica golpista en un contexto de corrupción, enchufes, prostíbulos, entradas en prisión y sospechas mafiosas de dimensión desconocida, que afecta a quienes le llevaron al poder y también a su familia.

Y se remata con una batería de mensajes insurgentes proclamados desde el propio Gobierno, con ministros y vicepresidentes llamando a acosar al Supremo y a tomar las calles contra él.

El paso dado por Sánchez, mientras sus creadores más íntimos como Ábalos o Koldo empiezan ya a delatarle para adecentar un poco su horizonte penitenciario, confirma su desesperación, su miedo no solo a perder el poder sino también a acabar él mismo en el Supremo.

Y adelanta la guerra por su supervivencia contra la democracia, con todas las herramientas a su alcance, desde la agitación social hasta la insurgencia legal, pasando por el uso espurio del poder y las concesiones más indignas a sus aliados para mantener prietas las filas.

Pero no le valdrá de nada, dejará una herencia dolorosa y difícil de cerrar rápido en el corazón de la democracia, pero caerá con el mismo estrépito que ha ido creando. Solo queda por saber cuándo será ese desplome, cuál será la dimensión del daño provocado hasta ese momento y cuál será el castigo posterior más allá del estrictamente político, de carácter penal.

Porque ya no basta con que Sánchez se marche: hay que destripar su oscura etapa, hasta el último detalle, y pasarle la factura que su indecencia merece. Y no debería ser muy distinta a la del trío que le aupó en el PSOE, le afinaron la moción de censura y le apañaron los pactos infames con un terrorista, un prófugo y un golpista. En Soto del Real hay sitio de sobra para todos.