Luis Ventoso-El Debate
  • «¿Pero tiene algo gordo sobre ti?», clama ella nerviosa y enojada en los largos insomnios de la madrugada palaciega

Arqueólogos árabes han encontrado varios rodillos manuscritos que contienen cuentos inéditos de la legendaria Sherezade. Se trata de algunos de los relatos que le contaba cada noche al sádico y caprichoso sultán Schahriar, a fin de mantenerlo expectante con sus historias y evitar ser decapitada (trágico, si nodde las tres mil esposas del sátrapa previas a ella). En rigurosa exclusiva mundial ofrecemos uno de los relatos, recién descubierto en una excavación en el desierto:

Corre una noche otoñal en un palacio de Las Mil y Una Noches, en el que moran Gavilán y Pichona, una espigada y enflaquecida pareja de arribistas. Él es el visir del sultanato, pero fabula con convertirse algún día en califa perpetuo. Disfrutan de las prebendas del poder sin contar con el respaldo del pueblo, gracias a su alianza traidora con unas tribus insurrectas del norte y el noreste.

(Pichonagirándose adormilada en la mullida almohada, observa a Gavilán, que está a su vera mirando al techo con los ojos abiertos como platos y los labios fruncidos en rictus de extrema tensión): Una noche más estás en vela. Llevas unos meses fatales de insomnio. Lo noto en que ya no escucho tus ronquidos como antes.

(Gavilánsin dejar de mirar fijamente al techo): No es cierto, duermo perfectamente.

(Pichona): Mientes a todo el mundo, y encima te lo consienten, pero a mí no me engañas. Estás hecho polvo, flaquísimo y demacrado, y además últimamente no pegas ojo. Me doy cuenta de lo que te pasa. Soy catedrática, no me chupo el dedo, y yo también estoy preocupadísima viéndote así. ¿Crees que si lo llevan a las mazmorras va a empezar a cantar? Ya ha dado un doble aviso…

(Gavilán): ¿A cantar qué?

(Pichona): Pues sobre vuestras andanzas juntos, todas aquellas cosas raras que hicisteis para tomar el poder. De los cuatro que ibais en la caravana buscando apoyos, uno ya ha estado en las mazmorras y otros dos van de camino. Y tú eras el cuarto… ¿Tiene algo gordo sobre ti o no?

(Gavilán): Te prometo sobre la memoria de tu padre, al que tanto debo, que no he hecho jamás nada de lo que deba preocuparme. Acaso mi único error fue forzar un poco la máquina por ayudaros a ti y a mi hermano, pero ahí media el eximente de que toda persona de bien y progresista tiene como primer deber echar una mano a las personas más queridas.

(Pichona): Menos rollos, que llevamos ya más de veinte años casados y nos vamos conociendo. Tú no dices una verdad ni cuando te atragantas, y si no duermes y estás hecho puré es porque tienes miedo de que este tío tire de la manta si lo encierran.

(Gavilán): Me ofende sobremanera que hables así de mi persona, francamente. Pero no son horas para ponerse a discutirlo. Para tu tranquilidad solo puedo decirte que conservo resortes para frenar lo que pueda ocurrir. Esos guardias investigadores que están resultando molestos siempre pueden ser apartados por la vía de la sublimación percuciente, es decir, mediante una patada hacia arriba, un ascenso que los aleje de esta materia. Y la acusación judicial, pues come en mi mano. La nueva es tan de la causa como el anterior, aunque esperemos que resulte menos patosa y no se le ocurra una majadería como la de ponerse a quemar las pruebas delante de los guardias, como hizo el otro animal. Y luego está el importante detalle de que aquí, en Palacio, tengo a más de 500 escribas y pregoneros empleados en hacerme propagada y embaucar al vulgo. Está todo controlado.

(Pichona): Ya, pero eso es lo mismo que decías cuando empezó lo mío, y aquí sigo, acusada de esto, aquello y lo de más allá. ¿De verdad que no tengo que preocuparme? Cuándo andabais por ahí los cuatro de caravana, ¿tú te retirabas a tu jaima temprano? ¿Nunca te mezclaste en las bacanales que organizaban? ¿No sabías nada del trinque que se traían entre manos? Hay que ser muy pánfilo para no notarlo. Hasta nosotros mismos hemos cobrado a veces en sobres de billetes…

(Gavilán): Mírame a los ojos, cariño. Te lo repito. Te garantizo por la memoria de tu padre, aquel gran mercader de las relaciones interpersonales, que estoy limpio como una patena. Esto es una conjura de gente a la que no le gusta que yo sirva al pueblo de manera noble y desinteresada. Pero el tiempo nos dará la razón y pondrá las cosas en su sitio. No hay nada de nada. Bulos y más bulos de nuestros enemigos, puedes creerme. Y ahora intenta descansar. Nos quedan muchos años en Palacio. De hecho, si me salen algunas cosas que estoy preparando igual no nos vamos nunca.

(Pichona): Eso mismo digo yo. No sé por qué en lugar de ser el visir no te conviertes de una vez en el sultán perpetuo. Tienes un montón de gente que te debe el puesto y te apoyaría y al pueblo comprado con tus aguinaldos a costa del tesoro del sultanato.

(Gavilánprorrumpiendo en una carcajada locuela y extemporánea): Son ya las cinco y no he comido. Me voy a levantar, a desayunar algo.

Las luces del suntuoso dormitorio palaciego se apagan. A lo lejos suena desde lo alto de un minarete una melodía embriagadora, la llaman ‘La Danza de las Chirimoyas’. (Continuará).