Ignacio Camacho-ABC
- Orriols sólo ha trasladado a la cuestión migratoria la lógica xenófoba de un nacionalismo de pulsiones antiespañolas
El modelo político catalán está roto desde el ‘procès’ y la proclamada reconstrucción de Illa no es más que un espejismo, una entelequia. El actual presidente de la Generalitat ha recogido una parte del antiguo voto pujolista –el de la burguesía templada que desconfiaba de la secesión– junto a la habitual clientela del PSC, pero el conglomerado nacionalista se ha descompuesto en su propia dinámica antisistema. Esquerra pierde fibra, Junts no logra superar la debilidad del liderazgo del prófugo de Bruselas y ahora ambos se ven amenazados por la irrupción de la alcaldesa de Ripoll con un discurso que empieza a abrirse paso en las encuestas fundiendo el problema de la inmigración con la reivindicación de la independencia.
Calificar de xenófoba a Silvia Orriols es un pleonasmo; todo el separatismo está basado en un sentimiento irracional de rechazo a lo extraño. Sólo que ella añade el repudio a los musulmanes y los latinoamericanos a esa pulsión excluyente hasta hoy centrada en los españoles y el Estado. Era cuestión de tiempo que la cuestión migratoria entrase en el ‘procesismo’ para desestabilizar sus tradicionales postulados; cuando se abre el armario de la pureza vernácula es muy difícil volver a cerrarlo sin que se escapen los demonios allí encerrados. La doctrina de ‘un sol poble’ escondía un delirio mesiánico, una mitología segregacionista donde siempre queda un sitio para los profetas incendiarios.
A muchos votantes nacionalistas les preocupa la creciente proporción de inmigrantes africanos, cuya llegada propició el propio independentismo en la idea de que la inmersión lingüística los asimilaría con rapidez a su credo irredento. Pero tenían escrúpulos de acercarse a Vox por su hostilidad al autogobierno. En Aliança Catalana han encontrado la coartada ideal, el programa perfecto: fuera todos los extranjeros, incluidos los españoles, por supuesto. Una variante inopinada del ‘procés’, una versión 3.0 surgida de la Cataluña profunda donde la convivencia se deteriora entre una profusión de guetos étnicos. Una papeleta que todo buen catalán puede escoger sin remordimientos de traicionar el destino manifiesto.
Lo que se está perfilando es una implosión electoral que puede triturar la vigente correlación de fuerzas parlamentarias. El empate entre PP y Vox descompone la derecha convencional en una minoría fragmentada; los socialistas sufren el desgaste del sanchismo, aunque la estructura del tripartito aguanta; Puigdemont, acosado por la pujanza de su nueva rival, no sabe cómo contener su baja ni si el alejamiento del presidente del Gobierno le beneficia o le daña. La milonga de la normalización ha devenido en farsa porque el virus soberanista no ha dejado de debilitar el sistema inmunitario de una sociedad trastornada por sus viejos fantasmas. Al final, la xenofobia sólo se transforma según las leyes de la termodinámica.