- El capitalismo y la globalización neoliberal han sido validados por una visión ortodoxa de la política económica que, en sus aspectos principales, Vox sigue defendiendo con total y absoluta fruición.
Carlos Hernández Quero me parece un político solvente. Cuando habla, no resuenan los clásicos argumentarios vacíos de partido, los habituales soniquetes huecos que inundan nuestro debate público.
El acento en materia de vivienda, una de las preocupaciones y carencias materiales más acuciantes de los españoles, que el diputado de Vox ha venido poniendo en los últimos tiempos, muy relacionado con su investigación académica, me parece un acierto discursivo y una estrategia política ganadora.
Por primera vez, Vox no sólo arremete de manera burda contra “lo woke”, “los progres” y “la izquierda socialcomunista”, en un gran cajón de sastre donde conviven desvaríos objetivos de la izquierda oficial junto a una colección de prejuicios ideológicos, medias verdades, deducciones capciosas y contradicciones tan difíciles de cabalgar como las de Pablo Iglesias.
Por primera vez, en Vox aparece una referencia medianamente consecuente con “la justicia social”. Si tal cosa les importa, para ser creíbles hay que empezar a poner el acento de la crítica en la derecha del dinero y los fondos de inversión.
A partir de aquí, cabe precisar conceptos tan gaseosos, descenderlos al nivel de la realidad que ocupa y preocupa a millones de españoles para comprobar la consistencia última de la defensa de la justicia social por parte de esta nueva derecha radical o identitaria.
Como bien suele recordar el diputado y flamante portavoz parlamentario de Vox, la vivienda no es una isla aislada de muchos otros aspectos de la política social o económica.
Indudablemente, los flujos migratorios descontrolados o carentes de regulación ejercen una importante presión sobre la demanda de vivienda, especialmente en algunos núcleos poblacionales sobrecargados demográficamente, que aspiran a ser, o de facto ya son, ciudades globales, con una clara inserción en las grandes dinámicas financieras y económicas de dimensión multinacional.
La libre circulación de personas es el correlato lógico de la globalización capitalista, de la progresiva dilución de la soberanía nacional en un gran mercado global con menguantes reglas, deficiente regulación y un triunfo progresivo de la ideología neoliberal triunfante a partir de la década de los ochenta del siglo veinte: impugnación del Estado socialdemócrata-keynesiano de posguerra, tras la importante crisis del petróleo, en sus facetas productiva, reguladora y redistributiva.
La libre circulación de personas no aparece como fórmula democrática de emancipación, sino a modo de proliferación de mano de obra barata para la generalizada depauperación de los trabajadores y la correlativa maximización de la rentabilidad del capital.
He aquí la principal objeción que debemos poner al Camarada Quero y a su partido. El capitalismo global y la globalización neoliberal han sido validados por una determinada visión ortodoxa de la política económica que, en sus aspectos principales, Vox sigue defendiendo con total y absoluta fruición.
En materia de pensiones, la derecha identitaria sigue apostando por la fórmula chilena pinochetista consistente en apostar por un sistema de capitalización, hacia el que se caminará gradualmente desde una fórmula mixta entre el reparto y el ahorro personal.
La capitalización no deja de ser un pretendido modelo de ahorro privado o personal, detrás del cual se encuentra el poderoso lobby bancario, oh sorpresa, y la misma derecha del dinero hacia la que ahora parecen dirigir sus vituperios el Camarada Quero y sus correligionarios.
Mientras que algunos de ellos ponen el acento en la precariedad material, basada en salarios paupérrimos y condiciones laborales de explotación (esos trabajos de precariedad extrema que la señora Ayuso y la derecha neoliberal parecen querer reservar para los inmigrantes, en otro ejercicio sin par de clasismo por parte de los que ven a las personas como mera fuerza de trabajo), aplauden la ocurrencia de las entidades financieras para seguir ampliando la rentabilidad de sus negocios sobre la base de una quimera.
«Ahora que el Camarada Quero y sus compañeros abordan la política de vivienda cabe preguntarse si la sedicente defensa de la justicia social no es contradicha por la vía de los hechos»
Esa misma que consiste en pensar que el ahorro privado pueda sustituir a un sistema de reparto, no carente de disfuncionalidades, cuando tal presupuesto es completamente irreal para la amplia mayoría de la población española, que vive al día, con lo justo, sin capacidad siquiera de cubrir sus necesidades materiales más básicas.
Cuando la (pretendida) derecha de la justicia social se olvida de ella en materia de pensiones, alguno podría atribuirlo a un despiste mayúsculo por su añeja orientación, la que hasta hace quince minutos diseñaron los economistas neoliberales, algunos cercanos a la Escuela Austríaca, que dirigían la nave verde en la misma senda ortodoxa y antisocial que el capitalismo global ha seguido durante décadas, desde centros neurálgicos de poder como la Troika o admoniciones como las del Consenso de Washington.
Pero no es despiste. Es un artefacto genuinamente contradictorio, diseñado para combinar retórica y esencia diametralmente reñidas, opuestas y antagónicas.
Ahora que el Camarada Quero y sus compañeros abordan la política de vivienda poniendo un especial acento a los impuestos para la compra de vivienda (IVA en obra nueva, ITP en segunda mano) cabría preguntarse si la sedicente defensa de la justicia social, de nuevo, no es contradicha por la vía de los hechos.
Los verdaderos impuestos progresivos a la concentración de la propiedad en pocas manos, ambición que se les supone a los conservadores que ambicionan distribuir la propiedad, son aquellos que gravan la riqueza general de las personas: IRPF, especialmente en lo referente a las rentas del capital, Impuesto de Patrimonio (el Impuesto a las Grandes Fortunas es una chapuza tributaria que surge a consecuencia de la eliminación de facto de aquel impuesto tras su cesión normativa a las CCAA) e Impuesto de Sucesiones y Donaciones.
Pues bien, hoy Vox sigue empeñado en garantizar que quien tenga un patrimonio de varios millones de euros goce de importantes exenciones fiscales y que quien herede un puñado propiedades en un barrio de lujo sea tratado fiscalmente de manera extremadamente favorable y, comparativamente, de forma más complaciente que quien hereda un modesto piso en Villaverde o Vallecas.
El viejo truco de prometer rebajas fiscales sin ser capaces de diferenciar impuestos directos o indirectos, impuestos progresivos o proporcionales (y con efectos regresivos) suele ser efectivo y calar, por el nivel deplorable del debate público.
Pero no deja de ser tramposo.
A la hora de la verdad, si uno se detiene con un mínimo de rigor en analizar la política económica y fiscal que siguen promoviendo los (dizque) soberanistas, uno se da cuenta que los aplausos a Milei en el Viva no son producto de un despiste superlativo o una rémora ideológica, sino de la clásica estrategia de los partidos catch-all, intentar rentabilizar el espacio electoral defendiendo, si es menester, una cosa y su contraria.
Un último recordatorio. Las voces izquierda y derecha, herencia directa de la modernidad, apelaban a los privilegios de origen, los característicos de la sociedad estamental, de un Antiguo Régimen repleto de privilegios.
Tan idealista y utópico es el progreso lineal hacia el futuro, ininterrumpido y pueril, como la regresión a un pasado pretendidamente bucólico, falsariamente almibarado.
Tal estrategia responde, en el fondo, a la misma operación de marketing que caracteriza a la política de la posmodernidad. Querer contarnos que cierta solvencia intelectual, aderezada de una estética desenfadada y culturalmente punk, puede fundir a Trump y a Milei en un pastiche digerible.
Como si el sedicente patriotismo del Camarada Quero y acólitos no se tambaleara cuando rinden pleitesía al sheriff Trump y al criminal Netanyahu, amigos íntimos de Marruecos, principal amenaza geopolítica para nuestra soberanía nacional.
Como si la derecha identitaria españolista no tuviera aún que explicar el porqué de su tibieza para responder a extraños compañeros de viaje, que odian a España, como Orriols.
Como si la justicia social y las inercias mercantilistas de una derecha desde hace décadas convertida a la fe thatcheriana y entregada a lugares comunes abiertamente antisociales pudieran ser defendidas simultáneamente, sin que nadie se diera cuenta.
*** Guillermo del Valle es abogado y secretario general de Izquierda Española.