Francisco Rosell-El Debate
  • Para sojuzgar a la Justicia, ora doblándole el brazo, ora anulando sus veredictos, ningún acomodo mejor que la poltrona que ocupa ilegítimamente desde 2018 y que oficia con absoluta falta de escrúpulos desbordando las líneas rojas de una Constitución indefensa ante los enemigos intestinos

Con la complicidad de ciertos medios que olvidan que el periodismo es publicar lo que alguien no quiere que se publique porque lo demás son relaciones públicas, según la máxima de George Orwell, la fábrica de la mentira de La Moncloa propaga que, cuando a tres de sus compinches aguardan severas penas de cárcel, el jefe de la banda, Pedro Sánchez, está más tranquilo que muerto. A este fin, espolvorean como gas mostaza que la septicémica carcoma es cosa de «tres sinvergüenzas» -como el fraude de los ERE era asunto de «cuatro golfos»- y que los bandoleros que lo escoltaron en su asalto a Ferraz y a La Moncloa no atesoran pruebas que arrastren al presidio a «TikTok» Sánchez, quien travesea con esta aplicación como Nerón con su lira.

Sin embargo, aunque el poder conlleve pérdida del sentido de la realidad rodeado de siseñores que le otorgan la razón al irles en ello la soldada, «Noverdad» Sánchez no ignora el averno en el que se halla y que puede agravarse tras los efluvios navideños con el descontento por un empobrecimiento ya difícilmente maquillable con los afeites de la manipulación estadística. No obstante, con La Moncloa en riesgo y con un azaroso horizonte penal en lontananza, el presidente del Gobierno no va a apartarse a un lado al juzgar que, aferrado a la poltrona, puede ser dueño del Derecho y amo de quienes lo administran como ha patentizado con su intromisión -fallida en primera instancia- en la vista a su condenado fiscal.

Para sojuzgar a la Justicia, ora doblándole el brazo, ora anulando sus veredictos, ningún acomodo mejor que la poltrona que ocupa ilegítimamente desde 2018 y que oficia con absoluta falta de escrúpulos desbordando las líneas rojas de una Constitución indefensa ante los enemigos intestinos. En consecuencia, al cabo de este ominoso septenio, este país padece un presidente que le miente abiertamente -en los antípodas del «España no se merece un presidente que le mienta» del PSOE contra Aznar, endosándole la masacre del 11-M de 2004-, y que se guía deshonestamente.

El cocodrilo Sánchez se camufla simulando un tronco flotante para, al menor descuido, dar una destellada mortal

A este respecto, cúmplese un decenio de cuando Sánchez tildó de «indecente» a Rajoy en el cara a cara televisivo previo a las elecciones de noviembre de 2015 porque «es lo que millones de españoles piensan». Así lo reafirmó a la mañana siguiente en RNE insistiendo en que debería haber dimitido por su mensaje de móvil de «Luis, sé fuerte» al extesorero del PP Bárcenas porque «es necesario que vuelva la decencia». Luego, el 31 de mayo de 2018, el defensor de su moción de censura Frankenstein, José Luis Ábalos, hoy recluso preventivo, remarcaría la distancia ética entre quienes tienen «la decencia de dimitir» y quienes «se aferran a la política» para enriquecerse. A veces, por tarde que sea, la verdad se venga con astucia.

Con sus cuates de «la banda del Peugeot» en la trena o camino de ella y con varios de «los hombres del presidente» bajo sospecha bien por financiación ilegal del PSOE –incluidas las primarias de 2017 con el dinero negro de los prostíbulos de su suegro–, bien por la guerra sucia que ordenó contra jueces, fiscales, guardias civiles y periodistas a resultas del encausamiento de su mujer, Sánchez resiste como gato panza arriba para no vérselas ante la Sala II del Tribunal Supremo. Como estuvo a punto Felipe González por los Gal salvándole una exigua mayoría –seis a cuatro– de la solicitud del suplicatorio, como ha pormenorizado Agustín Valladolid, espectador de excepción de aquello. Curiosamente, nadie acusó de «golpismo judicial» al Tribunal Supremo como hoy hace contra la inhabilitación del fiscal Ortiz un juzgador de aquella causa como Martín Pallín que quedó en minoría ante Conde-Pumpido y a otros cinco togados.

Ante las indagaciones periodísticas y las instrucciones judiciales que le comprometen, Sánchez se revuelve como el personaje de Francis Underwood, el presidente de la serie House of cards, cuando, a tres semanas de las urnas y con un «impeachment» en marcha, urde salir del atolladero. Suscita el caos y detona una declaración de guerra que dé la vuelta al tablero explotando el pánico ciudadano. «No cedemos ante el terror. Somos el terror», bromean los Underwood tras atinar con aquella puerta de emergencia. A este propósito, Claire se lamenta en televisión del «mucho alboroto que existe ahí fuera» que achaca a una agitada prensa que remueve el pasado oscuro del presidente, «en vez de centrarse en lo que está ocurriendo ahora, del que mi marido y yo queremos protegerles». Entre tanto, Francis irrumpe en el Capitolio obstruyendo la votación de su remoción vociferando que le dan igual «sus comités de investigación» ante «un funeral por un patriota» al que él mismo dejó degollar para arrogarse facultades plenipotenciarias. En un clima de excitación, casi siempre el rugido de la sangre se impone al raciocinio. ¿Ficción o anticipo de la realidad que maquina un Sánchez que ha aprovechado cualquier excepcionalidad desde el Covid en adelante para asumir prerrogativas inconstitucionales que Conde-Pumpido consentirá al frente de un colonizado Tribunal de Garantías como lo son ya la práctica totalidad de instituciones fiscalizadoras?

Sánchez actúa con el apresuramiento y la insensatez del que no conoce escapatoria, pero al que sólo la huida hacia delante puede salvarle a base de pisotear lo que menester fuere

Pero antes de lanzar cualquier nueva ofensiva de ese calibre, tras la invalidación de su fiscal y los ingresos entre rejas de sus secuaces de «la banda del Peugeot», el cocodrilo Sánchez se camufla simulando un tronco flotante para, al menor descuido, dar una destellada mortal. Por eso, mereciendo España un presidente decente, imposibilitará cualquier alternancia por procedimientos turbios -como ha hecho en las primarias socialistas- alterando las reglas del juego con pequeños cambios que no generen demasiada inquietud –como a la rana de la olla–, pero que, sumados, perviertan la democracia en autocracia. En definitiva, no es un leño a la deriva, sino un caimán que rehúye reunirse en prisión con su garduña. Para evitarlo, mejor colgarse las alforjas y peregrinar a Waterloo para ganarse el jubileo con Puigdemont, de modo que pueda estirar la legislatura blindándose con sus contrarreformas judiciales.

En ese brete, la oposición unida debiera aunar un frente común parlamentario, judicial y en la calle –como ayer hizo el PP en Madrid en el templo de Debod– para que el Faraón de La Moncloa no se fosilice en el gobierno con la corrupción como instrumento de mando cuando se hace inexcusable el desmontaje del sanchismo para recobrar la democracia y la nación traicionadas. Quien dijo que no estaba dispuesto a gobernar a cualquier precio ha usado datos e informaciones confidenciales tanto para destruir a una adversaria -como Ayuso- como para protegerse, según ha ratificado su exlugarteniente Ábalos. En su cita de reconciliación de fines de septiembre de 2023 en La Moncloa, tras dos años de «duelo amargo», Sánchez le confió que la Fiscalía investigaba a Koldo García incurriendo en desvelamiento de secretos.

su contra a estos importantes testigos de cargo a los que no podrá callar con la promesa de indultarlos por una dificultad intrínseca: el delito que los tiene recluidos es tan solo el primero de una larga ristra que anuda el cabecilla de la partida. Por eso, la rueda del destino corre hacia el abismo con furioso ímpetu, mientras Sánchez actúa con el apresuramiento y la insensatez del que no conoce escapatoria, pero al que solo la huida hacia delante puede salvarle a base de pisotear lo que menester fuere. Peligro: Pedro suelto.