- Mi lugar, en el terreno que nos ocupa, es solo el de un lector compulsivo, curioso, que tiene la fortuna de haber tratado, apreciado, y ser apreciado por dos de los tres españoles que en nuestros tiempos han merecido el nombre de filósofos
¿Ycómo puede ser nuevo un libro de alguien que nos dejó? Tengo varias respuestas para eso. Está la visión del editor, albacea e hijo del sabio. Ha comprendido que hay una obra de algún modo escondida, y que esa obra merece ocupar su puesto en la biblioteca, no ya de cualquier persona cultivada, sino de cualquier familia que respete la cultura. Es más, la obra llevaba años dormida en forma de manual académico, con un título que parece pensado para alejar a los lectores. La revisión escrupulosa que el editor Jorge Escohotado le ha entregado a Espasa se ha valido en exclusiva de las palabras del maestro, del filósofo de la libertad. Por algo Jorge tiene, coteja y descifra las innumerables notas que Antonio dejó.
No soy la persona indicada para reseñar un libro de filosofía, en especial teniendo de colega en este diario a mi amigo Gabriel Albiac, el último filósofo español que nos queda. Sería como ponerse a hacer unos arpegios delante de Paco de Lucía. Gabriel lo perdonaría, pero uno tiene que saber dónde está cada cual. Mi lugar, en el terreno que nos ocupa, es solo el de un lector compulsivo, curioso, patológico, que tiene la fortuna de haber tratado, apreciado, y ser apreciado por dos de los tres españoles que en nuestros tiempos mejor han merecido el nombre de filósofos. A Gustavo Bueno no lo conocí; habría constituido un atentado a la estocástica al ser uno ajeno a la academia. A Albiac, ya lo he dicho. A Antonio lo pusieron el destino o el azar en mi camino para dejarme entrever en instantes fugaces, en reuniones sin otro fin que la conversación, el tejido de la filosofía, el meollo familiar (no sé hallar otro adjetivo) del pensamiento descongelado de una colección de filósofos hasta entonces bidimensionales.
Corra a hacerse con Filosofía para no filósofos. Es lo más parecido a los inmerecidos regalos intelectuales (pero no solo) que recibí del maestro de libertad. Ahí habita su voz inconfundible, su autoridad discreta, la cadencia sutil que, por alguna razón, me resulta inseparable de su bonhomía. Pocas historias de la filosofía pueden leerse como un relato. Esta es una de ellas. Los tocados por Escohotado, que son muchos, harán eso. Pero todo el mundo puede y debe tener esta obra a mano para transitar guiado, durante toda su vida, por los laberintos y las felicidades que nos procura el afán de conocer por conocer. Su exhaustivo índice va del primitivismo a las reacciones al positivismo. Este final lo puso el tiempo en que se escribió el generoso manual, redirigido hoy a un público amplísimo gracias a la perspicacia del editor, que ha heredado la mirada del padre (en muchos sentidos). Escohotado sigue publicando novedades. Grande fue el altruismo del maestro. Quiso ser entendido; no sacaba a pasear las jergas, aunque dominara la más arcana, la metafísica. La academia le quedaba muy estrecha. Enriqueció las vidas de cuantos le escuchamos. Saca nuevo libro.