Miquel Escudero-El Correo
Hace dos siglos, el escritor alemán Jean Paul acuñó la expresión ‘el dolor del mundo’ para expresar el abatimiento y la desazón que nos invaden al comprobar cuán lejos está el mundo real del deseable y posible. A poca conciencia que tengamos del mundo que nos rodea, cuesta imaginar que ‘la fuerza de lo peor’ y el extendido ‘afán de hacer daño’ no nos originen alguna pesadumbre y sensación de total impotencia. Más allá de nuestros confines, nos hemos topado con las barbaries de Gaza y Ucrania (cada una tratada en Occidente de una forma emocional desigual y desencajada). Pero la verdad es que aquí nos asolan otras calamidades (no solo la terrible dana de Valencia), muchas de las cuales son de estricto ámbito familiar o personal y que no conocemos, por trágicas que sean.
Sin embargo, no pocas cosas van decentemente bien, aunque pudieran ir mejor, y es conveniente resaltarlo. No hacerlo nos instala en un negativismo corrosivo. No pensemos únicamente en política, pues seguramente nos deprimamos sin remedio. Pensemos en algunas cosas bonitas, como en reconocer las atenciones recibidas por determinadas personas, pero también en producir nosotros motivos de satisfacción a otras personas, mostrándoles cortesía y generosidad.
En ‘Johnny cogió su fusil’, la desgarradora película que en 1971 dirigió Dalton Trumbo (guionista de cine y comunista a quien el macartismo castigó impidiéndole firmar sus trabajos en los años 50), una enfermera dulcificó los sufrimientos de un soldado roto por la metralla. Lo hizo con ternura y sensibilidad, anhelando que su respeto y compasión aliviasen al desdichado joven. Y aunque fuera un poco, lo consiguió.