Ignacio Camacho-ABC

  • En el PP preocupa el estado de ánimo de una derecha impaciente tentada de canalizar su hartazgo en el voto de rechazo

Cuando Sánchez pierda el poder la izquierda ocupará la calle. Los motivos serán lo de menos al lado de la necesidad de recuperar la musculatura agitando protestas sociales. A la derecha, en cambio, le cuesta ejercer su derecho a movilizarse. Simplemente ese activismo no forma parte de sus hábitos convencionales pese al esfuerzo de sus partidos por dar cauce al malestar de sus votantes, poco inclinados a las manifestaciones incluso ante la existencia objetiva de causas razonables. Les faltan automatismos militantes. Es cuestión de cultura política y de escalas de prioridades.

Hay sin embargo un significativo segmento del electorado liberal y conservador ansioso por exteriorizar su hartazgo ante la degradación institucional y ética del Gobierno. Ciudadanos que empiezan a sentirse huérfanos de representatividad, impotentes por la ausencia de mecanismos de respuesta al abuso de poder, impacientes por canalizar su desasosiego. Y si no encuentran una vía de escape a esa desazón que les corre por dentro, muchos de ellos se muestran dispuestos a caer en la tentación del populismo como expresión radical de desahogo… o de autoconsuelo.

En el Partido Popular preocupa ese estado de ánimo. Su vocación institucionalista choca con el descontento de ese sector impaciente que reclama discursos más arriscados y ya no se conforma con la subida de unos decibelios en la dialéctica del debate parlamentario. De ahí la convocatoria de concentraciones como la de ayer, una manera provisional de entubar la creciente corriente de rechazo que amenaza con escapársele de las manos y desbordarse por fuera de los métodos reglados. Servir sirve de poco ante un sanchismo atrincherado pero puede aplacar la apremiante demanda de hacer ‘algo’.

Queda la moción de censura, claro, pero carece de sentido sin votos para ganarla. Incluso en el caso de que Puigdemont la apoyara, cabe serio margen de duda sobre la conveniencia de ir de su brazo en una operación que, aun siendo necesaria, alteraría por completo el marco de la inmediata campaña. Y el problema consiste en que no hay más opciones y la espera se le hace ingrata a esa derecha sociológica desmoralizada, refractaria a la idea resignarse a pasar el tiempo escuchando propuestas programáticas mientras el Ejecutivo desguaza a conciencia los pilares de la democracia.

Las convocatorias del PP no van a derrocar a Pedro ni a alterarle una sola rutina. Son medidas paliativas destinadas a frenar más fugas entre sus filas, a evitar que se agrande el trasvase hacia Vox, cuya exitosa estrategia se limita a hiperventilar con una retórica altisonante y abrir el cesto para recoger el cabreo antisanchista. Pero la única presión que preocupa al presidente procede de la justicia, y en concreto la que afecta a su familia. Conviene saberlo para que la prisa por acabar con la pesadilla no desemboque en un desistimiento pesimista.