Ignacia De Pano-Vozpópuli
- Es mejor soltar lo que se sabe y que caiga quien tenga que caer
José Luis Ábalos es, más que una persona, un compendio de clichés. Enlaza directamente con el prototipo de pícaro españolazo y vulgar que viene repitiéndose en nuestra literatura desde el Siglo de Oro. Sus maneras chulescas, su listeza de hombre de la calle, su amoralidad, su prosa enrevesada y liante y por debajo de todo ello una cierta simpatía de canal liga, nos remite a personajes típicos del cine español, de esos que solo podía interpretar López Vázquez, dirigido por Berlanga o por Santiago Segura. Tipos como él, con su sombra en la barba a partir de las tres de la tarde, su anís y su colmillo retorcido, pueblan la memoria de los españoles de cierta edad. La cultura pop española de determinados años está llena de personajes como él.
Una puede imaginarse perfectamente a Ábalos en un película de los ochenta cantando en un karaoke por Nino Bravo, también valenciano, con sus amigas mirándole arrobadas desde el sofá redondo de skay mientras le cuidan el whisky con hielo. Son escenas que pertenecen a otra época porque Ábalos también lo es. Ningún actor actual podría representarlo en una futura serie sobre sus andanzas delictivas. Todos los que podrían hacerlo con soltura, esos que sabían como se manejaban estos tipos en la vida real, no están ya aquí para hacerlo.
El prisión se pasa frío
El arco de emociones que este malabarista de la vida nos ha proporcionado a los españoles está siendo ilimitado. Desde el temor más que razonable derivado de su intervención en la moción de censura de Rajoy hasta la hilaridad producida por su irrepetible y surrealista rueda de prensa en la que con voz trémola nos dijo aquello de “vengo solo en mi coche, no tengo secretaria, no tengo a naaaadie (así, estirando mucho las vocales) detrás ni al lado. Me enfrento a todo el poder político, de una parte y de otra, y lo tengo que hacer solo”.
Este hombre ha conseguido tenernos a todos hablando solos con la pantalla del televisor. Pero bueno, José Luis, ministro de Transportes, número dos del PSOE, mente pensante de los cuatro del Peugeot. Que te has hartado de aprovecharte de tu poder y de colocar “sobrinas” en empresas públicas. Cómo te atreves a dirigirte a los ciudadanos que mantenemos tus corrupciones con semejante alocución, le habremos dicho más de una vez como si pudiera oírnos. Pues atreviéndose. De la misma forma que ahora se atreve a quejarse de que en la prisión se pasa frío, justo igual que en tantos hogares españoles que tras el paso de la plaga de langostas que él pastoreaba por el Gobierno ya no tienen para calefacción en estos principios del invierno.
La gallina bajo el brazo
Ábalos se está dando cuenta ahora de una verdad muy incómoda y es que, en el distanciamiento de la familia presidencial Sánchez-Gómez, hay, además de necesidad estratégica, mucho de vergüenza. La historia del presidente está llena de huidas de situaciones que necesitó aceptar en su momento pero que ahora prefiere olvidar. Desde los pingües negocios familiares a los tres camaradas que le auparon en su vuelta triunfal a la secretaría General del Partido. A Sánchez no le gusta la foto del Peugeot, ni la pinta rústica de Ábalos, Koldo y Cerdán.
Son personajes de los que quiere distanciarse porque no casan con la visión que Pedro y Begoña tienen de sí mismos. Le molesta y le frustra infinitamente que por mucho que lo intente sea imposible hacerlos desaparecer del relato oficial de su carrera, que no puede entenderse ni hubiera existido sin ellos. Por seguir con las películas españolas, Sánchez ve al trío que ya ha pasado o acaba de entrar en la cárcel como si fueran reencarnaciones de Paco Martínez Soria con la gallina debajo del brazo llegando a la estación para visitar a la hija finísima en la Moncloa.
No quiere saber nada de ellos, ni de los chanchullos de la banda, ni de sus orígenes compartidos. Lo que ocurre, como los que somos de la edad suficiente para recordar aquella película sabemos bien, es que Martínez Soria era más listo que el hambre. Y que en esa cesta de mimbre, además de la gallina, llevaba, en la versión Koldo, sus pruebas y sus grabaciones.
Hacer el oso
Nicolás Sarkozy se llevó a la cárcel como lectura, o más bien en su caso, relectura, El conde de Montecristo. La historia de la venganza de Edmundo Dantés quedó muy bien insertada en la leyenda carcelaria que un hombre tan listo como él quiso construir, aunque durara pocos días. El abogado de Ábalos le ha recomendado la misma novela para entretener con su lectura las tardes eternas en la celda compartida con Koldo, aunque en esa españolidad proverbial tan suya, integrada por lo peor de nuestros rasgos nacionales, le pega mucho más llevarse al trullo otra venganza, la de don Mendo.
No solo porque la risa cura todos los males, sino porque la historia del pobre don Mendo emparedado por culpa de la maligna Magdalena contiene también perlas de gran sabiduría. Entre ellas, que no vale la pena morir como un león cansado de hacer el oso. Es mejor soltar lo que se sabe y que caiga quien tenga que caer.