Agustín Valladolid-Vozpópuli

  • Las consecuencias de una moción de censura del PP son tan inciertas que más que el fin de Sánchez podría acabar siendo la tumba política de Feijóo

Se está invocando estos días de forma recurrente la moción de censura que presentó Felipe González contra Adolfo Suárez en mayo de 1980, y que el líder de aquel PSOE perdió, pero ganó, porque no se trataba de ganarla en el Parlamento sino en la calle. Unos meses antes, en un congreso extraordinario celebrado en septiembre de 1979, González había conseguido desenganchar al partido del marxismo, y la posterior moción de censura fue el corolario del proceso de ruptura con un pasado en el que, como decía Ramón Rubial, no todos los pecados atribuidos al PSOE habían sido precisamente veniales.

Un proceso de adaptación a los nuevos tiempos -iniciado en 1974 casi por accidente, en Suresnes-, y de homologación con las ideas de la socialdemocracia europea, frente a una UCD en que se iba descomponiendo a ojos vista. Felipe perdió, pero consiguió que muchos españoles, impregnados todavía de un franquismo sociológico del que tras cuarenta años de dictadura no era fácil desprenderse, soltaran lastre y dejaran a un lado viejos temores. El desenlace fue la histórica mayoría absoluta del PSOE de 1982.

¿Es comparable aquella coyuntura con la que ahora vivimos? Hay una diferencia sustancial que, lejos de descartar una moción de censura del Partido Popular, pareciera aconsejarla: la degradación política e institucional de hoy nada tiene que ver con los problemas de 1980. Aquel fue un tiempo de incertidumbre, pero de ilusión colectiva. Este lo es de desencanto y frustración. Entonces, ¿a qué espera el PP? ¿Por qué, al igual que hizo Felipe González hace cuarenta y cinco años, no presenta Alberto Núñez Feijóo una moción contra Pedro Sánchez para ganarla en la calle aunque la pierda en el hemiciclo?

Dos mociones; ninguna viable

No es una decisión fácil. En primer lugar, porque no estaríamos en presencia de una única moción de censura, sino de dos. Me explico. Hay una posible moción, la instrumental, que solo saldría adelante con el apoyo de Carles Puigdemont; y de Vox. Improbable. Salvo que se ofrecieran bajo cuerda concesiones al fugado. Inconcebible. Descartada. Segunda opción: el modelo Felipe. Presentarla para perderla, pero también para consolidar una alternativa sólida y fiable frente a desconfiados y titubeantes. Tampoco la veo.

Y no la veo porque para alcanzar el objetivo esencial también debería servir para marcar distancias con Vox. Al menos colateralmente. De no hacerlo, Feijóo se colocaría en el peor de los escenarios: pierde dentro, a pesar del voto favorable de los de Santiago Abascal, y pierde fuera. Le da hecho a Sánchez el discurso y ahuyenta a los centenares de miles de votantes a priori predispuestos a apoyar al político gallego si este consigue persuadirles de que el voto útil al PP es la mejor manera de frenar a Vox.

Si ya es elevado el peligro de que lo que sobre todo se visualice en una hipotética moción de censura -y en esta fase de fuerte crecimiento en las encuestas de Vox- sea la inevitabilidad de una futura entente del PP con el partido de Abascal, aún lo sería más que, intentando huir de esta imagen, Feijóo se situara en una posición equidistante para júbilo de la derecha radical.

En resumen: el riesgo de que el PP y su líder salgan trasquilados de una moción de censura, que revitalice siquiera temporalmente a Sánchez y provoque la decepción de amplios sectores de la sociedad, es muy elevado. Hoy por hoy, solo un hecho de la máxima relevancia penal, que afectara al corazón del PSOE o a su máximo dirigente, disiparía todos los condicionantes apuntados y justificaría -y en este caso exigiría- la adopción de una iniciativa que impidiera el atrincheramiento de Sánchez en el poder y acelerara el fin de esta agonía.

La moción de censura de 1980 era una apuesta segura. El resultado de la que ahora algunos reclaman se presenta a priori tan incierto que en lugar de representar el fin de Sánchez podría terminar siendo la tumba política de Feijóo.