Pablo Martínez Zarracina-El Correo
- Rusia califica como muy útiles unas conversaciones de paz que advierte que no sirven para nada
La mesa ya no es kilométrica. Sigue siendo blanca, como el lomo de un tigre de alguna estepa nívea y fundamentalista, pero las distancias se acortan porque llega un momento en el que cabe suponer que el desafío es indistinguible de la amenaza. De ese modo, ver a Putin con las orejas transformadas en propulsores (retrospectivos) de bótox es significativo. Si parece que sonríe, está amenazando. Bueno, en realidad siempre amenaza. Es fácil de entender cuando Rusia transforma unas negociaciones de paz en una especie de círculo vicioso: venid a gestionar lo imposible y obtened lo imposible como única solución. Con su sonrisa indistinguible en términos odontológicos de una amenaza de muerte, el portavoz del Kremlin Peskov ha dejado claro que en Rusia no tienen el menor problema por llevar la guerra al corazón de Europa. ¿Cómo explicarles que, desde el punto de vista liberal y amistoso de Berlín o París, la guerra ya está lo suficientemente cerca de Varsovia?
Se advierte en el temperamento del Kremlin una pulsión constantemente cínica y bravucona. Tiene que ver, por ejemplo, con tratar al enviado de la Casa Blanca, Steve Witkoff, no ya como el pito del sereno sino como una especie de lacayo al que puede hacérsele esperar para después menospreciarle con toda rotundidad. Cierto que Witkoff parece más putinista que el mismo Putin. Que Donald Trump parezca por su parte pretender que el futuro de Ucrania se decida sobre mesa de un casino transforma cada movimiento en una apuesta despiadada. Conviene recordar que, en términos diplomáticos, a él toda ruleta que esté suficientemente trucada le parece bien. Eso explica que para el actual Gobierno de Estados Unidos la resistencia de Ucrania sea en el fondo una contumacia inadmisible mientras la tendencia de Rusia a invadir países vecinos sea, cómo decirlo, esas cosas que pasan.
La simpatía de Trump por Putin es una de esas evidencias que no puede ocultarse y que trastocan medio siglo largo de diplomacia occidental. Zelenski y los aliados europeos han aprendido a disimular. Hay que verles asegurando que todo va bien, que la cosa marcha pese a los problemas, que todo es complicado y que en el fondo, en serio, ni tan mal.
Junts
De verdad
Tras la aparición del presidente del Gobierno cantando la palinodia, no ya ante Jordi Basté, sino incluso ante a Gemma Nierga, Junts manifestó ayer que no es suficiente. Ni de broma. No es no. No basta con eso. «Hemos roto de verdad», aseguró Míriam Nogueras en uno de esos menajes severísimos que el independentismo catalán lanza cada diez o quince minutos, no ya para TV3, sino para la historia. El mensaje debe por supuesto entenderse exactamente al revés: el Gobierno y Puigdemont siguen con sus tejemanejes. Porque, en lo que viene siendo la alta política, nunca debe relajarse la tensión si atañe al beneficio estrictamente personal. «Estamos donde estábamos», manifestó ayer la portavoz Nogueras. Y la sonoridad de la frase no debe de ocultar su exacto significado. Estamos en lo nuestro, ya saben, en el bisnes que nos traemos. Como quien dice. Del mismo modo, cuando el presidente del Gobierno se muestra repentinamente compungido por no haber podido cumplir sus acuerdos con Junts, debe entenderse que todo su pesar tiene que ver con su íntimo beneficio. Como quien se expone al teatro más tóxico, grosero y sentimental , así tiene que asomarse el ciudadano a la política del día.