- Lo que hacen en el Ministerio de Igualdad es degradarlas presentándolas como víctimas que necesitan de la muleta del «Gobierno progresista» para valerse
Los sistemas más totalitarios de la historia, como el comunismo soviético y el nazismo, lograron imponer una jerga oficial, un código lingüístico políticamente correcto. Obligar a las personas a hablar de una determinada manera es inmiscuirse en lo más privado de su libertad. En un país occidental normal no se le ocurriría nadie. Pero en Sanchistán hay iluminados e iluminadas que lo intentan. Tal es el caso del charismo que está al frente del Instituto de las Mujeres, organismo que forma parte del fanatizado y superfluo Ministerio de Igualdad.
Las entusiastas que viven de ese organismo han publicado un documento para intentar acabar con el uso del término ‘charo’ en internet, que identifican como «misoginia online» y «cultura del odio». Me cabe el honor de que en dicho informe aparece citado un pequeño artículo mío, en el que criticaba el afán censor de las dirigentes del Instituto de las Mujeres, que rastrean las redes para que los medios cumplamos «la normativa vigente» sobre «la correcta representación» de las mismas.
En el artículo recogía una observación que me hizo un amigo al contarle el asunto: «Entonces el Ministerio de Igualdad tiene ahí colocadas a unas ‘charos’ subvencionadas que se dedican a rastrear todo lo que publican los periódicos, para vigilarlos, echarles la bronca y asustarlos».
A pesar de mi irrelevancia, ese ‘charos’ del artículo ha escocido a las ‘charos’ que dirigen el organismo, que me señalan en su informe para erradicar tan terrible término. ¿Y qué entiende el público por una ‘charo’? He preguntado a unas cuantas personas de todo tipo y la conclusión que extraigo es la siguiente:
Se trataría de una mujer feminista de izquierdas, fuertemente ideologizada, de más de cuarenta años y que cree poseer siempre la razón. Algunos añaden que la ‘charo’ prototípica suele vivir sola, con un perro o un gato. Se informa con Prisa, o con digitales de izquierdas. Es frecuente que sea muy de yoga. También muy de «encontrarme a mí misma» viajando sola. Cayendo ya en la caricatura, algunos añaden que una ‘charo’ fetén ha de lucir gafas estrambóticas y teñirse el pelo corto con colores raros.
¿Es un grave insulto a las mujeres hablar de que existen las ‘charos’? No parece. Y menos cuando las que se quejan no tienen problema alguno en hablar de machirulos, señoros, honvres, cayetanos, cuñaos…
¿Se imaginan que existiese un Instituto del Hombre lanzando informes con el objeto de censurar que algunas mujeres llamen a los varones, señoros o machirulos? Diríamos que nos hemos tomado todos un ponche de LSD, que estamos locos.
Mi teoría, con la que confío que me hagan el honor de volver a señalarme en su próximo informe, es que las ‘charos’ que dirigen el Instituto de la Mujer son en realidad profundamente machistas, por dos motivos:
1.- Tratan a las mujeres como si fuesen unas víctimas incapaces de valerse por sí mismas y que necesitan la constante protección del Gobierno protector del gran timonel Sánchez. Realmente no confían en las mujeres. Conozco a muchísimas, algunas profesionales de enorme éxito, que no soportan su monserga quejumbrosa y su chapa doctrinaria.
2.- Se ponen estupendas con menudencias como el término ‘charo’. Pero han callado como tumbas ante el negocio del vapor del suegro, los catálogos de mujeres y las profesionales del hombre de confianza del presidente, los festines prostibularios de Tito Berni, los posibles abusos de Errejón, Serrano, el asesor de Sánchez, y el tipo del PSOE de Torremolinos. Han callado también ante las bacanales con mujeres y farlopa de los alegres días de los ERE andaluces, o ante la suelta de mil violadores por la incompetencia jurídica del Gobierno «de la coalición progresista». Han callado incluso ante la promoción de las mujeres de Sánchez e Iglesias por enchufe a puro dedo de sus señoros… ¿No era todo eso merecedor de severos informes y denuncias? Evidentemente sí. Pero ahí, chitón, que son de los nuestros.
Ay, se ha ido Alfonso Ussía, que ya disfruta junto a Dios de la felicidad perfecta, mientras intercambia chanzas con Mingote y Tip. Qué articulazo habría compuesto el maravilloso Alfonso a cuenta de estas ‘charo’-censoras, alérgicas a las libertades ajenas y más cargantes que una pizza de callos con kétchup.