Agustín Valladolid-Vozpópuli
- Sánchez es víctima y verdugo de sí mismo, un hipocondríaco de la política en fase autodestructiva que ya sabe que nunca será merecedor del Toisón de Oro
Estamos a un cuarto de hora de que Sánchez reniegue de Pedro, de que vaya a la televisión vasca a decir que ese sujeto que se esconde tras la figura del presidente del Gobierno es para él un gran desconocido; que sí, que de acuerdo, que no niega la complicidad política tanto tiempo compartida, pero en absoluto se reconoce en la faceta personal que estamos descubriendo de ese individuo que responde al nombre de pila de Pedro.
Sánchez no conoce a Pedro, pero también podría ser a la inversa. Capaz es de eso y más, porque ha llegado a un punto en el que es tan prisionero de sus mentiras y de la información que obra en poder de algunos de sus subalternos, actuales y pretéritos, que su única salida es subir la apuesta, aunque esta sea negarse a sí mismo, a ver si con un poco de suerte nos convence de que ese retrato del personaje Pedro Sánchez, fulero y oportunista, es solo una invención más de la ultraderecha.
La imposición del candidato Gallardo como cabeza de lista del PSOE extremeño -y el activo respaldo a este en la campaña-, la defensa a ultranza, frente a toda prudencia, del fiscal general, y la protección que brinda Sánchez a Paco Salazar, conforman una línea de puntos cuyo dibujo final nos descubre a un político cuya supervivencia pende del aval de silencio que estén dispuestos a garantizarle los citados sujetos.
Es especialmente llamativa la resistencia a tomar medidas mucho más drásticas contra un tipo cuyo repugnante comportamiento, y la protección que recibe del partido y de su máximo dirigente, están ocasionando un extraordinario desgaste de las siglas, y no únicamente en el poliédrico mundo del feminismo. Lo de Salazar, al igual que cuando inopinadamente Sánchez colocó a José Luis Ábalos como número dos de la lista del PSPV, solo encuentra explicación en la relación estrecha entre patrono y lumiaco.
Un presidente demediado
Ábalos, Santos Cerdán, Koldo García, Álvaro García Ortiz, Gallardo, Salazar… Y los que puedan venir. Pedro Sánchez es hoy un presidente demediado, con su autonomía en manos de distintas casas de empeño -no solo nacionales-, sin los márgenes de libertad exigibles a quien debe velar por el interés común. Es un náufrago, víctima y verdugo de sí mismo, como el enfermo imaginario de Molière; un hipocondríaco de la política en fase autodestructiva que ya sabe que nunca será merecedor del Toisón de Oro.
La duda que a mí me queda es si conserva la inteligencia necesaria para entender que solo poniendo punto y final a esta descabellada huida hacia adelante, podrá añadir a su trayectoria alguna decisión de calado que adecente el juicio que de su liderazgo haga la historia; si aún tiene la suficiente frialdad para reconocer, como subraya el profesor Jesús Baiget, que solo “el bien común y la verdad política” nos pueden salvar “de la polarización social que está produciendo la mentira” (La democracia después del populismo. Tecnos, 2025. Pág. 114).
No lo tiene fácil, porque sigue habiendo voluntarios que le animan a seguir por el sendero de una polarización convertida, como sostiene Arcadi Espada, en estrategia obligada, en coartada que justifica la ausencia de ideas, la falta de un proyecto transversal de país. Voluntarios como, por ejemplo, Ignacio Sánchez-Cuenca, muy leído en Moncloa, quien en un reciente artículo en El País censuraba a los que califican a Sánchez de “tirano” con una reflexión que revela el escaso valor que algunos conceden al principio de la separación de poderes.
Esto escribía el profesor valenciano: “[Sánchez es] un ‘tirano’ sin duda peculiar, pues aguanta resignadamente que el Tribunal Supremo condene al fiscal general del Estado y que los jueces manden a la cárcel a dos secretarios de Organización del PSOE (uno de ellos fue además ministro)”. ¡Aguanta resignadamente!, como dando a entender que Sánchez, desde la autoridad que le otorga el cargo que ocupa, tenía otra opción, y, sin embargo, en su infinita bondad declinó ejercerla.
De Franco a Eurovisión
No, no lo tiene fácil. Ni con la ayuda de todos los Cuencas y Évoles (“Españoles, Franco ha muerto; al fiscal lo han matado”) va a conseguir Sánchez sacar de la agenda los asuntos derivados de la corrupción. La “Operación Franco”, esa gran esperanza de la factoría de ficción, ha resultado fallida. Porque a una mayoría de la población Francisco Franco le importa una mierda; porque amplios sectores sociales han visto como una afrenta que se gaste dinero en esto cuando ellos no llegan a fin de mes; y porque ni los más interesados se han enterado de las decenas de actos programados para recordar el fin del dictador.
Ahora toca Eurovisión. Flor de un día, porque la cárcel y los tribunales despiertan mucho más interés que las gansadas de José Pablo. Decir que en el campo de las deposiciones voluntarias o las investigaciones judiciales pronto habrá novedades, ha dejado de ser una novedad. En lo que sí se detecta un renovado interés es por la jurisprudencia del Tribunal Supremo.
Circula por ahí una sentencia de 2018 en la que el máximo órgano jurisdiccional del país condena a seis meses y un día de prisión a una señora que fue vicealcaldesa de Fuenlabrada por malversación de caudales públicos. Los magistrados la encontraron culpable de utilizar medios del ayuntamiento, por valor de 179,12 euros, para hacer unos arreglillos en su casa particular.
Medios públicos utilizados para fines privados. Mal asunto. Cualquier día de estos escuchamos a Pedro Sánchez referirse a “esa persona de la que usted me habla” cuando se le pregunte por la investigación que afecta a su mujer.