Jon Juaristi-ABC

  • Arrepentidos los quiere Dios

Llegan a las librerías a la vez, o con poca diferencia, las memorias del Rey emérito –’Reconciliación’, resultado de una larga conversación de Don Juan Carlos con su anterior biógrafa y actual ‘ghostwriter’ Laurence Debray– y las ‘Memorias de un transeúnte’, de Jorge Verstrynge Rojas. Como todo hijo de vecino, ambos han sufrido en su larga vida diversas metamorfosis (biológicas, ideológicas, políticas, morales y, supongo, cultural-religioso-deportivo-benéficas).

Un inciso: sobre esto de las metamorfosis existe una abundante literatura desde Ovidio a Canetti pasando por Kafka, pero, por mi parte, recomendaría un excelente ensayo de Emanuele Coccia, ‘Metamorfosis. La fascinante continuidad de la vida’ (Siruela, 2021). Escribir unas memorias sobre las metamorfosis de uno mismo implica, como ya lo adivinó Canetti, añadir una nueva metamorfosis a la serie: el escritor siempre se apunta a la metamorfosis, escriba lo que escriba, autobiografías o novelas. Escribe para convertirse en otro e intentar así despistar al enemigo, o sea, a la Muerte cabrona, que siempre viene a por uno. Pero a la Muerte no se le engaña tan facilmente. Apunta todos tus cambios, se pega a ti más que tu sombra y, el día menos pensado, te embiste con su furgón funerario mientras atraviesas un paso cebra, porque todos somos transeúntes en esta vida, no solo Verstrynge.

Las buenas memorias son las de los arrepentidos. No cuentan las metamorfosis de los cuerpos, sino la metanoia del alma. Lo de la metanoia paulina se suele traducir por «conversión», pero en España los llamados «conversos» judíos preferían hablar de «confesión», declarándose «confesos» antes que «conversos», en la línea del primer gran confeso del cristianismo, que, aún más que Pablo de Tarso, lo fue Agustín de Hipona, autor de las mejores memorias de la historia, sus ‘Confesiones’. Uno se arrepiente y se confiesa, no para escaquearse de la Muerte, sino para reírse de ella. Por supuesto, hay que leer las ‘Confesiones’ de San Agustín, pero no está de más añadir a esa lectura la de la gran biografía clásica del obispo de Cartago por Peter Brown, ‘Agustín de Hipona’, que disputa hoy los escaparates de las librerías a las memorias de los que no se arrepienten de sus metamorfosis, como Don Juan Carlos de Borbón y don Jorge Verstrynge. Y conste que ambos transeúntes, tan distintos y tan parecidos, me caen bastante simpáticos.

Pero deberían tener en cuenta que la que nunca se arrepiente es la Pelona, siempre al volante de su furgón en busca de peatones confiados y encantados de haberse conocido, mientras tararea aquella inmensa ‘Tocata’ (1984) de Alaska y Dinarama: «No, no me arrepiento. Volvería a hacerlo, son los celos». La Muerte es una celosa impenitente y asesina pero no se impacienta porque sabe que a cada transeúnte le llega su paso cebra.