Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
- La mayoría de ellos actúan por que les dejamos hacerlo, ya que su solución depende de nosotros mismos. ¿Y si nos concentrásemos en evitarlos? Qué pereza, ¿no?
No es necesario arroparse con un gran bagaje estadístico para tener la desagradable sensación de que aquí no viene nadie a invertir. ¿Sería usted capaz de identificar diez inversiones, nuevas y de una cierta entidad, realizadas en el País Vasco en los últimos diez años? Vale se lo facilito. Lo dejamos en ocho y ampliamos el plazo a quince años. ¿Tampoco? Bueno, como acabamos de pasar el Black Friday vamos a rebajarlo a cinco proyectos y ampliamos el plazo a veinte años. ¿Ahora? Venga, no sea perezoso, piense un poco.
Si quiere apoyarse en las estadísticas, o mejor aún, si necesita encontrar refugio y alivio en ellas, lo tiene fácil. EL CORREO nos informaba esta misma semana de que, en 2024, apenas el 1,4% de la inversión extranjera se dirigió a levantar nuevos proyectos, mientras que ocho de cada diez euros llegados del exterior se destinaron a la adquisición de empresas ya existentes. No siga, la comparativa tampoco nos beneficia. En el conjunto de España, ese porcentaje sube hasta el 8,6%, que no sirve para tirar cohetes ni para descorchar champán, pero reconocerá que supone una mejora apreciable.
Si ampliamos el foco, veremos que en los últimos cinco años, el 77,2% de la inversión total –la cifra es muy modesta y alcanza solo los 10.009 millones– ha tenido como destino empresas ya existentes y en marcha. El tema no es baladí. Procesos nuevos suponen plantillas nuevas y equipos de producción a estrenar, tecnologías, en general, aquí inexistentes y productos desconocidos; mientras que, comprar empresas existentes en el mejor de los casos supone consolidar plantillas y dar salida a empresarios fatigados de la pelea a cambio, claro está, de alejar los centros de decisión y debilitar el consabido y buscado arraigo empresarial.
En Euskadi fuimos bien cuando la inversión se centraba en los bienes de equipo y llegaron empresas como General Electric, Babcock Wilcox, Westinghouse, etc., que heredaron el dinamismo anterior mostrado en las acerías y los astilleros. Cogimos el tren del petróleo con la Gulf Oil y Petronor y nos subimos por los pelos al del automóvil con la planta de Mercedes en Vitoria, pero Ford se fue a Almusafes, General Motors a Zaragoza y Citröen a Vigo. Conseguimos dos accésits con Michelin y Bridgestone, pero a la primera le doblamos las manos a base de secuestros y la otra a base de presión sindical. Luego pasaron de largo la informática y la electrónica. Conseguimos formar mas tarde un destacado paquete, en base a merecidas inversiones internas en la energía eólica, pero perdimos la solar y ahora pasará, si nadie lo remedia –que no lo remediará–, con la IA.
Hace unos años, una institución financiera pretendió explicar el proceso y realizó un estudio con la colaboración de inversores y agentes conexos con el proceso de inversión, como abogados, financieros, etc., que adoptó el muy descriptivo título de ‘los asesinos de la inversión’ y que, desgraciadamente, quedó inédito, supongo que por no incordiar… Leído ahora le será sencillo añadir algún ‘asesino’ más a la lista, pero le resultará imposible eliminar a ninguno de ellos.
Se los resumo, por su orden:
– 1. Conflictividad laboral y absentismo elevado.
– 2. Burocracia partidista y discrecionalidad administrativa.
–3. Presión fiscal elevada y compleja,
– 4. Rigidez lingüística en el acceso al empleo y a la educación.
– 5. Fragmentación competencial y solapamiento normativo,
– 6. Dimensión de mercado reducido y escasa conectividad internacional.
– 7. Pasado terrorista y polarización política residual.
–8. Coste y escasez de vivienda, especialmente para talento técnico.
– 9. Cultura empresarial conservadora y aversión al riesgo.
– 10. Sobrerregulación y exceso de requisitos de licencias.
Una última cosa. ¿Se ha dado cuenta de que la mayoría de los ‘asesinos’ actúan porque les dejamos hacerlo, ya que su solución depende de nosotros mismos? Y ¿si nos concentrásemos en evitarlos?
Qué pereza, ¿no?