Alfonso Ussía es uno de los periodistas que siempre ha formado parte de ese cuerpo doctrinal que todos llevamos incorporado. Y lo es por dos características fundamentales: la primera es que de la lectura de sus textos siempre sale uno con un conocimiento nuevo, con una información que no tenía antes. La segunda es lo que en términos gastronómicos podríamos llamar el retrogusto, una gota de humor que se nos queda en el paladar  y que persevera a lo largo del tiempo.

Esto me ha pasado con algunos, pocos periodistas a los que adopté como parte de mi acervo periodístico. Sin distinción de credos, debo manifestar: Vázquez Montalbán y Cándido, Siempre el grandísimo Umbral y al principio Manuel Vicent. Digo al principio porque a pesar de sus excelentes maneras empecé a encontrar en él un defecto recurrente, que yo atribuía a la perniciosa influencia de la literatura en el periodismo. Preguntaban a Oscar Wilde por la diferencia básica entre la literatura y el periodismo a lo que respondía tajante: “muy sencillo. La literatura no se lee y el periodismo no se puede leer”. Quiero decir que empecé a encontrar sus opiniones trufadas por su creatividad literaria más que por los hechos.

Siempre he sostenido que la prensa más libre que era posible leer durante la dictadura estaba en las revistas semanales, más que en la prensa diaria, que tenía un marcaje más severo por la censura. Y entre las publicaciones semanales yo destacaría el nivel de libertad que se podía detectar en las revistas humor.

En los tiempos más duros destacaba La Codorniz, fundada en 1941 por Miguel Mihura, aunque algunas de las hazañas que se le atribuían eran leyendas urbanas. Después, y sobre todo, vinieron Hermano Lobo (1972-1976) y Por Favor (1974-1978). Es un hecho  que ninguna de las tres consiguiera sobrevivir a la Constitución. Tengo un gran recuerdo de la doble página que escribían Francisco Umbral, Manuel Vicent y Carlos Luis Álvarez, ‘Cándido’ bajo el marbete común de ‘El Lobo de la Semana’, cada uno con una columna fija: la protesta de Caperucita (Umbral), la perdigonada del cazador (Vicent) y la regañina de la abuelita (Cándido).

Aparte de los tres citados, me aficioné mucho a un columnista estadounidense, llamado Art Buchwald que escribía sus columnas en el legendario ‘The Washington Post’, aunque yo accedía a ellas en la peluquería de mi pueblo, que tenía a disposición de la clientela el ‘Sábado Gráfico’.  O sea, que yo las leía  una vez al mes, que era la periodicidad con la que me cortaba el pelo. Una muestra de su insuperable capacidad irónica es la siguiente aseveración publicada poco antes de su fallecimiento: “Morir es fácil. Lo difícil es encontrar aparcamiento”.

Puedo decir que mucho antes de llegar a pensar que yo llegaría a ganarme la vida escribiendo columnas ya tenía muy claros cuales eran los requisitos del oficio: Información precisa, argumentación lógica y un ingrediente más impreciso que podríamos considerar el estilo del columnista que, en mis preferencias se resumía (y se resume) en la mirada irónica: los dos primeros son exigencias del periodismo, la ironía es la gota agridulce que tiñe de humor la pieza y la hace más atractiva y digerible para el lector.

No consigo recordar cuando descubrí en Alfonso Ussía a un columnista canónico, pero no fue un descubrimiento repentino. Tiendo a creer que fue poco a poco, mientras se hacían sus columnas un hueco en mis entendederas y en mi aprecio por cumplir generosamente las condiciones que imponía el maestro Paul Johnson sobre lo que es una buena columna: aquella de la que el lector sale con un conocimiento que antes no tenía. Y si nos ha divertido por el camino tanto mejor.

Ussía tenía para mí además un rasgo biográfico admirable: era nieto de Pedro Muñoz Seca, autor de la hilarante ‘La venganza de don Mendo’, que fue asesinado en Paracuellos del Jarama el 28 de noviembre de 1936 y de la que me sentía capaz de recitar partes sustanciales desde adolescente.

Siempre ha sido el gran Alfonso Ussía un hombre de sólidas convicciones, lo que le llevó a salir de varios periódicos en términos no muy amistosos. Pongamos que hablo de ABC, tras su compra por el Grupo Correo, y de La Razón para ir a plantar su columna en ‘El Debate’, donde publica, llueva o truene su columna diaria que es, para todos sus adeptos el metrónomo que marca el ritmo de nuestra vida cotidiana.