Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Pues Maduro está políticamente muerto desde hace un rato. Lo mató Trump en uno más de sus regalos al mundo, a la libertad y a la civilización

Si el tirano Maduro ha logrado impedir que María Corina Machado reciba su Nobel en condiciones, habrá arrojado la última palada de tierra sobre su propia tumba. Si no ha logrado impedirlo y la líder moral de Venezuela aparece en Oslo para pronunciar el discurso de su vida, es ella quien arrojará la última palada de tierra sobre la tumba del jefe de Zapatero. En cualquier caso, Maduro es un muerto político que no se ha enterado de su condición. Es lo que les pasa a los muertos en la escatología de Emanuel Swedenborg. Durante un tiempo, hasta un par de meses, el finado se cree vivo. Esto es así para aliviarle el impacto. La separación entre la vida y la muerte existe; que esta llegue de sopetón te puede dar un susto. Por mucho que el griego insistiera en que mientras vives no está y cuando está ya no vives.

A mí no me da ningún miedo morirme. Lo imagino como tumbarse para una siesta larga. Entonces me pongo en plan teresiano y muero porque no muero. Pero no por misticismo, sino por modorra. El caso es que en la escatología del citado sueco, avalada por un cuarto de siglo de visiones, te vas dando cuenta muy despacio de que estás muerto. Sin prisas. Con los días, se desdibujan cosas, se evapora la gente, te transparentas tú. Mientras, aparecen una serie de ángeles que te dan pistas con mucho tacto. Pasado el interregno, cuando ya no albergas la menor duda de que estás muerto, vas al cielo o al infierno. Con la particularidad de que el cielo o el infierno son continuaciones de la vida que has escogido. Ojo, no de la que habrías querido escoger, o crees haber escogido: de la que has escogido en realidad.

Pues Maduro está políticamente muerto desde hace un rato. Lo mató Trump en uno más de sus regalos al mundo, a la libertad y a la civilización. En el periodo swedenborgiano de adaptación a su estado definitivo, Maduro ha bailado, ha reído, ha rogado, ha disparatado, ha disparado, ha insultado, ha adulado, ha condenado, ha reptado. El tirano es muy corto y tarda en comprender lo que hay. El tirano es más muñeco que hombre, especialmente ahora que está muerto. No se comprenden la estupidez e iniquidad profundas del tirano sin un atento abordaje del sujeto, ya objeto.

Nótese cuánto se parece a un personaje de ficción. En concreto, a un patán de culebrón. Ignoro si existen series venezolanas con trasfondo político. Como fuere, el personaje Maduro es inverosímil. Sobreactúa, resulta demasiado malo como malo y demasiado gorilesco como gorila. Pero no pasa nada. Esté hoy en Oslo o no María Corina Machado, Maduro sabrá por fin que está muerto. Lo que le espera, si Swedenborg acierta, es una eternidad en centros de tortura, con ocasionales palizas de paramilitares callejeros, cayendo abatido por balas de los suyos muchas veces, infinitas veces. Preguntándose cómo puede dolerle tanto estando podrido.