Antonio R. Naranjo-El Debate
  • La indecencia propia no explica la llegada y la supervivencia de un cafre de la democracia y hay que destapar a quienes le ayudaron y mantienen

Hoy debería amanecer con Sánchez tratado como Esquilache, pues la protesta masiva, pacífica y sostenida parece ya la única manera de que este insurgente proceda en consecuencia a la pandemia de corrupción y al bloqueo que sufre, incompatibles con su continuidad en cualquier democracia decente, conviene preguntarse si su atrincheramiento sería posible sin una concatenación de complicidades obscenas, a menudo sostenidas por burdos intereses económicos completados por un sectarismo atroz.

Porque Sánchez es una criatura fabricada a sí misma, con los ingredientes habituales de las malas personas: una codicia sin límites, una ausencia de escrúpulos inigualable y un afán de protagonismo incomparable, alimentado por el coro de asesores a jornada continua y pelotas a tiempo parcial que alimentan ese cuadro clínico, agravado por su rechazo a relacionarse con gente normal, a pisar la calle, a salir de esa enfermiza jaula en la que vive entre delirios, miedos, intereses espurios, y enemigos ficticios; armado eso sí con el BOE, aquí utilizado como una escopeta.

Todo comenzó cuando, tras perder sendas Elecciones Generales en apenas seis meses con dos de los peores resultados históricos del PSOE, la caterva corrupta que hoy está en la cárcel o camino de ella y el ecosistema espurio que quería medrar en su entorno se aliaron con su ambición para, en lugar de marcharse, forzar una moción de censura espuria, que le obligaba a desmembrar la propia democracia para comprarse el respaldo interesado de unos partidos que, más que aliados, se convirtieron en sus secuestradores.

Si el precio a pagar por unos cuantos votos era el de alimentar desde la Presidencia todos los abusos que alguien decente debería frenar; el de llegar a ese punto que mide tu fibra moral y en las buenas personas le lleva a rechazar la tentadora oferta del lado oscuro; el de acceder al mando del PSOE fue confiarle la estrategia para lograrlo a una banda de forajidos con capacidad de conseguir dinero, alterar votaciones, destrozar a rivales internos y manejar una organización política como un clan mafioso.

Con la única duda ya de si el beneficio de Sánchez fue, además de político, económico y por ello su propia mujer aparece de una manera u otra en una parte nada desdeñable de las tramas corruptas; puede afirmarse que el secretario general del PSOE y presidente del Gobierno es el producto inevitable de las fuerzas abyectas que le auparon y que, por eso mismo, pudieron hacer todas las barbaridades que conocemos cada cinco minutos, en una trepidante lucha en directo entre la Mafia y los hombres de Eliot Ness que felizmente operan en la UCO, la Justicia y una parte de la prensa.

Pero ni el peor despliegue de caradura combinada con una malversación política del Estado previamente colonizado por soldados de la causa sería suficiente para entender este septenio oprobioso sin el maquillaje público del «periodismo» del Régimen, ese perfume barato que necesita todo vertedero para disimular un poco el hedor. Ni toda la malicia de un personaje siniestro, sustentado por mafiosos, ladrones, puteros, golpistas, terroristas, prófugos, golfos y comisionistas hubiera sido suficiente sin ese disfraz de falsa dignidad regalado por ese ejército de infames que, mientras la democracia buscaba cómo defenderse, tapaban sus vergüenzas y alertaban «contra el golpismo judicial y mediático». Memoria.