- Nuestro interés estratégico es hacer entrar sin demora al mejor ejército de Europa, el ucraniano, en el corazón de nuestros sistemas de seguridad y defensa.
Nadie sabe cuáles serán las consecuencias, para Ucrania y Europa, del abandono de América.
Pero, después de cuatro películas, dieciocho viajes y miles de kilómetros recorridos en los frentes del este y del sur, sé que el ejército ucraniano es el único que sabe utilizar en combate los cañones Caesar franceses, los misiles italianos Mamba o los lanzacohetes Panzerfaust alemanes.
Sé que, en lugar de dudar como nosotros ante los barcos fantasma del Kremlin, los persigue, los aborda y no tiene ningún escrúpulo en hacer lo que hizo, desde el comienzo de la guerra, frente a Odesa al hundir el buque insignia Moskva, orgullo de la flota rusa.
Luego, golpeando el Olenegorsky Gornyak, en agosto de 2023, frente a Novorossisk.
Y, poco antes, al dañar, en alta mar, en la Zona Económica Exclusiva turca, el buque de inteligencia Ivan Khurs.
Sé que este ejército sin una verdadera fuerza aérea tiene soldados de infantería capaces de abatir helicópteros de combate con misiles Javelin.
Que esta marina, que lucha contra un adversario entre veinte y treinta veces mejor equipado, logró la hazaña, en septiembre de 2023, de destruir un submarino lanzador de misiles Kalibr anclado en uno de los puertos mejor protegidos del mundo.
Y sé que, en las ciudades que no tienen defensa aérea tipo Patriot, inventan unidades de defensa móviles formadas por camionetas corriendo a toda velocidad por la llanura y neutralizando en el último momento, con bazuca, los drones kamikaze.
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Filmé, en septiembre de 2022, a los hombres de la 92ª brigada mecanizada que acababan de liberar Kupyansk, supuestamente inexpugnable.
A los paracaidistas de la 25ª, después de la toma de la fortaleza de Izyum.
A los de la 95ª, legendaria por sus redadas aerotransportadas, a quienes el general ruso que ocupaba Lyman suplicó que lo dejaran huir.
Y, más tarde, los «lobos de mar» de la batalla de Mykolaiv, apoderándose sin disparar un tiro de Jersón.
Filmé Bakhmut. Filmé Chasiv Yar. Filmé Sumy y Pokrovsk.
Y, en todas esas ciudades, constaté un valor, un espíritu de resistencia e ingenio militar que no se había visto en Europa desde la batalla de Teruel y que hizo que resistieran bajo las oleadas de bombas y frente a las oleadas de asaltos del ejército ruso.
Sé que Ucrania es el único país del continente donde se mantiene la sangre fría ante las fanfarronadas nucleares de Putin y donde los soldados, cuando golpean en profundidad una instalación petrolífera estratégica rusa, ríen mientras te dicen: «Un tipo que tenía, durante la Covid-19, tanto miedo de enfermarse que exigía, entre sus visitantes y él, una mesa de tres metros de largo, nunca correrá el riesgo de morir en un segundo ataque aliado».
Sé, porque lo vi, que el ejército de Kyiv es el ejército europeo que, desde la época en que filmaba aficionados a la tecnología, perdidos en una cabaña en el bosque, inventando prototipos con una impresora 3D, se ha convertido en el más avanzado en el arte de la guerra de drones.
Tiene, ahora, drones FPV que van, en Lyptsi, en la zona de Kharkiv, a destruir una trinchera a veinte kilómetros.
Tiene algunos que guían, a través de las líneas, a soldados rusos que agitan la bandera blanca y se rinden.
Tiene máquinas que vuelan en escuadrilla y pueden golpear un objetivo a 1.000 kilómetros o encontrar un barco ruso fondeado en cualquier puerto de Crimea.
Sé que tiene los mejores francotiradores del planeta, entrenados para alcanzar un objetivo a 4.000 metros.
Un artillero que batió el récord mundial al destruir, en enero de 2025, desde un tanque Leopard, en la región de Kursk, un T-72 ruso a más de cinco kilómetros.
Un piloto de F-16 que, hace exactamente un año, el 13 de diciembre, destruyó, él solo, seis misiles enemigos que se disponían a golpear Ucrania.
Improvisadores de misiles Neptune que lograron, en la óblast de Donetsk como en Crimea, aniquilar (otro logro) baterías S-400 reputadas como invencibles.
Y todos recuerdan, el 1 de junio pasado, la operación Tela de araña, este Pearl Harbor ruso, que vio cien drones infiltrados, escondidos en camiones y teledirigidos desde Ucrania para ir a golpear en su pista, en Siberia, un tercio de los temibles bombarderos Tupolev del ejército ruso.
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Recuerdo estos hechos porque a menudo he sido testigo directo de ellos.
Pero también porque está claro, cuando se los toma en serio, que somos víctimas de un extraño error de perspectiva.
Ucrania necesita de Europa, pero Europa necesita de Ucrania.
Le proporcionamos armas, pero sería a ella a quien probablemente pediríamos ayuda en caso de un conflicto ampliado.
Y, si pensamos en proporcionarle, para mañana, garantías de seguridad, es ella quien, hoy, es nuestra garantía de seguridad frente a un ejército ruso al que combate, fija y agota.
¿Se van los Estados Unidos? Nuestro interés estratégico es hacer entrar sin demora al mejor ejército de Europa en el corazón de nuestros sistemas de seguridad y defensa.